–Puedes abrir los ojos –Christopher le susurró en el oído. Aurora se sentía impaciente y se sorprendió al no ver nada diferente frente a sí. Repasó con cuidado la sala de su departamento, que contenía ya las decoraciones navideñas por la cercanía de tan dulce época. Definitivamente, no había nada diferente.
–¿Qué es? –preguntó contrariada, girando entre sus brazos– ¿Christopher?
–¡Qué poco observadora! –exclamó, divertido. Aurora cruzó los brazos con impaciencia–. Mira... –él le tomó de la barbilla con suavidad– arriba.
Los ojos grises encontraron el pequeño adorno de muérdago con un enorme lazo rojo, suspendido sobre sus cabezas.
–¡Oh, Christopher! –soltó con emoción, estrechándolo y besándolo con efusividad– es hermoso, me encanta.
–Es el resultado preciso que estaba buscando –pronunció con suavidad, besando nuevamente a Aurora–. Me costó tanto colocarlo pero... –un nuevo beso lo interrumpió– ha valido la pena.
–No sé cómo lo has logrado, pero siempre me sorprendes. Te amo, Christopher.
–Y yo te amo, cariño –le besó en la frente con dulzura– ¿estás lista para tu regalo de Navidad?
–¿Ahora? ¡Pero si apenas es veintidós de diciembre!
–Lo sé, pero no me gusta esperar –sonrió él, entregándole un sobre.
–¿Puedo abrirlo?
–Me sentiría decepcionado si no lo hicieras.
Aurora retiró el sello y encontró un folleto, sobre unas cabañas exclusivas que se encontraban en una montaña de difícil acceso, que siempre estaban nevadas.
–¡Oh! ¿Es un regalo de bodas?
–Es nuestra luna de miel –explicó Christopher, llevándola al sofá– me las recomendaron y sé que te gusta la nieve, el frío... y, aunque me habría encantado llevarte a la casita de playa donde me rescataste –Aurora sonrió– sé que la playa no es tu lugar favorito.
–Estoy sorprendida... emocionada –Aurora intentó explicarse– a ti no te gusta demasiado el frío... el hielo. Tú eres tan cálido y...
El hielo también puede quemar y contener fuego en su interior –le tomó el rostro entre sus manos– eso lo aprendí de ti, mi princesa de hielo –ella hizo un mohín y el sonrió–. Estaba tan equivocado... tú eres el fuego que me mantiene vivo, tú lograste que yo volviera a vivir.
–Christopher... –Aurora sentía un nudo en la garganta– sería feliz de ir contigo a donde fuera, siempre que estemos juntos.
–Lo sé y es por eso que decidí ir a un lugar donde los dos seríamos felices.
–¿Tú serás feliz entre el frío y la nieve?
–No. Yo seré feliz mirando la alegría que reflejarán tus ojos grises ahí.
–¡Eres el mejor, Christopher! Mi amado Christopher.
–Solo por ti... –le dio un profundo beso y luego la acurrucó contra sí–. Feliz Navidad, Aurora.
–Feliz Navidad para ti, Christopher –susurró, apoyando su cabeza en el pecho de él. Podía escuchar los acompasados latidos de su corazón y, en ese instante, tuvo la certeza de que no podía haber tomado una decisión más acertada al haber luchado por el amor de Christopher.
***
Aurora se movía con agilidad por el lugar, vigilando que todo estuviera en donde correspondía, para que la gala anual de recaudación de fondos fuera un éxito, como procuraba que fuera cada año, aún más desde que ella se había hecho cargo de organizarla. Era uno de sus eventos de caridad favoritos y lo hacía encantada, cada año. Sin embargo, ese año era diferente.
No era la primera vez que Christopher la acompañaba. Pero, si era la primera vez que lo hacía amándola, que ella sentía que tenía a alguien que podría ayudarla en lo que fuera necesario. No volvería a estar sola. Tenía a Christopher.
Y, después de todo, necesitar a alguien no parecía tan malo ahora.
–Eres increíble, amor –alabó Christopher, besándole brevemente en los labios mientras ella pasaba por su lado, arrancándole una sonrisa.
Ordenó que colocaran unas lámparas adicionales en los balcones, para dar un ambiente más festivo al salón que ese año habían elegido. Tomó una de las guirnaldas que no había sido correctamente asegurada y la colocó sobre uno de los soportes colocados. Sin embargo, volvió a caerse. Suspiró, antes de sentir una mano sobre la suya.
–Yo me encargo –Christopher le brindó una amplia sonrisa– tienes mucho más que hacer en este instante.
–¡Eres un encanto! –lo abrazó por la cintura antes de alejarse. Definitivamente, no era tan malo contar con algo de ayuda.
Sin siquiera notarlo, la hora había llegado y los invitados empezaron a presentarse en el salón. Aurora se encargó de darles la bienvenida y Christopher no se alejó de ella, ayudándole siempre que ella le hiciera una sutil señal, que ni siquiera recordaba haber aprendido.
–Siempre la haces cuando tienes un problema –Christopher le explicó, restando importancia–; incluso antes, por eso algunas veces me acercaba a ti y...
–Sin que yo te llamara, siquiera. Sí, lo recuerdo. No sabía cómo lograbas ser tan oportuno mientras me encontraba en estas reuniones o en cualquier lugar –añadió, pensativa.
–Te conozco, Aurora.
–Sí, es totalmente cierto, Christopher –admitió, con sorpresa. La conocía, realmente sabía quién era ella. Aún antes de haberse enamorado de ella o ella de él, Christopher la había conocido. Había visto más allá. ¡Dios, lo amaba aún más por eso!
–Ahora que has terminado... ¿te gustaría bailar?
Aurora sonrió, recordando inmediatamente el año anterior, donde había bailado con Christopher en el salón vacío, cuando todos los invitados se habían marchado.
–Estaré encantada –depositó la mano con delicadeza sobre la que Christopher tenía extendida. Él la apretó con firmeza y cariño, asegurándola instintivamente.
Tan solo un año atrás, habían estado en una pista similar, el mismo día, solo que el lugar estaba prácticamente desierto. En esa ocasión, habían varias parejas bailando a su alrededor y cientos de personas recorrían el salón.
Pero, para Christopher y Aurora, el tiempo había regresado y volvían a estar solos, con la misma canción. El mundo a su alrededor se había desvanecido, el tiempo se había detenido mientras sus cuerpos danzaban al unísono.
Años atrás, la pequeña Aurora había tomado la mano de Christopher con suavidad, ofreciéndole un caramelo junto con su amistad, rescatándolo de la soledad en que se había sumido. Se había integrado a su vida y él le había tomado mucho cariño a la niña que era y le había agradecido a la mujer en la que se había convertido, sin dejar de ser su ángel guardián cada vez que lo necesitara.
Y, sin saber en qué momento exacto, se había permitido amarla. Aurora.
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Siempre tú (Italia #9)
RomanceAurora Cavalcanti y Christopher Accorsi habían estado juntos y unidos desde que eran unos niños. Las cosas no habían cambiado con el tiempo; en apariencia, el lazo era más fuerte que nunca. Solo que, las apariencias engañan. Y lo que todos ven co...