Capítulo 20

5.3K 701 13
                                    

Christopher empacó los objetos uno por uno, metódicamente y de un modo totalmente automático, inconsciente de lo que sucedía a su alrededor. El tiempo era una noción que había perdido sentido para él. No sabía qué día era o qué se suponía que tendría que estar haciendo en esos instantes. Le pareció una buena idea aquello que había estado postergando... ahora ya no parecía tan buena.

Cerró los ojos por un instante, solo el tiempo suficiente para inspirar hondo y continuar. No tenía caso no terminar hoy. Sabía que al minuto, hora, día o mes siguiente... no sería más fácil.

Selló la última caja y cayó sentado en la mitad de la habitación. No parecía el mismo lugar... se sentía vacío. Frío. Era doloroso.

En la caja que quedaba abierta, la más pequeña de todas, contenía objetos que para nadie más que ellos tendría sentido. Caterina...

Había conservado cada una de las cartas que él había escrito durante sus años de noviazgo. Todo había empezado como una broma, la respuesta que él le había dado a la opinión que Caterina expresara sobre el romanticismo del pasado. Efectivamente, al día siguiente de que ella lo dijera, Christopher le había escrito una carta y se la había guardado en el bolso. A la tarde, Caterina se había echado en sus brazos, diciendo que era lo más romántico que nadie había hecho por ella. Y fue así como se hizo una costumbre, le escribía cartas de vez en cuando, sobre todo si habían discutido, pues Christopher descubrió que, sorprendentemente, poner en papel sus sentimientos era más fácil que decirlos. Y, generalmente, ayudaba mucho en sus discusiones. Era como una bandera de rendición en medio del conflicto.

Se levantó de golpe. Eso había terminado. Había perdido a Caterina, tal como sabía que pasaría pero no había querido aceptar. Por supuesto que la amaba, la había amado durante tanto tiempo que dejar de hacerlo había sido absurdo, sin sentido. No obstante había pasado. Él se había enamorado de Aurora y, pese a todo, la amaba. Solo que eso no importaba. No podría tener a la mujer que amaba así como no había podido conservar a la mujer que amó.

Se sentía el hombre más solo del mundo. Quizá tenía a su familia, sin embargo ni siquiera se había atrevido a contarles lo que había sucedido. Solo Rose lo sabía y tenía mucho tiempo que no hablaba con ella. Esos últimos meses habían sido... difíciles. Dolor e impotencia. Ver como la vida se deslizaba de Caterina lentamente... hasta que no había quedado nada.

Había terminado. Ella ahora podía descansar, sin dolor ni sufrimiento. Él hubiera querido también lograr un estado parecido, paz... pero no. Su abatimiento estaba ahí, más presente que nunca. Estaba solo. Absolutamente, solo.

Cerró el departamento que había pertenecido a Caterina y entregó las llaves. Había donado ya el dinero de los bienes que ella había poseído, tal y como había sido su última voluntad. Se encontraba exhausto y lo que menos quería era regresar a su departamento, que ya no se sentía como suyo. Había pasado tanto tiempo fuera de él que parecían siglos desde la última vez.

El ambiente estaba pesado y vacío. O quizás era él mismo, porque en todo lugar parecía sentir lo mismo. Exactamente lo mismo... nada. Una opresiva... nada.

En el funeral había estado solo. La escasa familia de Caterina no había podido viajar y él se había encargado de todo. Pocas personas y de su parte, solo había avisado a Fernando y Carolina, sus padres. No quería compartir su dolor con nadie más. ¿Con qué razón? Prefería que no.

Entendía un poco a Caterina ahora. Ella no quería lástima, él tampoco. Solo estar solo. O quizá no. No lo sabía.

La máquina de mensajes parpadeaba. Escuchó la voz de Rose, preguntando dónde estaba y pidiéndole que hablaran con urgencia. El segundo mensaje, era la misma Rose, pero se escuchaba totalmente tranquila y feliz.

La llamaría más tarde. No tenía ánimo para escuchar de la felicidad de nadie, por mucho que fuera una de sus mejores amigas. Ahora mismo, no. No quería preguntas. No quería dar explicaciones. Solo era su pérdida. Solo suya.

Se recostó, intentando ubicarse en el tiempo. Un nuevo mensaje, de su padre, preguntándole dónde estaba y avisando que estarían esperándolo por si quería hablar. No, no quería. Quería estar solo. Ellos deberían saberlo y dejarlo tranquilo.

Al despertar, su cabeza martilleaba sin cesar, justamente al ritmo del timbre que sonaba en ese instante. ¿Se había quedado dormido? ¿Durante cuánto tiempo? ¿Era de día o de noche? No podía saberlo, había corrido las cortinas y todo se encontraba en penumbra.

Abrió de mala gana, esperando que quien hubiera timbrado ya no se encontrara en la puerta. ¿Quién rayos podía ser? No hace mucho que había regresado a su departamento y nadie lo sabía, ¿verdad?

–Hola, Christopher –pudo adivinar que decía, porque realmente no podía escucharla. La recorrió con la mirada, intentando enfocarla. Se sentía extraño.

–Aurora... –susurró, a modo de saludo. ¿Realmente era ella? ¿Qué hacía ahí? ¿Estaba soñando, quizás?

–Christopher –ella repitió, con tono preocupado– ¿estás bien?

Aurora clavó sus ojos grises con insistencia en él. Casi no lo había reconocido. ¿Era Christopher? ¡¿Qué le había pasado en esos meses?! Indudablemente, no era el mismo hombre que había visto la última vez, en la boda de Marcos. Este Christopher se veía cansado, demasiado delgado y con unas marcadas ojeras. Su rostro denotaba abatimiento y derrota. Sintió como su corazón se resquebrajaba ante aquella imagen. ¿De qué se había perdido?

–Estoy bien, Aurora –contestó él, entrecerrando los ojos–. ¿Qué haces aquí?

–Yo solo... –vaciló. Christopher apretó los labios, en gesto severo. ¿Acaso alguien le había dicho lo de Caterina y estaba ahí por compasión?–. Bien, no sé qué te pasa pero... es tu cumpleaños la siguiente semana, ¿recuerdas?

–¿Eso qué tiene que ver contigo? –no quería ser duro, pero no quería hablar ni ver a nadie. Mucho menos a Aurora. En su presencia, casi podía sentir que todo el dolor remitiría, si solo la tomaba en brazos. Y no, eso no podía ser.

Aurora no ocultó su sorpresa por la pregunta tan brusca. Miró por un momento al suelo, antes de volver sus ojos grises a él.

–Siempre he organizado una pequeña reunión por el cumpleaños de cada uno de nosotros. No me pareció prudente negarme a hacerlo igual este año, ya que contigo todo está en el pasado. Pero, si hay algún problema o te incomoda, le diré a Rose que venga y hable...

–No, no quiero ninguna reunión.

–¿Por qué no? –Aurora torció el gesto– ¿es porque yo estoy aquí? En verdad, ni siquiera notarás que estoy ahí.

–Siempre noto cuando estás ahí –Christopher soltó en tono bajo–; y, no te molestes en organizar nada, no iré.

–Eso es un poco grosero, Christopher –regañó–. ¿Acaso no somos amigos?

–No –pronunció con frialdad.

–No merezco esto –ella negó brevemente– pero está bien. Si así quieres que sea, no vayas. Igual la organizaré.

–¿Una reunión por mi cumpleaños sin mí?

–Si así lo quieres –se encogió de hombros.

–Yo... –Christopher inspiró– que sea algo pequeño e íntimo.

–Bien –Aurora intentó sonreír– ¿irás acompañado, cierto?

–No –elevó sus ojos verdes llenos de dolor–. Estaré solo.

Siempre tú (Italia #9)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora