Aurora suspiró con impaciencia, prácticamente bullía de rabia, sin embargo mantenía su sonrisa lejana. No permitiría que le afecte, nada lo hacía nunca. Christopher regresaría, siempre regresaba a ella. Volvió a suspirar, pensando en lo mucho que debería estar disfrutando su fiesta de cumpleaños, cuando no era así.
Había perdido su caballero antes siquiera de pasearse por el salón; y el otro, aquel que siempre estaba con ella, la había dejado abandonada en mitad de su saludo a los invitados. Si no fuera inapropiado, haría una rabieta frente a todos y se iría. Pero ella no era así, claro que no. Siempre había tenido una presencia natural para ese tipo de eventos, todos lo comentaban. Se sentía complacida con ello.
Su elegancia innata, su porte regio, su sonrisa misteriosa... le habían proporcionado halagos sin fin durante su vida y había aprendido a tratar con ellos, aún antes de siquiera presentarse en sociedad. ¡Amaba la sociedad!
Muy al contrario de sus padres, ella adoraba todo lo que tuviera relación a protocolo, eventos de gala y cenas formales. Se sentía cómoda en ese mundo, era su estilo. Al ciento por ciento. Por ello, inclusive sus estudios, se direccionaban a eso. Toda su vida había sabido lo que quería y lo lograba. Siempre.
Solo la costumbre, era lo que la llevaba a sentir ese impulso de gritar y salir furiosa detrás de Christopher. Él jamás le había hecho un desplante, ni uno solo. No importaba lo caprichosa, irracional o infantil que ella fuera, él estaba ahí. Sonriendo, bromeando, abrazándola, consolándola, llevándola... ¡Siempre ahí!
Nunca había importado demasiado. Aunque parecía mirarla con cierto respeto y adoración, algo nada nuevo, mucho de lo que él demostraba era agradecimiento. Aurora ya estaba cansada de su agradecimiento, de su paciencia y su trato como si ella fuera una niña, solo que Christopher siempre había sido así con ella. Y no, no le importaba. Eso creyó hasta esa noche... ¿por qué sentía lo que sentía si él no significaba nada? Su guardián, como lo llamara alguna vez Alex. Solo eso.
Hizo un mohín, pero inspiró hondo y de inmediato compuso su rostro, en el gesto que le había tomado años perfeccionar. Realmente le gustaba su vida. Realmente adoraba ser la única heredera Cavalcanti, quien era admirada por su belleza e inteligencia. Realmente le gustaba ser inalcanzable. Realmente...
Estaba cansada de todo. De parecer perfecta. Porque no lo era. Ella lo sabía. No existía una sola persona perfecta en el mundo, aunque muchos pensaran que ella sí lo era. Era simple, nadie veía más allá de la fachada. A nadie le interesaba ver más allá y pronto lo había sabido. Todo lo bueno tenía su lado negativo. Tendría que aprender a lidiar con eso y mientras más pronto, mejor.
Así que lo decidió. Nadie se acercaría demasiado como para verla vulnerable, proyectaría la imagen que quería proyectar. Ahí estaba el éxito. Ahí estaría su éxito personal. Y, quien lo adivinaría, conquistó a la sociedad italiana siendo así. Las apariencias lo eran todo, no dudaba ni un solo instante de eso.
¿Amor? Bueno, había vivido rodeada de parejas enamoradas su vida entera. Increíbles historias de amor se tejían en su familia, pero ella no les daba mucho crédito. Tendría que buscar alguien exactamente como ella, que pudiera ver más allá pero al mismo tiempo fuera lejano y frío. Que no la limitara ni estuviera preocupado por ella. Que no la siguiera con adoración a cualquier lado. Que no la mirara como si en cualquier momento fuera a ponerse de rodillas y agradecer a los cielos por su existencia.
Por eso, jamás consideraría a ninguno de los hombres con los que había salido. A ninguno que conocía. Pensó por un momento, esos meses pasados, que podría ser Alex Lucerni, pero él tenía otros planes, evidentemente. Quien jamás, jamás... sería Christopher. Nunca sería una buena idea, no que ella lo considerara, claro.
No había manera. Estaba totalmente segura que aún no conocía al hombre que estaba destinado a compartir el resto de su vida (o al menos, esa era la intención). Lo encontraría en el momento adecuado, él sería quien la buscaría. Ella solo tenía que esperar. Como siempre, todo se daría para ella.
–¡Es todo un éxito tu fiesta! –alabó Beth con una sonrisa y Aurora le correspondió con una igual a su prima.
–Gracias, querida Beth –se levantó para recorrer el salón con ella–. Estaba pensando en la gran idea que fue hacerla en este lugar. Quería que fuera diferente, como cada una de las fiestas que he organizado.
–Lo sé, y como siempre, ha sido perfecto –concordó.
–Estoy feliz –Aurora miró por sobre sus hombros y sonrió– no ha faltado nadie.
–¿No? –Beth soltó con tono descuidado– no he visto a Christopher desde que...
–Sí, no se sentía bien –contestó de inmediato–. Tú sabes, los hombres no soportan un pequeño dolor y se comportan como niños.
–Totalmente –asintió dirigiendo su mirada a su prometido, Lucian– sé exactamente a qué te refieres.
Rieron ampliamente y Aurora se disculpó con Beth, al tomar la mano de uno de sus invitados y dirigirse a la pista de baile. No importaba demasiado el que no estuviera divirtiéndose o sintiéndose menos que satisfecha por como habían derivado las cosas en esa noche. Ella sonreiría, bailaría y sería la perfecta anfitriona. Nada menos que eso.
–Eres una mujer hermosa –escuchó Aurora apenas al hombre con el que bailaba. Ni siquiera podía recordar su nombre. Asintió levemente mientras esbozaba una sonrisa cortés. Eso no pareció desalentarlo, pero ella tenía cosas mucho más importantes en su cabeza. Indudablemente, tampoco sería él, el indicado ni se perdería de demasiado al no escucharlo.
Al finalizar la noche, se encontraba sentada en un rincón, contemplando a los empleados del lugar colocar las mesas en su lugar en el salón. Se sentía cansada aunque, después de todo, había sido una fiesta más digna de ser recordada. Eso era todo lo que quería, su deseo de cumpleaños estaba cumplido.
Se levantó con lentitud y recordó que no traía su auto. Quizá podría llamar a su padre, sin embargo no parecía la mejor idea. Seguramente estaría descansando. ¿Qué iba a hacer? No había previsto esto.
No se le daba fácil pedir favores. De hecho, no recordaba haberlo hecho desde hacía mucho tiempo. Suspiró. ¿Qué alternativa tenía?
Marcó. Y esperó. Tres timbres. ¿No pensaría contestar?
–¿Diga?
–Siento llamar tan tarde pero no sabía a quién recurrir y tú...
–Está bien –suspiró Christopher– ¿sigues en la fiesta?
–Ha terminado. ¿Podrías llevarme a casa?
–Estaré en veinte minutos –contestó concisamente y colgó.
Aurora reprimió un mohín. Ese no parecía Christopher. Demasiado cortante... nunca antes la había tratado de esa manera y no estaba segura de que le gustara demasiado. No obstante, tendría que mantener su aplomo habitual y olvidar la manera en que se habían separado más temprano en la noche. Porque necesitaba que él la llevara y no tenía ánimo alguno de discutir con nadie.
No que pensara discutir con Christopher. Nunca lo habían hecho. No importaba lo molesta que estuviera o lo que ella dijera, él siempre parecía estar en calma, como si nada interesara demasiado. Era aburrido. Así de sencillo.
–¿Estás lista para irte? –escuchó su voz aun antes de mirarlo frente a ella. Elevó sus ojos grises y asintió– ¿tienes un abrigo?
–Oh sí –Aurora notó que no lo traía. Christopher se quitó la chaqueta y se la pasó por los hombros– gracias.
–De nada –Christopher no sonrió. Le extendió la mano, para ayudarla a levantarse y continuó caminando, sin mirarla más. Aurora se sintió... extraña.
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Siempre tú (Italia #9)
RomanceAurora Cavalcanti y Christopher Accorsi habían estado juntos y unidos desde que eran unos niños. Las cosas no habían cambiado con el tiempo; en apariencia, el lazo era más fuerte que nunca. Solo que, las apariencias engañan. Y lo que todos ven co...