–Lo peor de todo es que lo sé. Siempre lo he sabido –Caterina lo detuvo con una mano en el aire. Suspiró levantándose y se alejó.
–¡Pero no debería ser así! –Christopher la dejó ir. Era lo que llevaba haciendo desde que habían tenido su primera pelea por Aurora. ¿Qué más podía hacer? No importaba lo que él dijera, mientras Caterina estuviera molesta, no escucharía absolutamente nada.
Y ni siquiera habían cenado. Se quedó mirando la mesa con desconcierto, esperando que de un momento a otro Caterina se materializara de regreso. Aunque, si bien sus pensamientos tuvieron respuesta, no fue Caterina. Aurora...
–¡Christopher! –Aurora se acercó y le besó la mejilla– ¿qué haces aquí?
–Cenando –contestó con desánimo. Elevó sus ojos verdes hacia ella–. Bueno, al menos cenaré pronto.
–¿Solo? –inquirió con sorpresa. Él asintió– ¿por qué?
–Porque no necesito a nadie más para comer, ¿o sí? –intentó bromear, sin embargo Aurora lo conocía. Estaba triste–. Quiero estar solo.
–No, no quieres –se sentó frente a él– ¿no me pides que te acompañe?
–¿Por qué haría...? –Christopher sonrió lentamente. Asintió–. ¿Me acompañarías a cenar, Aurora querida?
–Será un placer –sonrió, ladeando su cabeza–. ¡Oh! ¿Me das un momento?
Christopher asintió, preguntándose hacia donde se dirigía Aurora. Ella se acercó hasta una mesa, donde estaban otras tres personas esperándola. No podía escucharla, pero casi sabía lo que decía. Siempre tan correcta, tan educada y encantadora. ¡Ah, el hombre de la esquina había venido por ella! Pudo notarlo de inmediato en su rostro de desilusión cuando Aurora se despedía. Una pena.
–¿De quién te estás burlando, Christopher? –Aurora clavó sus ojos grises en él–. Tienes esa sonrisa...
– ¿Esa sonrisa? –rió brevemente–. Pues de tu cita. Ha quedado devastado.
–No era una cita –Aurora torció el gesto– y no me mires así. He dejado claro que no era una cita desde el inicio.
–No te miro de ninguna manera –Christopher apretó los labios para evitar una sonrisa que fastidiaría a Aurora.
–¡Por supuesto que sí! –ella entrecerró los ojos–. ¡Ahí está! Vuelves a verme como si me odiaras.
–No te odio –negó con firmeza–. Es solo que no deberías jugar con los sentimientos de los demás. Es peligroso, ¿sabes?
–Yo no... –empezó a rebatir pero se detuvo. ¿Era lo que hacía? ¿Jugar con los demás? Esa era al menos la idea que tenía Christopher sobre ella. ¿Y así se preguntaba por qué él no la quería?–. Es complicado.
–No lo es. Encuentras a quien amar y lo amas. Es de lo más sencillo.
–¡Exacto! Primero debes encontrar a quien amar. Es lo complicado.
–Tú de entre todas las personas no debería tener problemas para encontrar a alguien. Los hombres caen a tus pies.
–¡Christopher, eso es grosero de tu parte! –se quejó Aurora. Él volvió a reír–. No me agrada que te burles de mí.
–No lo hago, Aurora. Es solo que... –por un momento, los ojos de Aurora lo transportaron lejos de ahí. Esas profundidades grises... recordaba verlas fundirse con calidez y pensar que eran los ojos más hermosos que había visto jamás. Eran los de Aurora. Aquella noche, había soñado con ella.
–¿Es solo qué? –sonrió, acercando su rostro a él a través de la mesa– ¿Christopher?
–Es una locura –murmuró con incredulidad.
–¿Una locura? ¡Ahora con más razón debes decirme! –insistió.
–Bien, yo... –cuando miró nuevamente, aquel aire de familiaridad había desaparecido. Quizá todo había sido producto de su imaginación. Suspiró aliviado– ¿te parece si ordenamos?
***
Si había algo que adoraba era su trabajo. Aurora se sentía feliz trabajando en aquella agencia. No solo realizaban eventos sociales y culturales, además de vez en cuando lograba que auspiciaran uno de sus eventos de caridad. Así que no suponía esfuerzo alguno combinar sus estudios, trabajo y obra social en su vida, cada una de esas áreas le daba una alegría inmensa. No se imaginaba dejar una.
Quizá lo único de lo que podría quejarse era de su vida privada. A pesar de que intentaba salir y, durante esos meses, lo había intentado aún con más intensidad, simplemente no pasaba nada. Nada de nada.
Absolutamente... nada. Y, casi podía jurar que sabía la razón. Christopher.
Sin duda, si tenía algo de qué quejarse, era de Christopher. El mismo que había sido su mejor amigo durante la niñez y parte de la adolescencia. Ese Christopher que ahora se había convertido en el hombre que no abandonaba sus sueños y tampoco su realidad.
Cuando no estaba con él, lo extrañaba. Cuando estaba a su lado, se sentía nerviosa y emocionada. Era una locura. Un caos. Un absurdo.
Y no era que él no la quisiera. De hecho, quizás esa era la peor parte. La trataba con cariño, totalmente fraternal. Ni siquiera la miraba como una mujer, sino como una niña. Quizá siempre sería así. Y eso la molestaba. Antes no, ahora sí.
Pero, ¡no! No estaba enamorada de él. Porque eso sería estúpido, ya que él había dejado muy claro que amaba a alguien más. Así que no lo amaba. Solo se sentía muy extraña últimamente. Quizá realmente necesitaba a alguien. No, no a alguien.
A Christopher. Y sí, siempre que se ponía a pensar, volvía a él. Era como una especie de redondel que iniciaba con él y terminaba en exactamente el mismo lugar. Añorando a Christopher y él mirándola como a una hermana.
Lo que siempre había estado bien. Incluso, era lo que había deseado durante todos esos años. Que él no se enamorara de ella, porque no quería romperle el corazón. Buscaba algo más. Y ese algo más, indudablemente no era Christopher. ¿Cómo podía alguien estar tan equivocada? Tan cerca... todo ese tiempo buscando lo que había estado frente a sí toda la vida. No deberían pasar cosas así.
Pero pasaban. Sin pensarlo, sin notarlo siquiera, podía amarse a alguien. ¡¿Es que realmente era posible eso?! No quería creer que durante todo ese tiempo, quizá desde siempre, había amado a Christopher. Quizá por eso no podía mirar a nadie más, nadie era lo suficientemente especial, nadie tenía ese algo que no sabía dónde había visto. Era Christopher. Siempre lo había tenido ahí. Siempre él.
–Aurora, ¿estás lista? –escuchó la voz de Beth. Sonrió–. No quería organizar ninguna fiesta de cumpleaños, pero Lucian no quiere escuchar –se refería a su esposo–. ¿Estarías dispuesta a ser la organizadora? Te pagaré –suplicó.
– Beth, no necesitas pagarme nada. Eres mi prima –acotó, divertida– y me encanta organizar fiestas. Aún recuerdo tu boda, fue maravillosa.
–Porque tú estuviste ahí, vigilándolo todo –soltó con tono agradecido– e insisto en que es demasiado pronto para otra fiesta.
–Tonterías. Nunca es pronto para una fiesta –tomó su cartera y apagó el computador–. ¿Vamos de compras?
–Sí, esas palabras me agradan –Beth la siguió mientras salían de la oficina– ¿y ya no trabajarás? –inquirió. Aurora rió, negando. Salieron.
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Siempre tú (Italia #9)
RomansaAurora Cavalcanti y Christopher Accorsi habían estado juntos y unidos desde que eran unos niños. Las cosas no habían cambiado con el tiempo; en apariencia, el lazo era más fuerte que nunca. Solo que, las apariencias engañan. Y lo que todos ven co...