Capítulo 2

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–Lamento mucho si te desperté –Aurora habló mientras miraba por la ventana del auto– espero no...

–No hay problema. Lo habría hecho por cualquier otra de ustedes –ni siquiera giró a mirarla.

Aurora entendió que se refería al grupo que habían formado desde niños. Casi una familia, así era como todos los conocían en la sociedad a su tía Danna y su marido Leonardo Ferraz; su madre Mel y su padre Daniel Cavalcanti; la mejor amiga de su mamá, Doménica y su esposo Sebastien Lucerni, que era también el mejor amigo de Leonardo; el hijo de Leonardo, Stefano y su esposa Mandy; la mejor amiga de Danna, Carolina y su esposo Fernando Accorsi, estos últimos cumplían el papel de padres de Christopher. Todos tenían sus familias, sus hijos que se habían convertido en un grupo muy unido y parecían compartir lazos casi tan fuertes como los sanguíneos.

–De cualquier manera, gracias –contestó Aurora con tono neutro.

Christopher no respondió. Ella sintió intensas ganas de cruzarse de brazos, enfadada por la actitud tan infantil que había tomado Christopher. Y eso era extraño... más que extraño. Desde que recordaba, Christopher no había sido infantil. Ni siquiera cuando era niño. ¡Desesperante!

–¿Estarás bien si te dejo aquí? –Christopher habló y Aurora ni siquiera había notado que habían llegado a la Mansión Cavalcanti.

–Por supuesto que estaré bien –Aurora lo miró con petulancia– ¿te preocupa que no? –se burló.

–En lo absoluto –se encogió de hombros– puedes cuidarte sola.

–Siempre he podido –ella elevó la barbilla– ¿qué te sucede?

Christopher parecía confundido por su pregunta. Sus ojos verdes se clavaron en ella por un instante, después la ignoró.

–No quiero ser grosero pero... ¿qué estás esperando?

–¿Disculpa? –Aurora tenía los ojos grises encendidos de rabia por el tono de él.

–Estás en tu casa, has dicho que estarás bien, pero no bajas de mi auto.

–Eres un idiota, Christopher –Aurora se sorprendió de sí misma. Respiró hondo–. No sé la razón de tu actitud en esta noche.

–Estoy cansado, Aurora –Christopher apoyó una mano en el volante– ¿podrías dejarme ir ahora? Créeme, no es mi ideal ser despertado en mitad de la madrugada por una niña caprichosa que no tiene transporte y ser su chofer. Ahora, mucho menos estoy de ánimo para escuchar tus absurdas quejas.

–¿Qué? –Aurora abrió los ojos con sorpresa– ¿cómo te atreves?

–¿Yo? Eres tú quien... –Christopher estaba genuinamente cansado. De la situación en general, para ser preciso–. Aurora, siempre fuiste una gran persona, muy en el fondo quizá lo continúes siendo; pero lo siento, no puedo verlo más. Te quise mucho, fuiste mi mejor amiga cuando más solo me sentí en el mundo. Te tenía aprecio, cariño y respeto. Ahora... tan solo eres una mujer desconsiderada, apática y fría que juega con los demás. Sin embargo, pese a lo que estos años te demuestren, conmigo no será así. Al menos, no más. Estoy cansado. De todo y sobre todo, de ti.

–Pero... –por primera vez, Aurora se encontraba sin palabras. No podía ser que le doliera lo que él decía. ¿Por qué lo haría? ¡Solo era Christopher! El tímido y aburrido niño que era demasiado serio para su edad. Aquel que parecía sentirse relegado en cualquier lugar que iba... ¿cómo podría él?

Y aun así, ahora parecía encajar en cualquier lugar, acorde con la ocasión y agradar a los demás... cuando ella era ¿alguien que desagradaba? ¡Pero claro que no! Estaba tan equivocado.

–¿Podrías bajarte, por favor? –Christopher elevó sus ojos verdes con una inusual calma y Aurora se sentía más que ofendida. ¡Jamás la habían tratado así!

–Gracias –murmuró con desprecio y cerró la puerta con demasiada fuerza, no pudo evitarlo. La frustración recorría por completo sus terminaciones nerviosas. ¡Qué podía saber Christopher! ¿Quién era él? ¡Nadie! Y ella... ella era Aurora Cavalcanti.

Y Aurora Cavalcanti no había sido tratado jamás en su vida como lo había hecho él. Se detuvo y giró. El auto de Christopher continuaba estacionado. Caminó hacia él.

–¿Por qué no te vas? ¿No estás tan cansado? ¿Qué te detiene? –ni siquiera había notado que estaba gritando. Él lucía sorprendido y se bajó del auto.

–¿Qué te sucede, Aurora? ¡Hoy sin duda no pareces ser tú misma! –Christopher la observó detenidamente– ¿bebiste algo?

–¡Pero cómo...! –Aurora cerró la boca con fuerza. Tampoco recordaba la última vez que una palabra vulgar hubiera salido de sus labios. ¿Qué le pasaba?–. No he bebido absolutamente nada más que agua mineral, pero por supuesto, tu actitud hacía mí... como puedes... –suspiró inconscientemente y frunció sus labios– ¿por qué me dejaste ahí, sola en la fiesta?

–No estabas sola –Christopher pareció desconcertado por un instante–. Era tu fiesta, estabas rodeada de personas que habían acudido exclusivamente a celebrar tu cumpleaños y pasar un momento a tu lado. ¿No te parece?

–Yo... –Aurora cerró sus ojos un momento. En verdad, no entendía el porqué de su actitud. Quizá porque tampoco recordaba la última vez que alguien se había atrevido a hacerle un desplante.

Cuando abrió los ojos, notó que Christopher se había acercado a ella. La tomó de los brazos, como si la afirmara al suelo y la giró con lentitud. Hacia la Mansión a sus espaldas. ¿Esperaba que viera algo?

–Me parece que... has despertado a tus padres –susurró Christopher en su oído. Aurora miró hacia la ventana de la habitación de ellos. Efectivamente, la luz estaba encendida y ella maldijo por lo bajo–. Creo que es la primera vez que te escucho decir algo semejante –comentó con tono burlón.

–No me provoques, Christopher... –advirtió. Giró su rostro de inmediato y se encontró a escasos centímetros del rostro de Christopher. Abrió sus labios con sorpresa, sabía que estaba cerca porque la sostenía entre sus brazos aun y le había susurrado al oído, pero no se imaginaba que estuviera tan cerca. Y lo vio. Un haz de luz recorrió los ojos verdes de Christopher. Tal vez solo había sido un truco de uno de los faroles del jardín, sin embargo se quedó sin aliento.

Y, si no hubiera sido porque sus padres acababan de abrir la puerta de la Mansión, Aurora no estaba segura de que hubiera podido resistirse a besarlo. Sí, increíblemente. Había sentido el impulso de besarlo. A Christopher. De entre todos los hombres, a él. ¿Por qué?

Sin embargo, eso no era lo más alarmante para Aurora, claro que no. La verdad era que, eso no habría sido nada, considerando que Christopher era un hombre atractivo y agradable, no habría nada de malo en que alguien quisiera besarlo. Después de todo, ella era tan solo una mujer.

Solo que... solo que él no pareció sentir nada. Absolutamente nada de lo que ella había creído sentir. Se veía tranquilo, con la misma expresión de siempre, quizá le brindó una ligera sonrisa, pero no había ni rastro de emoción, incomodidad o algo... como si estuvieran a miles de metros de distancia y no a unos centímetros el uno del otro. ¿En verdad nunca había sentido nada por ella?

Ni siquiera le había interesado. Quizá si era lo que él había dicho. Únicamente interesada en sus sentimientos, en sus deseos y en ella. Jamás se había puesto a meditar si Christopher podía no sentir algo por ella, es más, parecía que daba por hecho que él sentía algo. Ni siquiera había notado que fuera así.

Notenía por qué preocuparla. No debería preocuparla en lo absoluto. Imaginaba quetan solo era su ego herido. Porque él había dicho la verdad. No le inspirabaabsolutamente nada, a diferencia de a muchos otros hombres, a ChristopherAccorsi ella no le inspiraba nada. Sí, era un tanto humillante. 

Siempre tú (Italia #9)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora