Dentro de un par de semanas, serían tres meses que había empezado a salir con Aurora. Bueno, por llamarlo de alguna manera. Todo era bastante secreto, procuraban que nadie más lo notara pues no estaban listos para enfrentarse a las preguntas e intromisiones, bien intencionadas, pero intromisiones al fin, de la familia de los dos.
Se sonreían con discreción, su saludo era normal e inclusive charlaban de temas comunes. Hasta que estaban solos. No perdía la oportunidad de robarle un par de besos o de tomarle la mano. Le encantaba la manera en que parecía encajar en la suya, con precisión, con suavidad. Era indescriptible.
Desde el día en que habían visitado a los niños, la había visto desde un cristal completamente diferente. Aurora era más, mucho más de lo que superficialmente parecía. Y eso le fascinaba. Ella le fascinaba.
Se concentró en las cifras que tenía ante sus ojos. Le gustaba la administración y ser gerente financiero de esa compañía era una posición privilegiada que había adquirido hacía poco. Otro motivo más por el que esos meses habían sido irreales.
Todo parecía marchar bien. El mundo estaba en su órbita de nuevo. Él volvía a sentirse como sí mismo después de tantos meses en una cuerda floja. El suelo era firme nuevamente. Sonrió. Nada podría ir mal.
Más aún, porque cada quien parecía estar en su propio mundo, lo que hacía que difícilmente notaran las constantes ausencias de él y Aurora. Bien, tampoco es que eso fuera una novedad. Tenían razón, parecía ser la regla general que ellos estuvieran juntos. Donde uno iba, el otro también.
¿Cómo no lo había pensado antes? ¡Tenía todo el sentido del mundo! Claro que la quería y se preocupaba por ella. Por protegerla y cuidarla. Pero era más, mucho más que eso. Quizá la amaba.
Quizás, y solo quizás, él podría haberla amado siempre. No con esa intensidad claro, porque Caterina había sido importante en su vida y realmente la había amado el tiempo que estuvieron juntos. Inclusive, si ella no se hubiera separado de él, probablemente ya le habría pedido que se casaran.
Le gustaba pensar en él como una persona de compromisos duraderos. Sus decisiones no las tomaba a la ligera y, cuando había conocido a Caterina, se había sentido encantado al instante. ¡Es ella! –había pensado.
Pero probablemente no lo era. Sí, tal vez siempre había estado frente a sus ojos, Aurora. ¿Podría pasar algo semejante?
No lo creía posible. ¿Cómo podría empezar a notar que amaba a alguien por la ausencia de otra persona? No, lo más razonable era que el cariño que los había unido se hubiera convertido en amor poco a poco, sin notarlo siquiera.
Sí, siempre había sido Aurora. Pero en diferente forma. Hacía unos meses, no era ni remotamente romántico su interés. Ahora, bueno, el cambio era notorio.
¿La amaba? ¿Definitiva y absolutamente? ¿Sin duda alguna? Bueno... sí.
Una vez Rose le había dicho que no debería sentirse culpable por empezar a amar a alguien más, porque Caterina ya no era parte de su vida. Y él debía continuar, era el orden del mundo. No podía quedarse esperándola eternamente.
Amar a Aurora había sido natural, correcto, único. Saber que la amaba, sí.
–Señor Accorsi –lo llamaron por el intercomunicador–. Hay una mujer que quiere pasar a verlo.
–¿Quién es? –preguntó con desconcierto. ¿En su trabajo? ¿A punto de salir? No creía que fuera nadie de negocios.
–Ha dicho que su nombre es Caterina –respondió su secretaria. Christopher pidió que la hiciera pasar, sorprendido por la visita.
–¡Caterina, qué sorpresa! –Christopher se levantó y la estrechó entre sus brazos. Extrañado, la separó–. ¿Qué te ha sucedido? Has perdido bastante peso.
–La dieta funciona –sonrió Caterina abrazándolo una vez más–. Te he extrañado, Christopher. Tanto...
–¿Cómo estás? –le indicó el asiento frente a él–. No esperaba verte por aquí.
–Lo sé, casi nunca vengo a tu trabajo –inspiró hondo– solo una vez...
–¡No me lo recuerdes! –rió Christopher, divertido–. Fue una locura.
–Totalmente –Caterina se pasó una mano por el cabello totalmente recogido–. No sabía si venir... lo he pensado mucho.
–¿Por qué? –Christopher intentó aligerar el clima–. El pasado es solo eso. Sin resentimientos, en verdad.
–¿No me odias por desaparecer? –Caterina tensó los labios–. Seguramente ya tienes a alguien más en tu vida.
–Caterina, yo solo...
–No Christopher, no es un reproche –inspiró hondo una vez más, como si le costara respirar–. Solo que, realmente te quería para mí.
–Caterina, tú eres y siempre serás una persona muy especial en mi vida. Puedes contar conmigo para lo que quieras. Siempre.
–¿Lo dices en serio? –sus ojos se llenaron de lágrimas.
– Claro que sí –Christopher se sintió alarmado. Algo no iba bien–. ¿Qué sucede, Caterina? ¿Qué es lo que no me estás diciendo?
–No tengo a nadie más en el mundo que a ti... –su labio tembló–. Sé que no es justo pedirte esto pero, ¿crees que podrías quedarte conmigo por un tiempo?
–No lo entiendo.
–Estoy enferma, Christopher –explicó en un hilo de voz– muy enferma. Lo descubrí un par de días después de nuestra pelea. Había ido por un chequeo de rutina con el médico y... tengo leucemia. No hay nada que pueda hacer.
–Pero... –Christopher abrió la boca con sorpresa–. No puede ser. Tú estás bien, estás aquí, eres tan joven... ¡estás equivocada!
–Christopher, no –negó con lágrimas resbalando por sus mejillas– no hay equivocación alguna. Solo que, es demasiado tarde. Estar aquí supone un esfuerzo bastante grande, estoy agotada –intentó sonreír–; sin embargo, tenía que verte. Es egoísta, ¿sabes? Pero no tengo a nadie más en el mundo...
Christopher cerró los ojos con fuerza. Esto tenía que ser una pesadilla. Caterina en su oficina, diciéndole que estaba enferma. Que no había nada que pudiera hacer. Ella no iba a... ¡No!
Y, era cierto. Ella estaba sola en el mundo. Caterina era hija única y sus padres murieron en un accidente. Los únicos tíos que le quedaban vivían en Estados Unidos. Él era todo lo que tenía. ¡Él!
–Me tienes a mí, Caterina.
–Pero, Christopher yo no...
–Silencio –pronunció en voz baja, junto a ella. Le puso las manos sobre los hombros–. Estoy aquí, contigo. Y siempre lo estaré.
–Christopher, sé que tú ya no...
–Yo te quiero –Christopher la levantó despacio, para mirarla a los ojos–. Siempre te querré, Caterina. Me tienes a mí. Estoy aquí –repetía en voz baja, mientras depositaba un suave beso en su cabello. Ella inspiró hondo–. No te voy a abandonar.
–Sé que no es justo contigo, Christopher. Pero... gracias –lo miró con ojos llenos de cariño–. Te amo, eres el mejor hombre que he conocido.
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Siempre tú (Italia #9)
RomanceAurora Cavalcanti y Christopher Accorsi habían estado juntos y unidos desde que eran unos niños. Las cosas no habían cambiado con el tiempo; en apariencia, el lazo era más fuerte que nunca. Solo que, las apariencias engañan. Y lo que todos ven co...