Capítulo 25

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–¿Se encuentra bien? –Aurora cuestionó, aun cuando era una pregunta carente de sentido por la situación–. Él está... ¿bien, verdad?

–Sí, bueno –Rose bufó con cansancio–. A pesar de todo...

–Lo sé.

–¿De verdad? –Rose abrió sus ojos celestes con suspicacia–. No pareces entender lo complicado de todo.

Aurora cruzó sus brazos en gesto incrédulo. ¿Cómo no lo entendería? Christopher estaba sufriendo porque había perdido a la mujer que amaba. Y ella, bien, no tenía mucho que hacer al respecto. No importaba cuánto lo... bueno, lo que sintiera por él, no tenía lugar en esa discusión.

–Christopher ha decidido tomarse un tiempo libre –continuó Rose como si nada– ha sido mi sabio consejo, por cierto. Está en una casita en la playa...

–¿La playa? –Aurora se sorprendió por la revelación. Todos sabían que a Christopher le encantaba la playa, pero después de las últimas vacaciones que él había tomado con Caterina, no estaba segura de que ese fuera el mejor lugar.

–Sí, la playa –confirmó con una gran sonrisa. ¿Acaso Rose no tenía idea de lo que había hecho? ¡Christopher solo en una casa de playa!–. ¿Qué sucede?

–Debo ir con él –se levantó de golpe–. ¿Tienes la dirección?

–Pero... Aurora... –soltó con confusión. Sin embargo, de inmediato tomó una tarjeta de su bolso– aquí tienes.

–Gracias –elevó la mano en despedida y fue hasta su departamento. No necesitó ver la sonrisa de satisfacción de Rose para saber que todo había sido deliberadamente planeado. Y ella, había caído en la trampa.


***

Las olas rompían en la orilla con rítmica lentitud, lo que contrastaba con los días anteriores, donde un par de tormentas habían hecho su aparición. Christopher se encontraba sentado sobre la arena, con la mirada fija en el horizonte, intentando encontrar al sol que en cualquier momento haría su aparición. El amanecer... un nuevo día. Igual que los demás. Gris.

Nunca antes había asociado directamente el color gris con la tristeza, sin embargo ahora le sucedía con frecuencia. Y empezaba a pensar, que no era una coincidencia que aquellos ojos que invadían sus escasas horas de sueño tuvieran aquel color.

Los ojos más hermosos que había visto en su vida. Solo... ella.

La brisa marina le golpeó el rostro con levedad y cerró los ojos, intentando recordar el momento en que se había enamorado tanto. ¿Cómo había pasado de amar a Caterina al punto de pretender casarse con ella, hasta amar a Aurora como si no existiera un mañana? Porque la amaba. Y no podría dejar de hacerlo. Y, la verdad, no quería dejarlo.

Era lo único que tenía. Recuerdos. Y, a pesar de estar en la playa, sentía las montañas a su alrededor, el lago cercano y sus labios acercándose a los de Aurora, en lo que sería el primer beso que le había dado. La había amado. No podría haber sido de otra manera. Quizá, ya la amaba antes.

Absurdo e imposible. Así eran las cosas entre ellos. No existía un futuro, no podía.

Se levantó despacio para tomar el camino de regreso a la casita. A esa hora, la playa estaba vacía y ya no le entusiasmaba en modo alguno esperar al amanecer. ¿Para qué? No tenía caso alguno. Estaba solo y la llegada de un nuevo día no cambiaría eso. De hecho, nada lo haría.

–No es cortés que abandones tu casa en la madrugada y dejes a las visitas esperando en la puerta –pronunció Aurora en voz alta, para llamar la atención de Christopher, que venía cabizbajo en su dirección. Tuvo que gritarlo para hacerse escuchar a través de la distancia y el sonido del mar.

Los ojos verdes se agrandaron con sorpresa ante el sonido de la voz de Aurora. Ni siquiera se atrevía a mirar, temía descubrir que se estaba volviendo irremediablemente loco. Inspiró hondo, cerró los ojos por un momento y continuó caminando, evitando mirar al frente.

–¡Christopher! –Aurora bufó cruzando los brazos– ¿qué es lo que...?

Todo sucedió muy rápido. Ella no había terminado la frase y Christopher se encontraba a su lado, después de una carrera presurosa, y la atrapaba entre sus brazos con fuerza, aferrándola contra su cuerpo.

–No podías ser una alucinación –explicó Christopher en su oído, con la voz agitada– en mis sueños, tú no soltarías el aire de esa manera.

–Yo no... –protestó Aurora sin fuerza. La verdad, se sentía tan bien en los brazos de Christopher, que poco le importaba no entender lo que decía. No había remedio. Lo amaba. No parecía haber una posibilidad de cambiar aquello.

–Resoplaste, claro que sí –apoyó la frente en la suya– estás aquí. Realmente, estás aquí –le recorrió el rostro con la mano, suavemente– eres tú.

–Sí, soy yo. Y tú me estás asustando, Christopher –Aurora se separó para mirarlo largamente– ¿estás bien?

–Ahora lo estoy –contestó. Y no pudo evitarlo. La besó.

Fue un beso desesperado, lleno de ansiedad, con un toque de torpeza y que duró solo unos instantes, antes de que Aurora diera un paso atrás con firmeza, para alejarse de él.

–¿Por qué has hecho eso? –susurró Aurora con sus ojos grises llenos de confusión– ¿por qué, Christopher? No era necesario que tú... yo solo...

–¿Por qué estás aquí, Aurora? –la esperanza brillaba en sus ojos verdes–. Has venido por... mí.

–Yo... –suspiró hondo– creo que necesitamos hablar.

–Esa frase nunca viene acompañada por algo positivo –murmuró Christopher, conduciéndola suavemente hacia el interior de la casita de playa.

–Soy terriblemente descortés por presentarme aquí, sin invitación, tan temprano... sin embargo, traigo algo para ti –Aurora elevó una bolsa que tenía en la mano–. Comida, sé que la necesitas.

–¿Comida? ¿Crees que estoy en un desierto o...?

–No, pero dudo que hayas comprado algo decente para comer. Así que prepararemos algo para comer mientras hablamos.

–Si no tengo otra alternativa...

–No –zanjó con firmeza y se dirigió hasta la cocina, seguida por él– ¿café?

–¿Por qué no?

–Christopher, no... –Aurora giró, para encontrarse con aquellos ojos verdes a centímetros de ella. Así, tan cerca, casi podía olvidar todo el tiempo que había transcurrido desde que se había enamorado de él.

–¿No? ¿Qué? –la acorraló con los brazos contra la mesita de la cocina.

–Estás demasiado cerca –soltó con sequedad. Intentó apartarse pero él le tomó de la mano con firmeza– ¿qué crees que estás haciendo?

–Sosteniéndote –sonrió como un niño. Aurora puso en blanco los ojos–. Me encanta cuando pierdes la paciencia. Te ves tan...

–¿Humana?

–Diferente –Christopher le besó en la comisura de los labios– como mi Aurora.

Siempre tú (Italia #9)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora