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Estaba más que cansada, los ojos aun me ardían, como si el descanso hubiese sido en vano; El verano se iba acabando poco a poco y volvería a repetir mil y una vez que en ninguna de mis opciones cabía la posibilidad de enamorarme de Noah, creo que en más de una ocasión he repetido mi rutina llamémosla aburrida de la cual solía salir un poco de ese círculo una o dos veces por semanas, pero la situación se me había escapado completamente de las manos y todo lo que creía tener controlado se ha convertido en el puro caos que ahora mismo es mi vida. 

Habían pasado varios días desde aquella cena de la cual me había arrepentido mil quinientas veces de haber puesto a Harry en aquella tesitura, de cierto modo, mis ego y mis ganas de encelar a Noah valieron más que la figura masculina que me acompañase esa misma noche, puesto que rechazaba todas mis llamadas y mis mensajes, la pesadez de mi pecho iba en aumento con cada segundo que pasaba enterrada bajo mis sábanas. Del mismo modo yo había rechazado a Noah por todo lo alto, en algún momento quise escuchar el buzón de voz porque me llegó el aviso de que estaba a rebosar, pero simplemente los borré todos antes de arrepentirme de mi decisión. Una de las cosas que mas me dolieron fueron recibir el dinero en un sobre que después de haberlo contado me di cuenta que era el costeo de la ropa que le compré aquella tarde, creo que me sentí más vacía que nunca, porque me había comportado como una clasista de elite sin importarme nada, por eso simplemente dejé caer el dinero por la ventana, imaginándome que iba a armar el espectáculo que se montó en aquel capítulo de la casa de papel, pero sabiendo que seguramente quedaría en algo así como un día de suerte para alguien que pasara por mi calle. 

Necesitaba despejarme, hundirme en mis pensamientos un día más me traería problemas y secuelas futuras; de algo he aprendido, y es que precisamente encerrarme en mi mente es una de las peores opciones que podía ejercer en mi estado moral. Subí las escaleras que me llevaban a la azotea y me deje caer en mi sillón ovejero después de haber cerrado la puerta de cristal que en más de una ocasión había pensado que con mi fuerza bruta la rompería con un solo portazo, creo que mi padre aun no sabía muy bien quien era su hija. 

Miré la estantería de libros detenidamente mientras apoyaba mi cabeza en una de las orejas del sillón, relajándome ante la incesante brisa que chocaba en mi cuerpo, sacándome de mis cavilaciones aquellos dos toques suaves que indicaban la presencia de alguien en el momento que me disponía a elegir cualquier libro pendiente de lectura, pero no, claro que no, creo que aun no había dejado suficientemente claro que no quería interrupciones de ninguna clase. 

— ¿Puedo pasar?— Liam abrió la puerta sin previo aviso, haciendo que me sobresaltase y cogiese el primer libro que pillé.

Genial, lo que necesitaba ¿Quién se va a creer que me estoy leyendo un cuento de cuando era pequeña? Bueno, quizás quería recordar cómo se hacía pis sin pañal.

— Márchate.— Intenté fingir que estaba sumida en una lectura bastante interesante aunque los dibujos estuviesen del revés y se podía leer en uno de los guiones -He hecho pis mami- genial, todo tan de mi lado como siempre. 

—¿Desde cuándo se lee del revés?— Obvió claramente lo que realmente estaba leyendo.— Algún día podrías enseñarme esa habilidad ¿No crees?— Se sentó en la alfombra que descansaba a mis pies y acomodaban el espacio perfectamente. 

Suspiré cerrando el libro y dejándolo en la estantería de nuevo, negándome a mirarle. 

— Vete.— Era una chica de pocas palabras. 

— No.— Y Liam era un chico testarudo.— Quiero hablar contigo primero.

Agité la cabeza y fruncí los labios, esperando a que disparase lo que tuviese que decirme, sabiendo que hasta que no desembuchara su presencia no desaparecería. 

Mi desastre ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora