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Cuando las clases terminaron, Tony me invitó a comer en un restaurante cerca del piso. Él era muy adorable el tiempo que estuvimos los dos solos. Las risas iban y venían, las sonrisas salían solas, la química entre los dos empezaba a florecer.

Tony pagó la comida y nos fuimos al piso. Una vez dentro cada uno hicimos lo que teníamos que hacer pero la química pudo con nosotros y acabamos en el sofá besándonos. Con cada caricia que él me hacía, me hacía estremecer. La piel se me ponía de carne de gallina y él lo notaba ya que pude ver su gran sonrisa que se le formaban en aquellos perfectos labios.

- ¿Por qué sonries?- Me atreví a preguntar.

- ¿No puedo sonreír?

Y nos volvimos a besar. Por primera vez pude olvidar mi pasado y todo lo que pasé en Londres. Él me hacía olvidar todo lo malo que me había ocurrido. ¿A él le pasaría lo mismo? La curiosidad me mataba pero me mantube con mis labios pegados a los suyos porque así es cómo quería estar.

Pero como siempre, mi cerebro estaba ahí para jugarme una pequeña mala pasada. Recordé a mi ex novio con unas de las palizas que él me daba. Al recordarlo paré de besarlo. Tony me miró sin entender nada ya que en cuestión de un segundo todo cambió.

- Creo que es mejor que me vaya a mi habitación-. Dije mientras me encaminaba hacia mi habitación.

- ¿Qué ha pasado?-, preguntaba sin saber nada-, ¿he hecho algo mal?

- No-, me paré en seco y me di la vuelta para mirarlo-, no eres tú, soy yo.

- Odio esa frase.

Le di una amarga sonrisa y me encerré en mi habitación. No podía enarmorarme de Tony, no podía destrozarle su vida, no podía verlo destrozado por mi culpa.

Me puse a llorar sin consuelo, quería borrar esos recuerdos ya que me estaban haciendo daño, pero mi cerebro lo mantenía para fastidiarme cada vez que estaba feliz de verdad.

Eran las nueve de la noche cuando desperté de mi pequeña siesta, toqué la almohada para asegurarme de que no estuviera húmeda, pero lo estaba, me dormí mientras lloraba. Me odiaba por ello, me odiaba muchísimo. Cuando me dispuse a salir de la habitación ya que era la hora de cenar y estaba hambrienta, miré para asegurarme de que estuviera sola y respiré aliviada al confirmar que no había nadie, excepto yo. Fui a la cocina y abrí el frigorífico, estaba casi vacío, por lo que decidí bajar al supermercado. Una vez allí no había nada que me llamara la atención, por lo que me decanté por una pizza de cuatro quesos. Cuando me di la vuelta me encontré a aquel chico llamado Alex, iba mirando distraido, se notaba que no quería estar allí. Pero me fui antes de que me viera ya que si estaba con su grupo de amigos no me gustaría que me volviran a decir cosas.

Pagué la pizza y con paso acelerado me dirigí al piso. Iba tan deprisa y tan distraída que choqué sin querer con alguien. Cuando levanté la mirada me encontré a una chica que había visto hoy en clase.

- Ten cuidado-. Me dijo con voz de pocos amigos.

- Lo...lo siento.

Bajé de nuevo la mirada y me dispuse a seguir mi camino. Cuando entré al portal, llamé al ascensor para que bajara. Para mi mala suerte me encontré con Tony que también venía de hacer algo.

- Hola-. Me saludó con timidez. No obtuvo ninguna respuesta de mi parte.

Se quedó callado ya que mi reacción no fue de las mejores. El incómo silencio se apoderaba del ambiente que hasta me daban ganas de irme por las escaleras, pero se me quitaron las ganas al recordar que el piso se encontraba en el piso catorce. La pereza en esos momentos era real. El ascensor llegó y nos montamos, cuando se cerraron las puertas él vio su momento para hablar.

- No lo entiendo, ¿qué hice mal?

- Sólo olvidemos lo que ocurrió.

- ¿Olvidarlo? Los dos notamos la química que había...-. Le interrumpí.

- Yo no sentí ninguna química ni sentí nada. No tendría que haber pasado, ha sido un completo error.

- ¿Error?-, sonrió con cinismo-, yo no llamaría error a alguien que te ha arrancado sonrisas.

Esa última frase fue como si me apuñalaran quince mil veces por la espalda. Me dolió, pero llevaba razón, pero no podía arruinarlo. Sería mejor que nos ignoráramos e hiciéramos como si nada hubiera pasado.

- ¿Quiéres pizza?- Pregunté cuando llegamos al piso y mientras me dirigía hacia la cocina.

- No, doña error.

Y se fue a su habitación pegando un portazo. Unas cuantas lágrimas cayeron por mis mejillas, pero rápidamente las borré. Sabía que me tenía que mantener fuerte delante de él y no demostrar ningún signo de debilidad. Parecía que todos mis problemas que quería dejar en Londres, se vinieron conmigo escondidos en el fondo de la maleta.

El Misterioso Chico Del Mustang RojoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora