Me recuesto un momento sobre la barra. Son las siete. Es mi turno de descanso, me hago unos pequeños masajitos en la sien para desestresarme. Me arrepiento porque el mal momento viene a mi cabeza de golpe haciéndomela doler de nuevo. Y de golpe se va cuando miro hacia la puerta, y él hace su aparición.
¡Milagro! ¡Es un milagro!
Me sonrío sola poniendo cara de idiota, y mi corazón late muy apresurado. Luego como caballo desbocado con la lengua afuera porque ese imbécil entra detrás de él. Y es con ese individuo con quien para colmo conecto mi mirada. El muy imbécil solo es un cabeza más bajo que mi chico miel, no luce tan... mal en su traje; pero es un pedante de lo peor. Le regalo la peor torsión de ojos, y ni se inmuta.
El chico con ojos color de miel, al fin me mira, me saluda con su mano y su elegante sonrisa. Me acerco a él. Miro a Pipe y le hago el gesto de que necesito atenderlo y él me hace una mueca de asombro. Seguro no me lo aguanto después preguntándome cual es mi rollo. Y es que mis ojos deben brillar y echar chispas al mismo tiempo.
―¡Hola! ―le saludo efusiva solo a él, e ignoro por completo al otro.
―Hola ―me responde de igual forma―. ¿Este es el lugar?
―¡Sí! ―respondo tonta y creo que eso es una pregunta también tonta―. Aquí trabajo, pero pensé que no vendrías.
―¿Es cierto que es obra tuya toda la publicidad? ―pregunta curioso de repente mirando a su alrededor. Me pongo colorada, la verdad es que cuando me preguntan por ello, me siento un poco cohibida.
Lo hice yo; pero no espero gritarlo a los cuatro vientos. Tampoco me vanaglorio de mis dones artísticos. Solo es... un café muy original y diferente de todos los demás; así lo titularon en la nota de periódico que tío mandó a hacer del lugar por iniciativa suya.
―Ve a descansar yo los atiendo ―Felipe dice a mi espalda.
―Tranquilo, yo lo haré ―le recuerdo.
―Estás de descanso; por qué mejor no los acompañas ―prosigue en voz alta y yo resoplo mentalmente.
―Por mí encantado ―mi chico de ojos miel responde y mira a su ignorado acompañante; quien me repara con lupa de arriba abajo, bastante ceñudo.
―Es una cafetería ―le aviso―. No un prostíbulo, aclaro por si las moscas ―agrego hacia él con malicia, y sus ojos cenizos y fríos parecen puñales plateados.
Que imbécil, soy yo quien debería estar enojada y ofendida por lo que me dijo.
―Ya noté que era lo primero ―espeta y se hace camino hasta una mesa vacía.
―Es Adrián ―dice mi chico miel inclinándose un poco.
―¿Disculpa? ―me giro hacia él.
―Mi nombre, es Adrián Alcántara. Y ese tipo de allá, que obvio no te cae bien ―dice acertadamente y señala a la mesa donde ya se ha sentado y Pipe le entrega un menú―. Es Andrés, mi primo y casi mi hermano. Encantado ―me extiende su mano y yo la estrecho bastante nerviosa.
Estoy que me desmayo con su educada forma de tratar. Solo espero que no note como me suda la mano.
―Y yo, Camila ―digo y me aclaro la gargante―. Camila Caro; el gusto es mío, y si gustas, puedes decirme Cami.
Es un instante de esos en los que te sientes en el cielo y en el infierno, en la dicha y en la tristeza. ¡Qué rayos! Eso me pasa cuando miro del uno al otro. Para que me amargo con ese bicho bien vestido.
―Encantado, Cami ―responde sacudiéndome de tanta tontería.
Caminamos hasta la mesa, me siento un rato a su lado mientras acaba mi turno de descanso, solo a conversar con él. Por qué quiere saber acerca de cómo se me ocurrió todo lo referente con la publicidad del lugar, y yo sin que me lo ruegue más le cuento la historia, y que no es mi idea solamente. Martha y yo, tomamos de referencia lo que identifica al lugar, su delicioso latte, y sus distintas variedades.
―¿Es barroco? ―Andrés pregunta interrumpiendo mi pequeña y encantadora charla.
―Sí, aunque también tiene un poco de gótico ―farfullo.
―¡Vaya! Esa ha sido una observación inteligente para alguien que no sabe nada de diseño publicitario ―Adrián le bromea y yo me refreno una risa que a él parece no gustarle mucho.
¡Ni al caso, fresita!
Pipe me hace señas cuando le trae un mocachino a Andrés, y Adrián pide la delicia de la casa. Me retiro con Pipe y en el camino empieza a bombardearme a preguntas. ¿Quién es? ¿Dónde lo conocí? Y muchas otras tonterías.
―Esta noche iremos a La calera ―me dice al oído.
―¡Paso! ―respondo de una vez.
―Vamos, mañana no tienes turno, y te aseguro que la rumba va a estar buena. Siempre son buenas en el mirador.
―No, Pipe ―intento pararle.
―Venga, vamos ―insiste.
―No.
―Bien. Siempre te niegas porque no tienes a nadie quien llevar, pero que tal si invitas a tu chico de anteojos. Te gusta, y es tu tipo. Venga vamos.
―¡No, cómo crees que haré eso! Apenas y le conozco; además que no parece un rumbero como tú.
―Sí creo. Anda invítale.
Me quedo con mi negativa. Me entrega el latte en una bandeja, y me hace dar la vuelta directo a la mesa de los dos. Donde Adrián me ve y me sonríe, y al otro, que lo parta un rayo y lo deje frito. Me acerco y le sirvo la bebida a Adrián.
―Adelante, pruébalo ―le incito, y él lo hace.
Espero un rato hasta que termina su primer sorbo, le queda un poco de espuma en las comisuras de sus labios y yo estoy más que dispuesta a lamerle y limpiárselas con la lengua. Me sonríe. Me derrito allí mismo.
―Exquisito ―responde, yo flipo de emoción y al otro parece darle un infarto. Incluso mete su dedo en la boca haciéndome un gesto de vomitar.
¡Muérete infeliz!
Pipe me da un codazo disimulado en la costilla y yo gruño. Vuelve a hacerlo, gruño de nuevo, y lo miro feo. Me hace señas descaradas, yo muecas negativas en respuestas. Lo odio por eso. Tomo aire. Porque si no lo hago yo misma, él es capaz de hacerlo.
―¡Adrián! ―llamo su atención.
―Es muy bueno, tienes razón ―dice mostrándole la taza a su primo, este rueda sus ojos, y no sé por qué ese gesto, me hizo reír un poco―. ¡Ah! Dime ―se gira hacia mí nuevamente.
―Ah, bueno, esta noche tenemos una fiesta en el mirador de La Calera, sabes dónde queda, ¿cierto?
―Sí, obvio.
―¿Te gustaría venir, digo, asistir? ―me corrijo como tonta, me han entrado nervios.
Algo ha hecho ruido y creo que no me escuchó porque dejó de prestarme atención.
―Oh, lo siento ―se disculpa mirando por encima de mí, y eso me hace sentir de lo más incómoda; porque Andrés sí parece haberme escuchado y esboza una risa sardónica en su rostro. Estúpida, me regaño mentalmente y lo miro bien maluco.
―Laura, amor ―dice Adrián a la persona que seguro está detrás de mí, y no se ha escuchado bien para mí.
¡Trágame tierra! No le llamas amor a una desconocida.
¿¡Tiene novia!?
¡Trágame otra vez!
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Gracias por leer!!
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Latte amor✔
RomanceDicen que del odio al amor hay un solo paso, ¿será verdad esto entre Camila y Andrés? **** Historia propia y originalmente salida de esta mente inventiva. Prohibido copiar, adaptar o reproducir en cualquier medio sin previo aviso de la autora. Todos...