Parte sin título 19

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Los caminos que trazan sendas en Avalon parecen haber sido proyectados a la perfección, como si alguien desease proporcionar reacciones sinestésicas a quienquiera que ande por ellos al menos una vez en la vida. Siempre hay armonía de colores atrayendo las miradas de un modo paradójicamente suave y vibrante. Tal vez fueran un tipo elemental de magia o acaso un milagro, para quien crea en tal cosa. Su extensa gama de tonos y variedades es arrebatadora y sería tan sencillo que los colores no existiesen que es hasta aterrador pensar en ellos de ese modo.

Los sonidos parecen orquestados, nunca llegan a decibelios incómodos para la audición. Incluso el suelo, ora de bonitas piedras, ora de césped, o de sencilla tierra, denota cierta blandura al paso. Se diría que es imposible cansarse de caminar por ahí. Algunos árboles se parecen más a monumentos, bellas esculturas cuidadosamente esculpidas por las manos invisibles de la intemperie. La naturaleza en la isla huele a ternura matizada con la serenidad. En Avalon, si fuera el caso, los girasoles podrían descansar sin miedo debajo de los lechos.

Regina se siente envuelta por entero en aquella atmósfera. Y, de alguna manera, percibe a Morgana vibrar en total armonía con la isla, como si las dos fuesen una sola. La Dama del Lago repara en la quietud de su nieta. Al notar sus ojos brillantes, no obstante, se despreocupa. Tantas veces había visto ya aquella reacción en los que por primera vez llegaban a la isla, aunque nunca se cansa, y recuerda también la primera vez que ella estuvo ahí. A los nueve años tomó la barca, apenas podía agarrar el remo, pero confiaba en sus sueños, sus visiones, y se entregaba a las brumas confiada en lo que hacía. Llegó sola a Avalon y fue recibida por el esplendor de aquel lugar, quedándose completamente extasiada. Pero no contaba con que su magia aflorase con tanta fuerza. Acometida por un fuerte vértigo, había acabado desmayándose en la entrada del jardín de las mariposas. Su madre y entonces guardiana de la magia, Viviane, no estaba en Avalon. No había, por tanto, nadie que pudiera sentir su presencia.

Sin embargo, Morgana era una hija de la magia. Y la magia que alimenta aquel lugar rehízo rápidamente las urdimbres del destino de aquella impetuosa criatura y un cierto mago decidió desviar sus pasaos meditativos justo aquella mañana, yendo a parar al tal jardín que queda casi al otro lado de la isla. Taliesin no sabía quién podría ser aquella pequeña menuda, en el suelo, desmayada en Avalon. La había cogido con cuidado en sus brazos y llevado hasta las curanderas que habitaban en el interior de Avalon y se dedicaban a las artes de la curación. Allí Morgana había pasado sus tres primeros días inmersa en sus propios sueños, solo despertando a la llegada de su madre, sorprendida al descubrir la presencia de su propia hija. Viviane podría haber peleado con la niña si no conociera su destino. Al contrario de lo que la pequeña Morgana hubiera esperado, solo fue abrazada fuertemente por la madre. Desde entonces, raras fueron las veces en que había salido de Avalon.

Sus raíces están todas ahí: había crecido, desarrollado su magia, estudiado con ahínco, realizado los más bellos rituales, tenido a su hijo y conocido la existencia de su nieta. Aquel mágico territorio insular es su casa, donde se siente acogida y plena. Una pequeña sonrisa le acompaña siempre que desvía su mirada hacia Regina.

«A pesar de vivir aquí tantos años, aún siento eso...» comenta captando la mirada de la más joven «Esa fascinación que veo en tus ojos, nunca he dejado de tenerla, incluso después de tanto tiempo viviendo aquí» sonríe

«No sé explicar muy bien lo que llevo sintiendo desde que he llegado. Digo, en relación a mi magia, parece...que está lista para salírseme por los poros» Regina mira sus manos

«Eso sucede porque en Avalon no necesitas estar todo el tiempo bajo control, Regina. Y tu magia responde a la magia de la isla. No temas» pone sus manos sobre las de la nieta

Dark ParadiseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora