Parte sin título 34

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Emma abre los ojos lentamente...su alma se expande en euforia y su piel se renueva en alegría al encontrarse acurrucada en el abrigo de su reina. La salvadora abre una sonrisa capaz de disipar las nubes que anuncian una nevada. Regina está ahí, abrazándola, entregada al sueño y a los sueños. Entregada a ella. Con cada suave inspiración de la morena, renace el recuerdo, que hierve al toque de ella, de la noche en que ambas rasgaron la lucidez, experimentando el amor en el puntear de las pieles que imploraban por la suavidad de la mirada.

Regina está con ella y Swan solo sonríe al constatar la presencia de la alcaldesa allí, ya sintiendo la falta de aquella sonrisa que tanta calma le trae. Se mueve lentamente para no despertarla, pero de nada sirve. Pronto aquellos orbes color avellana la están encarando, tan vívidos como nunca lo han estado.

«Em...» dice Regina en un tono que hace estremecer de felicidad a la rubia. Ella no se resiste y enseguida besa a su enamorada, ya con añoranza de aquellos labios, de aquel sabor a manzana.

«Regi...» Emma deja a sus dedos juguetear con sus cabellos esparcidos por la almohada. No hay nada más bello que ver a Regina despertarse. Sin maquillaje, sin sus trajes o vestidos provocadores, sin los tacones que le conferían aún un aura más poderosa. Allí, en la cama, ella es solo Regina, desprovista de todas sus máscaras. Ella es la mujer que Emma siempre vio, la mujer de la que Emma se enamoró a primera vista. La mujer con quien Emma Swan pretende pasar todos los días a partir de ahora.

Del lado de fuera de la ventana, el sol brilla en un cielo claro. Tanto que no parece que sea finales de otoño, casi invierno.


En la sala de la televisión del caserón, Henry está inquieto. Juega con Neal encima de una alfombra con Snow y David cerca. Los otros invitados de aquel fin de semana, tras desayunar, se esparcieron por el picadero aprovechando el día soleado.

«Abuela, ¿estás segura de que todo está bien con mis madres?» ya es la quinta vez que le pregunta lo mismo

«¿Y por qué no lo estaría, Henry?» Mary Margaret ya está quedándose sin respuestas

«Porque mi madre Regina nunca se despierta tarde. Siempre es la primera en levantarse, en comprobar si todo está bien, adora hacer el desayuno y nunca me ha dejado tomarlo solo, ni cuando estábamos enfadados»

«Bueno, con tantas personas aquí, no se puede decir que hayas desayunado solo, Henry» David intenta quitarle hierro al asunto

«Lo sé, abuelo, pero es diferente» el muchacho revira los ojos en un gesto tan parecido al de su madre morena que la pareja sonríe

«Hagámoslo así, si Regina y Emma no bajan en los próximos veinte minutos, te dejo que subas y llames a la puerta para saber si ha pasado algo, ¿ok?»

«Ok...¡veinte minutos y los contaré por mi reloj!»

Charming y Snow se miran y sonríen. Si hubiera sido por el muchacho, habría ido a ver mucho más temprano si había sucedido algo con sus madres, ya que no habían bajado para desayunar. Tinkerbell, sin embargo, había dicho que las dos se merecían un domingo de descanso, a fin de cuentas, cuidar de la ciudad no era tarea fácil. Aún más para Regina y que la alcaldesa tenía derecho a levantarse más tarde al menos un día en su vida. La mirada del hada hacia Snow, no obstante, decía más que sus palabras. Merlín había asentido, incentivando a Henry para que fuera aprovechar su tiempo, para que hiciera lo que gustara hacer en el picadero. Maléfica también había esbozado una sonrisa mal disfrazada y Elsa, comentado algo solo con Mulan. Zelena había sido otra que había abierto una sonrisa algo enigmática llamando la atención de la pareja Charming. El hada, el Mago, las hechiceras y la reina de Arendelle habían sentido la magia durante la madrugada.

Dark ParadiseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora