Buda y el Terrorista(2)

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-Sé que me puedes matar, y quizás lo harás- dijo el Buda-. Pero cuando matas, no matas a nadie más que a ti mismo. Porque yo no soy más que tú, y tú no eres más que yo. Lo que me haces a mí te lo haces a ti, Angulimala. Deja que te diga una cosa. Tú eres capaz no solo de matar. También eres capaz de amar, eres capaz de sentir compasión.
Eres capaz de cambiar, eres capaz de sentir la amistad. El Buda dejó de hablar y sonrió.
-No tengo amigos.

-Pero yo soy tu amigo, Angulimala; por eso he venido a conocerte y hablar contigo. Angulimala tembló, escuchando esas palabras.
-¿Tú mi amigo? He abandonado todas las amistades, he abandonado el mundo. El Buda se alegraba. Angulimala estaba hablando, usando su lengua en lugar de su espada. -¿Por qué has abandonado el mundo, Angulimala? ? Porque el mundo me abandonó a mí. -¿Por qué te abandonó el mundo? -Porque mi aldea me abandonó. -¿Por qué te abandonó tu aldea? -Porque mi familia me abandonó. -¿Por qué te abandonó tu familia? -Porque mi madre me abandonó. -¿Por qué te abandonó tu madre, Angulimala?
? Porque mi madre siguió a mi padre; ella me quería pero me abandonó, porque mi padre me abandonó. -¿Por qué te abandonó tu padre? Preguntó el Buda en voz baja.
Porque no estaba de acuerdo con él, lo desobedecí, me rebelé contra él. Quería ser yo mismo y seguir mi propio camino, pero él no lo toleraba. Un día le pegué. Estaba enojado con él.
El Buda cerró los ojos. Inspiró profundamente y entonces habló con voz reconfortante.
-Angulimala, ¿estabas tan agobiado por la ira que te viste como un ser separado de tu padre? ¿Fue este sentimiento de separación la causa de la discusión entre tú y tu padre? ¿No es cierto, Angulimala, que antes de abandonar a tu padre abandonaste tu propio sentido de conexión? ¿No es verdad entonces que tú eres la causa de todo el abandono? Angulimala, yo soy tu amigo y quiero ayudarte a reconocer la causa de tu pena y tu dolor, y reconocer que no hay nadie más responsable de tus acciones que tú mismo. Angulimala se quedó sin poder hablar. Nadie jamás se había enfrentado a él de esta manera.
Angulimala recordó su niñez llena de mortificaciones. Recordaba los días cuando fue humillado por los jóvenes de castas superiores; cuando su padre era odiado y denunciado por los hombres de rango más alto. En aquellos tiempos no conocía otra manera de bregar con su ira que culpando a su padre. ¿Pero qué podía hacer su padre? Pobre hombre también él era victima de su nacimiento y las circunstancias. Que Angulimala echara la culpa a su padre y a su familia no solucionaba las condiciones de su comunidad. Deseó haber conocido antes a un hombre como este monje, que tenía la capacidad de escucharle y guiarle hacia una ruta de escape de esta triste batalla contra sí mismo. Tras unos momentos de reflexión, dijo:
-Nunca creí que mi vida sería así. Cuando abandoné mi hogar lo hice buscando mi libertad y mi dignidad, la de mi familia, la de mi gente. Conocí a un mago, un otorgador de poder que, según explicó, ?reside en el filo de la espada?. Yo le dije: ?Quiero ser poderoso, ¿Qué debo hacer??. Como respuesta el chamán hechizó la espada y me la entregó. Me prometió: ?Si matas cien hombre con esta espada, y te pones un collar de mil dedos, podrás imponer tu voluntad sobre los demás y reinarás sobre el mundo?. Desde entonces he cumplido la misión de matar, para hacerme invencible. Ahora apareces tú y me dices algo totalmente diferente. ¿Eres un chamán?
-Quiero que encuentres el poder dentro de ti mismo. Ese poder interno es más grande que el poder sobre los demás. Tú y tu gente sufrís porque el rey y la sociedad de castas imponen su poder sobre vosotros. Ahora tú quieres imponer tu poder sobre los demás. Sientes un amor hacia el poder tan potente como el de tus enemigos. Prueba el poder del amor. El poder de uno mismo es superior al poder de la espada. El poder del amor nace desde dentro, mientras que el poder de la espada se impone desde fuera. Como un árbol crece de una semilla; busca tu propio poder dentro de ti y sé tu propia luz. Angulimala se hallaba perplejo. Dijo:
-El poder de la espada es inmediato y claro. Pero yo no sé nada del poder de uno mismo. El Buda sonrió ante la aparente confusión de Angulimala.
-El poder de la espada depende de la fragilidad, la sumisión y la impotencia de los demás. El poder del amor da poder a todos: se organiza solo y se sostiene solo. Todos los seres, humanos o no, están equipados naturalmente con este poder intrínseco, que se libera a través de la relación entre la reciprocidad, la amistad y el amor. Todo esfuerzo por controlar y disputar con los demás acaba con lagrimas, frustración, desilusión?o guerra.
-Pero ¿Por qué debo creerte a ti? ?Interpuso Angulimala-.Cómo sé que lo que dices es verdad? -Te digo esto, Angulimala, porque lo he experimentado- replico el Buda.

-¿Cómo lo has experimentado?¿Qué es lo que te hace ser tan temerario, que no tienes miedo de nada, ni de la muerte, que eres capaz de acercarte a mí sabiendo que te puedo matar?¿Quién eres? -Soy el despierto. Soy el Buda. -¿De que sueño has despertado?
-Del sueño de la separación, de la ignorancia, de la angustia, del sueño del deseo de controlar a los demás, de tener poder sobre los demás. Nací siendo príncipe, con varios palacios, mil caballos, mil elefantes, mil soldados, mil sirvientes. Hubiese sido un rey. Hubiese podido conquistar naciones vecinas para convertirme en emperador. -¿Entonces qué ocurrió?
? Un día salí de mi palacio. Vi a un hombre viejo, vi a un hombre enfermo y vi a un hombre muerto, y me di cuenta de que a pesar de mis palacios, mis soldados y mis diamantes, no podía escapar de la enfermedad, ni de la vejez, ni de la muerte. ¿Así que para qué valía todo ese poder y riqueza? Pues entonces, como tú, Angulimala, yo también abandoné a mi padre, mi madre, mi esposa, mi hijo, mi reino. Pero no lleno de ira, no para obtener poder sobre los demás, sino para despertar el poder dentro de mí mismo, el poder del espíritu, el poder del amor y la compasión, el poder de la amistad-explicó el Buda. -¿Cómo puedes ser amigo de alguien que está a punto de matarte? ?protesto Angulimala.
-Yo soy el amigo de todos. No soy un profeta, no soy un gurú, no soy un santo; soy un amigo de todos los seres que sienten, amigo de todos los humanos sin importar sus cualidades, su estado, su riqueza, su casta. Soy un amigo de los que son considerados buenos, pero también soy un amigo de los condenados por ser malos. Especialmente disfruto siendo amigo de los que sufren privaciones, los excluidos y los pobres. Es fácil ser amigo de gente grande y buena, pero a mi me ilusiona la amistad con los marcados como asesinos, terroristas y criminales. Quiero consolarlos. No son malos, simplemente están dormidos, son ignorantes y están desconectados. La amistad es la manera de conectar y despertar. -Pero me cuesta ser un amigo de los que ejercen poder sobre mí. Me enfada- dijo Angulimala. -Por eso he venido a ti, Angulimala ?dijo el Buda-. Quiero tomarte de la mano. ¿Vendrás conmigo? Te llevaré al otro lado del río de la pena y el sufrimiento. Te llevaré a la orilla de la liberación. Quiero que sepas que tu angustia puede cesar; tu ira y tu discordia no son para siempre. El cambio es la ley eterna de la vida. ¿Aceptaras la transformación? Puedes quedarte con mi cabeza y mis diez dedos, o puedes quedarte conmigo entero y con mi amistad. La decisión es tuya. Ha llegado el momento de decidir. Esas palabras retadoras eran insoportables. La espada ya se había caído de la mano de Angulimala. Comenzó a sollozar. No lograba entender cómo un príncipe de alta casta podía escuchar a alguien que había nacido en una casta muy inferior, y cometido el pecado de matar día tras día. Angulimala se preguntaba:? ¿Cómo puede, este hijo de un rey, este alto sacerdote de la religión, hablar conmigo y ofrecerme su amistad, cuando sabe que cualquier asociación conmigo sólo le acarreará problemas??. Preso de dudas, Angulimala permaneció de pie, confuso. Las serenas palabras de paz del Buda, sus profundos ojos llenos de promesa y anhelo, convulsionaron a Angulimala hasta el centro de su ser. Sentía palpablemente la presencia del Buda como si estuviera bajo el efecto de un hechizo. Mientras Angulimala, indeciso, seguía en silencio atónito, observó que el Buda daba media vuelta y se alejaba.
Cuando el Buda empezó a alejarse, Angulimala recuperó la espada y le siguió. Su cuerpo se movía aunque su mente permanecía indecisa. El Buda procedió a caminar más deprisa, y Angulimala se quedo atrás. Aumentó la velocidad para alcanzar al Buda, pero no lo logró. Entonces echó a correr. Pensó: ?Antes podía alcanzar un caballo al galope o un ciervo corriendo, pero ahora no puedo alcanzar a este monje que parece estar andando a su ritmo normal. ?¿Qué me ocurre??. -¡Para monje, para!- grito-. No me dejes atrás.
-He parado, Angulimala- respondió el Buda-. Pare hace años, pero ¿tú lo has hecho? Y ¿lo harás? -Mientras andas mas rápido que yo, me dices que has parado. ¿Qué quieres decir? ¿Cómo que has parado cuando sigues moviéndote?

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