Si los demás lo habían escuchado, hicieron como si nada extraordinario hubiera sucedido. Empezaron a felicitarlo y alejarse con discreción. Aurora miró a Christopher, sosteniendo el pastelillo con la solitaria vela. Sus ojos verdes irradiaban algo indefinible, que provocó escalofríos en todo su ser. No había encontrado en toda su vida alguien que la mirara como Christopher lo hacía.
–Aurora, yo te...
–Lo siento Christopher, pero no puedo hacerlo –se soltó de él, caminando rápidamente hacia fuera. Él se quedó desolado, mirando fijamente el lugar por el que Aurora había desaparecido. Era lo mejor, la única manera en que podía terminar. De nuevo. Sin siquiera haber iniciado... y, aun así, la seguiría amando. A pesar de que, quizás ahora, ella ya no.
***
El aire frío le golpeó el rostro con furia, provocando que su cabello negro se despeinara con rapidez. Elevó sus ojos verdes hacia el cielo gris, que parecía muy apropiado a su estado de ánimo. Los cerró brevemente, quizás era tiempo de volver a la rutina, a la vida real.
Miró su reloj. Quizá no. Apenas había estado tres horas y ya quería volver a su lugar de trabajo, lo que fuera necesario para no pensar. Es que no tenía sentido alguno, no había más que dolor y soledad esperándolo.
Podría huir. No sabía en qué lugar del planeta la soledad no lo encontraría, pero si existía tal lugar, él quería ir. Todo iba mal. Nada mejoraba, todo era tan... vacío.
Pensó en Caterina. Habían pasado por una playa similar en las últimas vacaciones que habían tomado. Bien, era totalmente diferente. Aquel lugar había sido cálido, soleado y él había reído la mayor parte del tiempo. Había sido feliz...
Había perdido a las dos mujeres que alguna vez había amado. Caterina había muerto y Aurora... ella, simplemente, lo había superado.
Se habían encontrado en la fiesta de cumpleaños de André, el primo de Aurora, hacía unos días. Se veía preciosa, radiante y perfecta, en compañía de su novio, Ryan, quien ahora no la dejaba ni un solo instante. Escuchó una broma compartida entre André y Alex acerca de que Aurora lo había reemplazado por Ryan, haciendo referencia al pasado, cuando él estaba todo el tiempo con Aurora. Siempre para ella. A su lado. Tan... incluso eso, lo extrañaba. Cuando no conocía a la verdadera Aurora, solo la fachada ante los demás, le hacía falta.
No necesitó más que una mirada para saberlo. Ella era feliz, sin él. Con Ryan.
Así supo que debía dejarla ir. De su mente, de su corazón, de su vida. Esta era la realidad y Aurora no volvería. No lo necesitaba, ni siquiera su amistad ahora. Nada. Y no podía culparla, había intentado hablar con ella, sin embargo su manera cortés de tratarlo... había algo que simplemente lo desconcertó, no había sido fría con él ni había existido emoción como en su fiesta de cumpleaños, simplemente había sido cortés, indiferente. No podría soportarlo. Debía olvidarla.
Recogió una concha marina, la observó por un momento y la arrojó al mar. Se perdió al instante, entre la furia de la marea, que empezaba a subir. Algunas veces solo deseaba desaparecer... si tan solo todo fuera tan fácil...
Pero no lo era. Sabía, en su corazón, que a dónde quiera que fuera y el tiempo que se alejara, no serviría de nada. El dolor, la tristeza, la decepción, la soledad... seguirían ahí, esperándolo, aguardando por él, entre las sombras, acechándolo en búsqueda de consumirlo completamente.
Estaba agotado de luchar. No quería hacerlo más. No valía la pena, no tenía razón alguna para hacerlo. Ni una sola.
Alcanzó una pequeña casa alquilada, el regalo que le había hecho Rose en su cumpleaños. Quizá pensó que necesitaba estar solo, con sus pensamientos y el mar le había parecido una buena idea. Él no lo creía tanto. Estaba solo en cualquier lugar, no necesitaba dejar la ciudad para sentirse así.
Imaginaba que la intención era buena. Alejarse del entorno que lo rodeaba, debería ayudarlo a ahuyentar los fantasmas de su vida. Si tan solo lo lograra... si hubiera una manera de superarlo.
Cerró la puerta tras de sí, con un movimiento suave. Adentro, el silencio era aún más aplastante que en el exterior. No se sentía consolado por el sonido del mar y, definitivamente, no entendía por qué no podía siquiera escucharlo. Ni el mar, ni las gaviotas, ni la lluvia que arreciaba la cabaña. Él no escuchaba nada...
***
–No, ahora no... –Aurora giró un poco en su silla– ¿por qué querría posponer el pedido de luces para enero? ¡Diciembre, Navidad! –suspiró–. Está bien, pero en la tarde, de lo contrario, el día de mañana buscaré otro proveedor.
Colgó y cruzó los brazos con fastidio. Las luces navideñas habían sido pedidas con anticipación, bastante, para poder decorar uno de los jardines en que se llevaría a cabo una celebración de navidad de la ciudad. Pero, eso no había impedido que las luces no llegaran a tiempo. Y las necesitaba... ¡ya!
Inspiró hondo, intentando pensar en alguien que pudiera ayudarla. Conocía a muchas personas, podría conseguirlas si tuviera que hacerlo. Lo haría.
–Hola, Aurora –escuchó en la puerta y miró. Su secretaria no estaba en su lugar y había dejado la puerta abierta– ¿puedo pasar?
–¡Rose! Claro, pasa por favor –Aurora se levantó para darle la bienvenida–. Qué gusto verte. ¿Qué haces por aquí?
–Pasar a visitarte... ¿está todo bien? –la miró con atención.
–Sí... no... –suspiró–. Necesito cientos de luces para una decoración navideña. ¿Quizás a tu duque le sobren algunas de su enorme palacio?
Rose hizo un mohín y Aurora sonrió divertida. No podía creer que Rose, quien siempre había sido algo rebelde con el protocolo y etiqueta, se hubiera enamorado de un noble y ahora tuviera que aprender y aplicar eso, forzosamente.
–Ian no vive en la Casa Ducal –aclaró ofendida Rose– y dudo que si así fuera, tuviera cientos de luces navideñas.
–Había que intentarlo... –se encogió de hombros.
–¿Podríamos tomar un café? No sé cuánto tiempo te quede para la hora de salida.
Aurora clavó sus ojos grises en Rose. En toda su vida, no recordaba haberla visto vacilante ni una sola vez. Y ahora lo estaba. Nerviosa. ¿Por qué sería?
–Solo dejaré una nota, para atender la llamada que estoy esperando. ¿Es respecto a tu boda? –inquirió con curiosidad.
–No exactamente.
Aurora arqueó una ceja interrogante, esperando que añadiera algo más. Pero Rose desvió sus ojos celestes, hacia la ventana, evitando mirarla.
–Podemos irnos –anunció Aurora, pasados un par de minutos.
Caminaron en silencio hasta una cafetería cercana, la que era bastante ruidosa en otras horas del día, sin embargo aquella tarde en particular, se encontraba tranquila. Tras ordenar, se sentaron en un rincón, alejadas de las demás mesas.
–Empieza Rose, estoy muriendo de curiosidad –Aurora esbozó una sonrisa amable–. No es normal que estés tan callada.
–¿Estás insinuando que hablo demasiado? –Rose hizo un mohín, que abandonó de inmediato–. De cualquier manera, tengo que decírtelo, así que lo haré rápidamente.
–Estoy esperando escucharlo... –esbozó una media sonrisa Aurora.
–Es... –suspiró y sus ojos celestes la miraron con tristeza– es Christopher.
Aurora clavó sus ojos grises de inmediato en el rostro de Rose. ¿Había pasado algo?
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Siempre tú (Italia #9)
Roman d'amourAurora Cavalcanti y Christopher Accorsi habían estado juntos y unidos desde que eran unos niños. Las cosas no habían cambiado con el tiempo; en apariencia, el lazo era más fuerte que nunca. Solo que, las apariencias engañan. Y lo que todos ven co...