Aterrada. Así era como se sintió cuando Christopher le preguntó qué sucedía. ¿Qué era lo que él veía? ¿Lo notaría? Bueno... ¿qué notaría? Inspiró hondo, intentando ordenar sus pensamientos.
–¿Quieres ir a casa? –le pasó la mano con delicadeza por su rostro–. Te ves algo pálida y... ¿tienes frío? –mientras lo decía, le colocó la chaqueta que él llevaba sobre los hombros–. Creo que es mejor que vayamos a casa.
–Estoy bien, gracias –sonrió, pero no se desprendió de la chaqueta de él, como pensó que lo haría. Es que Aurora había temblado por su contacto en la piel. La había quemado. Como si fuera fuego y ella hielo.
Christopher la observó por un minuto completo, recorriendo con sus ojos verdes cada centímetro del rostro de Aurora. Generalmente era hermosa y fría. Cuando esa máscara caía, que últimamente era cada vez menos frecuente, era totalmente perfecta, no iba a negarlo. Pero parecía estar bien; y sin embargo, quizá debería descansar. La había visto con las demás personas del comité y parecía que ella había liderado la mayoría de la labor, debía estar agotada.
–Vamos a casa –repitió él, no obstante esta vez no era una pregunta. Colocó la mano en su espalda, empujándola con suavidad a la puerta que los conduciría al exterior. Aurora no protestó. No quería que él se alejara.
El regreso a la Mansión Cavalcanti fue silencioso. Aurora se arrebujó en la chaqueta de Christopher, dejando su abrigo de lado y aunque seguramente resultaba más que curioso, él no lo había comentado. Se sentía tan tonta. Pero no podía evitarlo. Y, en verdad que era irónico, él tan solo era Christopher.
A la vez, no era tan solo él. Ya nunca más. Quizá siempre había sido él. ¿Podrían haberlo visto todos menos ella? ¿Menos él? Porque sin duda alguna, Christopher no pensaba de esa manera respecto a ella.
¿Desde cuándo a ella, Aurora Cavalcanti, le importaba lo que pensara Christopher Accorsi acerca de sí? ¡Era tan absurdo!
–¿Qué es lo que sucede? –Christopher la miró de reojo–. Has bufado –explicó.
–Yo no he hecho tal cosa –negó rápidamente. Él sonrió divertido–. ¡No lo he hecho!
–Y ahora estás haciendo una escena... aunque estamos solos, curiosamente, no es necesario hacerla.
–Yo no hago escenas, Christopher.
–No, claro que no. Siempre estás muy calmada, muy fría.
Aurora clavó sus ojos grises en el perfil de Christopher. ¿Fría? ¿Por qué decía eso? Nunca antes lo había notado, pero él sí se lo decía con frecuencia. Ahora sin embargo, eso la molestaba enormemente. ¿Cómo se atrevía...? ¿Realmente pensaba eso? ¿Qué ella no era capaz de sentir nada?
–Lo has vuelto a hacer –contuvo una risita Christopher.
–No te atrevas... –lo amenazó siseando– esto es increíble.
–¿El qué? –estacionó el auto frente a la Mansión y pasó sus ojos verdes por el rostro de ella–. ¿Aurora, qué es lo que sucede?
–Nada, absolutamente nada –se cruzó de brazos– estoy cansada, imagino.
–Quizá sea eso, entonces –asintió y abrió la puerta.
–Christopher... –llamó en voz baja.
–¿Sí? –él giró, con una pequeña sonrisa. Aurora suspiró.
–Te quiero –pronunció con lentitud.
–Yo también te quiero –le acarició levemente la mejilla y se bajó del auto.
–No de la misma forma –murmuró Aurora mientras él le abría ya la puerta–. Gracias Christopher, muy amable.
–De nada, pequeña caprichosa –la fastidió con una risita.
–Oh, no te burles de mí –lo golpeó con levedad el pecho, provocándole varias risas más– ¿te divierto?
–No te haces una idea –sus ojos verdes brillaban bajo la luz de la luna–. Eres increíblemente divertida.
Había algo en la manera que lo había dicho que provocó miles de escalofríos en su cuerpo. ¡Estaba volviéndose loca! Era Christopher, estaba enamorado de alguien más; y ella, absoluta y definitivamente, no lo amaba.
–El sentimiento es mutuo –respondió con una sonrisa que salió ficticia. Christopher negó levemente y le ofreció el brazo. Aurora lo tomó para avanzar hasta la puerta de la Mansión–. Espera –empezó a quitarse la chaqueta de él.
–No, déjatela –se encogió de hombros mientras con sus manos la colocaba de nuevo en ella–. Creo que a ti te sienta mucho mejor.
–Christopher... –susurró y sin notarlo deslizó su mano por la mejilla de él– eres increíble. Gracias.
Él carraspeó, incómodo, asintió y se alejó. Aurora se preguntó si había ido algo mal.
Recostado en su cama, Christopher no lograba pensar en nada más que Aurora mientras se despedía de él. Había algo diferente en ella, sin duda alguna. Durante toda la noche, simplemente había sido diferente. Mágica. Como antes.
Y ese era un sentimiento extraño. Rara vez se detenía a cuestionarse lo que sentía por alguien de su familia; y, aunque no los uniera lazos sanguíneos, Aurora era parte de su familia. La quería. Adoraba verla feliz. Haría lo que fuera por ella. Sí, pero así mismo lo haría por Rose o Danaé, no era algo exclusivo; y sin embargo, había una parte de sí que se sentía extraño, como si no fuera lo correcto ir con Aurora, a pesar de que Caterina lo sabía. Se había acostumbrado.
Él no estaba tan seguro de que fuera costumbre. Totalmente difícil de definir, solo lo unía a Aurora. Junto a ella, se sentía seguro, dejaba de ser el niño que había sido abandonado de pequeño. Quizá nunca se lo había dicho, pero era la verdad. Solo a su lado, él se sentía... bueno, él mismo. El hombre en que se había convertido.
Cerró los ojos y en su mente se cristalizaron unos ojos grises fríos, distantes... que de a poco se volvían cálidos, como una ligera bruma que cedía a la luz. Eran los ojos más hermosos que había visto en su vida...
–¿Y cómo fue la noche? –Caterina clavó sus ojos en Christopher. Él se encogió de hombros– ¿qué significa eso?
–Que fue como cualquier otra noche. Nada especial.
–¿Por qué no se consigue un novio por su cuenta y deja de usarte a ti como si lo fueras? Eres mi novio, ¿sabes? –cruzó los brazos con fastidio.
–Caterina, lo sé –Christopher puso en blanco los ojos y le tomó la mano por sobre la mesa–; pero ella es mi amiga, casi mi hermana.
–Hermana... –murmuró en tono incrédulo– tú no lo crees realmente, Chris. Ni ella se lo cree.
–No sé a qué te refieres –quitó su mano con desgana.
–A eso –hizo un ademán con las manos, abarcando el espacio entre ellos–. Ella te aleja de mí, siempre está presente entre nosotros. ¿Podría ser solo una vez, nosotros, sin pensar en lo que ella necesitará?
–Pero Caterina, en estos años juntos...
–Sí, en estos años juntos, ella siempre ha estado presente. Entrometiéndose en nuestros planes. ¿Vamos a una fiesta? No, es que debes acompañarla a un evento. ¿Salimos a pasear? No, es que tienes una cena con ella. ¿Vamos a comer? No, es que ya comiste en su compañía. ¡Christopher, por favor!
–Caterina –inspiró con lentitud–. Aurora siempre será parte de mi vida. Siempre.
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Siempre tú (Italia #9)
RomanceAurora Cavalcanti y Christopher Accorsi habían estado juntos y unidos desde que eran unos niños. Las cosas no habían cambiado con el tiempo; en apariencia, el lazo era más fuerte que nunca. Solo que, las apariencias engañan. Y lo que todos ven co...