Capítulo 30

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Christopher tomó la ruta que Aurora señalaba, aun cuando todavía la recordaba con claridad. ¿Cómo podría olvidar alguna vez aquel 24 de diciembre en que había besado a Aurora por primera vez? No, era imposible olvidarlo.

Iban con las manos llenas de obsequios y tanto Pietro como Emiliana los recibieron con alegría. Ese año, Aurora había insistido en organizar la cena navideña para que compartieran junto con los diez niños que cuidaban y se sentían muy agradecidos. Algunas veces, los gastos eran cuantiosos, especialmente durante una enfermedad, pero Aurora intentaba hacer lo que podía por tenderles una mano. Y ahora, Christopher también se sentía involucrado en su pequeña cruzada para salvar al mundo, como siempre bromeaba.

–¡Feliz Navidad, Camille! –Aurora tomó a la pequeña en brazos, escuchándola con atención–. Oh sí, Christopher es alguien muy querido para mí. Nos vamos a casar –susurró con felicidad.

–¡Oh! –la niña la abrazó sonriendo y le dijo algo al oído.

–Por supuesto, cariño –la dejó en el suelo–. Amor, Camille quiere enseñarte sus poemas –pronunció emocionada, como si fuera algo muy significativo.

Y lo era. Christopher escuchó como la niña recitaba mientras le entregaba unos papeles. Era muy dulce y él se alegró mucho de saber que Pietro y Emiliana habían decidido adoptarla como su hija. ¿Cómo podrían no hacerlo? Además, él sabía mejor que nadie lo que era criarse con padres adoptivos que te amaban como si fueras su propio hijo. Solo por ese hecho, era un amor más grande y significativo.

–Eres muy bonita, Camille –le acarició la cabeza y la niña se sonrojó– ¿quieres mucho a Aurora, verdad?

–Sí, siempre fue buena conmigo. Aurora sabía exactamente qué decir cuando me sentía triste porque no tenía papás.

–Ella siempre lo ha sabido. Es realmente buena en amar a los demás –susurró Christopher, recordando los ojos grises que lo habían acogido como si lo conociera de toda la vida. ¿Cómo podría no amarla?

–¿Y tú la amas?

–Con todo mi corazón –contestó Christopher sonriendo y tomando a la niña en brazos– ¿quieres ir a comer una galleta?

–Sí, pero mamá no me dejará –se refirió a Emiliana.

–Yo la distraeré mientras tú la tomas. ¿Qué te parece?

–¡Siii! –gritó la niña con emoción y se dirigieron a la cocina.

Aurora contempló toda la travesura, con una mirada censuradora y una sonrisa cómplice. Christopher se acercó a ella con cara de inocencia.

–Lo he visto todo, Christopher –Aurora reprendió negando con firmeza–. No está bien que te vuelvas un niño junto a los niños, pierdes autoridad.

–No necesito tener autoridad, quiero que se diviertan –contestó Christopher, en tono risueño y Aurora volvió a negar– ¿temes que malcríe a nuestros hijos?

–No lo permitiría –espetó con seriedad, aunque Christopher adivinó un atisbo de sonrisa en la comisura de sus labios–. No me mires así.

–¿Así cómo?

–¡Cómo si estuvieras a punto de romper a reír! –Aurora hizo un mohín pero de inmediato empezó a sonreír. Y luego, rió–. ¡Christopher, déjalo ya!

–Yo no he hecho nada –él se encogió de hombros cuando Pietro los miró con curiosidad– solo estoy feliz.

–Ay, Christopher... –Aurora se secó una lágrima que había caído por la carcajada que había brotado de su alma. Él la hacía total y absolutamente feliz.

Probaron un trozo de pastel casero que Emiliana había preparado y tras tomar una taza de chocolate caliente, decidieron ir a dar un paseo, luego de que los niños abrieran algunos regalos. Christopher y Aurora recibieron varios abrazos, aun cuando uno que otro pequeño se mostraba cauteloso frente a Christopher.

–¿Puedes creerlo? Un año... apenas un año y todo ha cambiado.

–Lo sé –Christopher rodeó la cintura de Aurora con un brazo mientras paseaban– y aquí, empezó todo.

–No, fue mucho antes –Aurora sonrió– aquí me diste el primer beso. El mejor que he recibido en toda mi vida.

–Eso es muy halagador... creo –contestó Christopher y Aurora rió–. Aquí supe que te amaba. Tuve la certeza que todo había cambiado.

–¿De verdad? Yo no –Aurora se encogió de hombros y suspiró–. Yo ya te amaba.

–¿Lo dices en serio? –inquirió con incredulidad.

–Completamente –asintió con firmeza–. Entre mi fiesta de cumpleaños y el evento de caridad, algo cambió. Algo definitivo y, no sé, antes de notarlo, estaba totalmente enamorada de ti. Pero, sabía que tú amabas a alguien más... qué, bueno, tú no te sentirías así por mí jamás... –susurró.

–Estabas totalmente equivocada, por supuesto –Christopher se detuvo y la estrechó entre sus brazos–. Siempre te amé. De una u otra manera, siempre te amé. Y lo que sentí por ti, jamás llegué a sentirlo por nadie más. Aún es así, ¿sabes? No puedo imaginarme amando a nadie como te amo a ti. Siempre fuiste tú.

–Christopher... –susurró con lágrimas en los ojos, recordando el año que había cambiado sus vidas. Había sido difícil, duro y complicado. La adversidad casi los había derrotado, sin embargo no lo había logrado. Seguían ahí, juntos y más felices que nunca. Y podía sentirlo. Mientras Christopher la amara, ella seguiría. Nada más importaría si él la amaba así, como en ese instante.

–Te amo –besó sus mejillas con suavidad, atrapando sus lágrimas con los labios– te amo, Aurora. Siempre te amaré. Lo prometo.

–¿Lo prometes? ¿De verdad?

–Con mi vida –aseguró con solemnidad.

Se besaron, en el punto exacto en que se habían besado por primera vez. Solo que, en esta ocasión, un rayo de sol se filtró entre las nubes invernales que habían cubierto de nieve el bosque. El frío de la nieve se fusionó con la repentina luz del sol. Frío y calor. Hielo y fuego... finalmente se fundieron.

Siempre tú (Italia #9)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora