Capítulo 6

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Christopher dejó la pequeña maleta de viaje en la entrada del departamento. Estaba bastante agotado y, observó el reloj, una ducha y una siesta no le vendría nada mal. Después de todo, no era como si tuviera un compromiso previo, o al menos eso le parecía. El mensaje que tenía en la contestadora era fríamente cortés y él puso los ojos en blanco.

–Hoy no, Aurora –se pasó una mano por el cabello negro, suspirando. No quería terminar tan pronto con el recuerdo de unos días maravillosos. Y no, no era que odiara a Aurora ni nada parecido. Ciertamente la quería, pero a veces era tan difícil recordarse por qué la quería... simplemente era complicado. Ella era complicada.

Cuando habían sido niños, todo había sido simple. Christopher era un pequeño que venía de un entorno difícil. Había perdido a su padre y a su madre no le interesaba él, por lo que estaba solo. Fernando y Carolina se habían vuelto sus padres, Fernando había sido desde el inicio más que el primo de su padre. Los adoraba, pero eso no le quitaba la sensación de que él había sido rechazado de alguna manera. Su madre seguía viva, o al menos eso creía, aunque no le había interesado saber de él. No podía contar haberla visto más de dos veces mientras era un adulto.

Siendo así, cuando niño había sido reservado y distante. No le gustaba demostrar apego hacia nada ni nadie, pues temía que al final lo perdería. Y había aparecido Aurora... junto con Rose, Marcos, Alex, André, Danaé y Beth. Habían sido unos niños extraordinariamente divertidos y cada reunión de sus familias era esperada con ansiedad por Christopher. Más que nada por ver a Aurora, dado que ella había sido amable con él desde el inicio.

Había hablado de cada una de sus familias, como si fuera toda una adulta y él se sentía fascinado escuchándola. Dirigía los juegos y reía a menudo, todos parecían escuchar y seguirla, por lo que Christopher había sido bienvenido muy pronto cuando Aurora lo acogió con cariño. De hecho, en esos primeros años no recordaba nada más que Aurora riendo con él, haciendo travesuras juntos o contando historias de los bailes a los que asistiría cuando fuera una adulta. Fascinado... no empezaba a describir como se sentía a su lado. Simplemente era ella y... bueno, todo había cambiado cuando fueron adolescentes.

Aurora dejó de ser la niña amable y dulce que siempre había estado pendiente de los demás y que todo saliera como planeaba. Seguía buscando que todo fuera como ella deseaba, pero se volvió impasible y lejana; mientras más hermosa se volvía, su belleza la volvía inalcanzable. Como si estuviera hecha de alguna clase de metal precioso, hermoso no obstante frío.

Él había amado a la niña que siempre tenía una palabra dulce para alegrar su corazón y sabía que en alguna parte, Aurora aún era así. Por lo que había continuado siendo parte de su mundo, su amigo... y ella, no lo veía así.

¿Por qué seguía siendo su amigo? Ahí estaba la razón, una tan fuerte que lo llevaba a acudir a ella una y otra vez. La quería mucho y le agradecía, en cierta manera, el hombre que era hoy. Pero había días... simplemente, irritantes.

Se terminó de duchar y dudó si debía llamar o no a Aurora. Quería verlo... ¿para qué esta vez? ¿Necesitaba que la lleve a algún lugar? ¿Qué sea el tercero en su cita?

–¿Diga? –se escuchó la suave voz de Aurora.

–Aurora, recibí tu mensaje –dijo Christopher, después de saludarla.

–¡Christopher! Pensé que ya no llamarías.

–Pues, aquí estoy –contestó, aunque no era necesario– ¿pasa algo?

–Sí, quiero que me acompañes a comer. ¿Tienes tiempo?

¿Y cuándo te ha detenido eso? –pensó Christopher poniendo los ojos en blanco. Generalmente, parecía que Aurora no se daba cuenta que los demás tenían vida y no todo giraba en torno a ella.

–No demasiado, estoy algo cansado.

–Oh, qué lástima –Aurora parecía realmente decepcionada. Christopher suspiró– ¿estás seguro que no puedes tomar ni un café conmigo?

–Está bien, un café –accedió con rapidez, porque ya se estaba arrepintiendo.

–Un café entonces será –asintió y Christopher podía imaginarla sonriendo por su tono. Curiosa imagen.

Tras colgar, se vistió con lo primero que encontró cerca y sacudió su cabello, en un vano intento de secarlo. Se dirigió hasta la cafetería que Aurora había indicado.

Ella ya lo esperaba, sentada con elegancia mientras paseaba su mirada por una revista. No pudo evitar una sonrisa, al recordar las historias que constantemente le leía de uno de los libros de relatos infantiles que solía llevar.

–Hola, Aurora –Christopher se acercó y le besó la mejilla–. Lo siento –pasó un dedo por su mejilla, donde una diminuta gota de agua se había deslizado desde su cabello– acabo de salir de la ducha.

–Ya veo –murmuró Aurora pero le mostró una sonrisa cordial–. Te ves bien, Christopher –comentó, con sus ojos grises extrañamente cálidos.

–Gracias, tú te ves perfecta como de costumbre –pronunció, más por costumbre que nada. Aurora asintió imperceptiblemente–. ¿Te parece si ordenamos? –cuestionó, pues quería terminar con la reunión lo antes posible.

–Por supuesto –Aurora tomó el menú que les ofrecían y se puso a revisarlo, sin interés alguno, pues sus ojos no podían retirarse de Christopher.

¡Era Christopher, por Dios! ¿Cuántas veces lo había visto de cerca? ¿Cuántas veces lo había besado en la mejilla? ¡Era él! Nadie extraordinario. Y sin embargo... sus ojos grises no podían abandonar la leve curva de su boca, como si quisiera sonreír todo el tiempo; la suavidad de su mirada deslizándose entre las letras del menú, podría mirar aquellos ojos verdes y sin palabras, sabría qué era lo que lo entusiasmaba ahí y que no; y, ¡su cabello! ¿Siempre había sido así de negro? Quizá solo era el agua que le daba un efecto increíble, pero... ¿Cuándo Christopher se había convertido en el hombre increíblemente atractivo que tenía frente a sí?

–¿Sucede algo? –habló Christopher, elevando sus ojos hacia Aurora, que lo miraba con fijeza–. Estoy listo, dime que es lo que necesitas.

–¿Qué necesito? –preguntó desorientada. Christopher asintió–. Ah... ¿por qué he querido verte?

–Sí, imagino que hay una razón.

–Sí –confirmó Aurora, aunque no tenía ni idea de la razón que la había traído hasta ahí. Excepto mirarlo, quizás esa era una muy buena razón.

–Entonces... –la instó a continuar Christopher, pues Aurora no parecía muy dispuesta a hablar.

–Oh sí, claro –pestañeó varias veces y carraspeó un poco. Christopher lucía divertido– ¿por qué tan feliz?

–Por ninguna razón en particular –se encogió de hombros–. Me encanta mi vida, he llegado de unas vacaciones maravillosas y estoy enamorado. ¿Qué otras razones mejores para ser feliz?

Aurora lo miró atentamente. Enamorado... bueno, lo había imaginado. Él parecía esa clase de hombre, pero hasta ahora no le había interesado demasiado en realidad. ¿Por qué ahora se sintió repentinamente dolida? ¿Traicionada? ¡Ellos nunca habían tenido nada!

–Sí, todas muy buenas razones –contestó con su mejor tono diplomático. Era absurdo pensar que a ella podría dolerle algo así. Quería a Christopher y la hacía feliz verlo feliz, ¿cierto? ¡Por supuesto que sí! Era un amigo muy querido, solo eso–. ¿Tu novia, imagino, Catherina?

–Sí, la amo –Christopher ladeó la cabeza–. Ahora... ¿qué nos trae hasta aquí?

–Necesitoque me acompañes a un evento –solicitó. Christopher entrecerró los ojos–. Te lo prometo, me comportaré –eso hizo que él sonriera y asintiera. Por un momento había vislumbrado a la niña traviesa que ella había sido alguna vez, haciendo su propuesta irresistible.   

Siempre tú (Italia #9)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora