Epílogo

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Tres años después

Fernanda Accorsi descansaba en los brazos de su padre, adormilada y luciendo adorable en su vestido blanco. Era bellísima, con los ojos intensamente verdes y el cabello negro. Christopher sonrió, sujetando uno de los mechones de la pequeña entre sus dedos y besó su frente.

Habían sido cinco maravillosos meses desde que la pequeña había nacido. Christopher no encontraba palabras para agradecerle a Aurora por tan hermoso regalo. Realmente, ser padre era una de esas cosas en la vida que no tenía precio. El sentimiento intenso de temor y alegría, mezclados en raciones iguales, hacían que cualquier hombre se sintiera en una montaña rusa de emociones.

Las amaba. A su esposa y a su primera hija. Habían acordado con Aurora que tendrían muchos niños, por lo menos tres, ya que cada uno había sido hijo único y lo que realmente querían era una casa grande y ruidosa. Se sentía feliz.

Al principio, había temido que Aurora no se adaptara a desacelerar el ritmo que llevaba entre su trabajo y los eventos de caridad, pero no había sido así. Una vez más, ella lo había sorprendido. Conocía sus capacidades y limitantes, él no había tenido que pedirle que dejara de hacer algo por temor a lo que pudiera sucederle a su bebé. Aurora estaba tan preocupada como él mismo.

Bueno, casi. Si hubiera dependido de él, Aurora no habría salido a ningún lugar ni hecho absolutamente nada que pudiera dañarla; lo que era bastante difícil, pues él tenía miedo hasta de una alfombra mal colocada.

Por supuesto, llegado a un punto, Aurora se había cansado de ser paciente y había impuesto orden. Lo que lo dejó fuera de juego, ya que como había dejado claro, era ella quien estaba embarazada y llevando al bebé las veinticuatro horas del día.

–¿Y esa sonrisa, Christopher? ¿En qué estás pensando? –Aurora se acercó con sus ojos grises entrecerrados. Lo besó y extendió sus brazos para tomar a Fernanda. Christopher negó–. Es mi hija también, ¿recuerdas?

–Sí, pero te advertí que la cuidaría –Christopher se encogió de hombros con levedad– y que sería mejor si teníamos gemelos o trillizos. Así tú podías tener a los otros bebés.

–¿Has perdido la razón, Christopher Accorsi? –Aurora puso en blanco los ojos con fastidio–. ¿Trillizos? ¿Gemelos? ¡Ni lo sueñes!

–Pero tú también quieres una familia grande. ¿No te parece que así sería más fácil?

–Para que tú formes tu pequeño equipo de fútbol, quizás. Yo me rehúso a tener gemelos o ¡tres! Solo tú puedes pensar algo así y...

–Te amo –Christopher se acercó y la besó en los labios con suavidad–. Gracias por ser mi esposa.

–¡Christopher, no puedes distraerme así! –protestó débilmente, mientras él dejaba a la pequeña Fernanda dormida en la cuna–. ¿Es preciosa, no?

–Porque es idéntica a ti –él la besó nuevamente– ¿cómo no sería hermosa?

–Me encantó la ceremonia de bautizo –Aurora se dejó abrazar por Christopher. Sentía tanta paz en sus brazos, mirando a su hija dormir y sonrió– ¿viste el caos que se forma con la familia completa?

–Lo vi –asintió alegremente– por eso quiero una gran familia.

–Lo sé. Pero lo decía porque, dentro de unos años, seremos nosotros quienes organizaremos una fiesta de Navidad, como la de mi tía Danna. ¿Qué opinas?

–Que es una gran idea. Sé cuánto disfrutas de organizar fiestas, cariño.

Aurora suspiró. Sí, le encantaba organizar fiestas y, aunque había dejado varias actividades por el bien de su bebé, no se arrepentía de nada. Y lo haría de nuevo, las veces que fueran necesarias, para cumplir el sueño de los dos: tener una gran familia.

Sabía lo importante que era para Christopher el tener hijos y cuidarlos, brindarles el cariño que él no había tenido en los primeros años de vida. Jamás los abandonaría. Sería un buen padre. No, ya era el mejor padre.

–Te sientes feliz.

Aurora clavó sus ojos grises en él y volvió a sonreír.

–Sí... ¿por qué lo dices?

–Tus ojos, no lo puedes ocultar.

–¿Sí? ¿Y qué más te dicen mis ojos?

–Que me amas... y a nuestra hija también.

–¿De verdad? ¿Ves algo más? –se acercó a su rostro y sonrió aún más.

–Sí, son los ojos más hermosos que he visto en toda mi vida.

–Christopher... –susurró contra sus labios, emocionada por lo que reflejaba la profunda mirada de su esposo. Aquellos ojos verdes, su cabello intensamente negro y su rostro tan amado... él era perfecto–. Tú eres perfecto.

–Así me siento, a tu lado –le dijo al oído y la besó en la frente–. No puedo creerlo, eres mía. No pensé que podría decirlo alguna vez.

–¿Por qué era una princesa de hielo?

–Con un corazón de fuego –susurró contra sus labios y la besó. Una y otra vez.

Definitivamente, Aurora comprendió que todo lo que había buscado en la vida, siempre lo había tenido ahí, frente a sus ojos. Solo él. Su Christopher.

Fin

Siempre tú (Italia #9)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora