Capítulo 23

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Christopher asintió distraído. El primer novio de Aurora. El primer novio oficial, al que realmente consideraba así. Estaba sorprendido, era totalmente inesperada confesión. Solo había querido bromear, pero si realmente era su novio... ¿lo amaba? ¿Tan pronto?

–¿Tu novio? –repitió y ella se detuvo. Inspiró hondo y giró–. ¿Qué? ¿Es tan sorprendente que te pregunte?

–No, es sorprendente que te interese –Aurora le apretó el brazo con suavidad–. Christopher, somos amigos. Tú y yo, siempre seremos amigos, a pesar de todo. Pero, no tengo por qué explicarte mi vida privada, a menos que quiera hacerlo –suspiró–; y, la verdad, no quiero hacerlo.

–Pero ¿él? ¡No lo amabas! –Christopher notó la tensión que sentía esparcirse en su interior–. ¿Cómo lo logras? Cambias de un momento a otro, amas un día y al siguiente no. ¡Es absurdo!

–Cálmate, Christopher, querido –soltó en tono suplicante, mirando a su alrededor con discreción– realmente deberías...

–¡No, no puedo entenderlo! Tú no puedes amarlo, no tan pronto, no tan...

–¡Basta! –siseó con furia Aurora–. No tengo que explicarte nada. Ahora, sé bueno y disfruta tu fiesta.

–¿Por qué rayos disfrutaría algo que nunca quise? ¡Fuiste tú quien insistió! ¿Y para qué? ¿Qué haces aquí? ¿Por qué no estás con tu novio?

–Christopher, ¿de qué hablas? –puso en blanco los ojos–. El que tenga novio no tiene nada que ver con esto. Pensé que había quedado claro que te quiero y somos amigos. Para mí, eso no ha cambiado.

–¿No? Pues para mí, ¡sí! ¿Recuerdas que fuiste mi novia? –Aurora abrió desmesuradamente los ojos–. Sí, aun cuando no lo dijéramos así, fuiste mi novia. Y creo que realmente me quisiste, es más, tú me amaste y...

–Christopher, por favor, detente –Aurora cerró los ojos con fuerza– esto no servirá de nada. No cambia nada.

–Aurora, yo... –Christopher elevó sus ojos verdes hacia el rostro de Aurora. La miró con lentitud, intentando leer lo que ella pensaba, descifrar lo que sentía... pero no podía ver nada–. Siempre ocultas bien lo que sientes.

–No, no siempre –susurró ella, con voz quebrada.

Christopher cerró la boca de golpe. El tono de Aurora denotaba dolor, infinito dolor y tristeza. Y eso lo destrozó. ¿Cómo podía él ser tan malo para cada una de las personas que amaba? Solo podía dañar y destruir.

Había dañado a Caterina y ahora intentaba hacer lo mismo con Aurora. Era tan egoísta que quería saber que ella aún sufría por él, que no había dejado de amarlo a pesar de lo que había hecho. A pesar de haberla abandonado...

–Lo siento, yo no debí... –Christopher se disculpó en voz baja.

–No, no importa –Aurora lo miró con entereza, sonriendo como si no hubiera pasado absolutamente nada–. Si quieres marcharte, avísame. Aún no hemos cortado el pastel y sería una pena que se desperdicie.

Christopher observó como Aurora se alejaba, dando instrucciones a uno y otro lado. Era tan típico de ella, podía hacerlo todo y bien. Sin siquiera afectarle nada... aunque eso no era del todo cierto. Había estado mal, por un momento muy pequeño, había estado vulnerable y triste. Él lo había sentido... y la había amado.

Sabía que siempre la amaría, si no podía tenerla, eso no cambiaría nada. Aurora sería la misma y siempre sería ella, en todos los sentidos posibles, a quien amaría.

–Últimamente no pareces el mismo –Christopher giró para encontrarse con los ojos azules de Marcos, a quien no había visto desde la boda–. ¿Estás bien?

–Bien... –intentó ser amable– ¿y cómo te va con el matrimonio?

–¡Excelente! Me encanta estar casado y amo a mi esposa –soltó con orgullo–. Mía es todo lo que soñé, lo que siempre querré para mí.

–Tienes mucha suerte, en ese caso.

–Yo no lo llamaría suerte. Es cuestión de trabajar con empeño por conseguirlo –sonrió con lentitud– no es algo que simplemente se da.

–¿El matrimonio?

–No, el amor. Yo pensé que llegaría y sería increíble. Lo fue, pero no fácil. Nunca es fácil. No si está destinado a durar, de cualquier manera.

–No podría saberlo. Perdí a la persona que amaba.

–¿Realmente? –Marcos arqueó una ceja. Él siempre parecía saber más de lo que decía–. Nada es completamente irreversible.

–La muerte sí lo es.

–Pero, sospecho que ese no es el caso, ¿cierto?

Christopher no pudo contestar, porque llamaron la atención para realizar un brindis. Tomó una copa que le entregaron y escuchó lo que decían sobre él, aunque no le interesaba demasiado. ¿Cómo es que Marcos sabía... lo que sea que supiera? ¿Y era el único?

–Si te pregunto cómo estás, me asesinarás, ¿verdad?

Christopher arqueó una ceja ante el comentario de André. Sin esperarlo, sintió como sonreía divertido al mismo tiempo que ponía los ojos en blanco.

–André, siempre es bueno verte.

–Lo sé, ¿qué sería una fiesta sin mí? –soltó con suficiencia.

–Nada, sin duda alguna –Christopher respondió en idéntico tono, riendo.

–Creo que es la primera risa que vemos en años –Beth habló detrás de Christopher. Él giró–. ¿Estás bien?

André soltó una enorme carcajada mientras Christopher repetía la palabra que ya se le había hecho costumbre: "bien". No decía nada realmente, ni invitaba a que le preguntaran más. Eso era lo perfecto de ella.

–¿Qué espera una persona que alguien responda a tal pregunta? –André cruzó los brazos, en gesto pensativo–. No te deja muchas opciones, la verdad.

–¡Cómo extrañaba escucharte, hermanito! –Beth ironizó con una sonrisa leve.

–Lo sé. ¿Quién no me extrañaría? –André rió y pasó sus ojos grises por todo el salón–. ¿Quién falta aquí?

–Daila –contestó Alex, acercándose con Danaé–. Mi hermanita está fuera.

–Sí, creo que además de ella, no falta nadie más –Christopher miró alrededor–. He quedado en el centro de ustedes, ¿qué pretenden? ¿Haremos algún juego como cuando éramos niños?

–Aún no, falta Aurora –Rose habló, completando el círculo– pero aquí viene.

Traía un pequeño muffin en sus manos, con una vela azul en el centro. La encendió Beth, que siempre lo había hecho al ser la mayor de todos. Cada año, el pastelillo era sostenido por una persona diferente y este año le había sido designado a Aurora. Lo acercó a Christopher, quien cerró los ojos y pidió un deseo mientras todos coreaban una estrofa infantil que habían usado desde una broma que André le jugara a Alex y se había convertido en tradición.

–Es todo lo que quiero –pronunció Christopher, mirando con intensidad a Aurora y abarcó con sus manos las de ella, para sostener juntos el muffin, antes de que ella, incómoda, se lo entregara–. Siempre... tú.

Siempre tú (Italia #9)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora