Parte sin título 24

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Tras unas buenas dosis de té y amenas conversaciones mientras se ponía el sol en Avalon, Taliesin, Morgana y Regina deciden tomar la barca hacia Camelot. La reina sube a su dormitorio y coge el cuaderno que había sido de su padre, la única maleta que había llevado además de su túnica azul en su cuerpo y sus propias botas de montar. En su alma, sin embargo, hay tantas cosas que irán con ella a Storybrooke que Regina ni siquiera puede medirlas.

Pasea su mirada, lentamente, por la sencilla habitación, la cama donde se sentía abrazada por la isla, el escritorio rústico y los pequeños adornos esculpidos con tanta habilidad por su abuela. Los jarroncitos para las flores que atraían a las mariposas y abejas, el nido de ruiseñor construido días tras día por delicados padres en una esquina. Sabe que, si hubiera decidido quedarse, podría ser feliz ahí, cuidada por su abuela, enseñando a los jóvenes aprendices, realizando tareas para el buen funcionamiento de la isla, ayudando a las personas, cautivándolas y dejándose cautivar por ellas. Coge el espejo de mano que estaba en la mesita de noche y se mira. Regina sonríe a aquella mujer que la mira a través del vidrio, sin las sombras de la Evil Queen para atormentarla tan a la superficie.

«No tiene por qué ser un adiós...» la voz de Morgana le llega a sus oídos y sonríe

«¿No?»

«Espero que me vengas a ver, mi pequeña, que desees volver a la isla, enseñársela quizás al joven príncipe...» sugiere y se acerca

«¿Es posible?» los ojos de Regina brillan

«¿Crees que lo es?» la Dama del Lago la mira seria

«¡Sí!»

«¡Entonces así será!» las dos se abrazan y nada más es preciso decir

Los tres toman la barca capitaneada por la Señora de Avalon, que ni siquiera necesita remos para guiarla. La embarcación se desliza serenamente por la superficie del mar y las brumas se abren dándoles paso. Morgana sigue de pie, en la proa, imponente a pesar de su porte menudo. Regina está sentada en medio de la nave, apreciando el suave balanceo y observando el cielo sin nubes. Taliesin se mantiene en pie, en la popa, admirando a las dos mujeres con quien comparte la barca. La sabiduría de su vieja amiga y la audacia de su nieta. Tan poderosas que no sabría encajarles una metáfora a ninguna. El tiempo pasado en la isla, sin duda, había cambiado profundamente a la reina. El corazón herido que él se había encontrado al verla en Camelot está casi restaurado. Merlín sabe que la reina aún tiene por delante un gran camino hasta que logre perdonarse a sí misma, pero está seguro de que será capaz de hacerlo.

Tras rasgar las brumas, los tres se encuentran que está amaneciendo en el reino de Arturo. En el punto más apartado del embarcadero, es posible ver una silueta, aunque no se la distingue. La Dama del Lago busca la mirada de la nieta, pero ella está tan tranquila observando el firmamento que prefiere dejarla en su contemplación.

Desde la arena, un joven observador sonríe al ver la barca acercándose. Pronto deduce que la pequeña figura que la conduce es la anciana Morgana. Aquello lo llena de alegría y esperanza. Cuando la embarcación se acerca más a la playa, distingue otras dos figuras: un señor de apariencia serena y a Regina. Al atracar, la reina finalmente despierta y abre su mayor sonrisa al ver quién la espera en la playa. Salta de la barca aún en el agua y corre.

«¡Henry!»

El muchacho está completamente maravillado. Siempre había sabido que su madre era una de las mujeres más bellas de todos los reinos, pero ahí, con los cabellos sueltos, el rostro sin maquillaje y usando una sencilla túnica azul, ella resplandece. En vez de la mujer que lo amó desde que lo tuvo en sus brazos, Henry casi cree estar delante de un ser encantado o de otro mundo. Quizás una diosa de aquellas de las que se habla en los libros de literatura fantástica que tanto adora.

Dark ParadiseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora