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Después de todo no había sido tan malo llevar a Tomás con sus amigos a jugar al futbol. Era un terremoto con la pelota a sus pies, también cabe decir la agresividad que ejercía para marcar gol en las porterías sin redes del parque. Comimos helado después del pequeño partido, así pude conocerlo un poco más y mejor. Él era pequeño cuando sucedió lo de su madre, por lo que prácticamente no tenía noción del tiempo de cuando ocurrió todos los hechos con su padre, incluso me dijo que lo echaba de menos aunque sabía que ahora Roger, mi padre, para él era como un padre y que está agradecido de toda la ayuda que les ha dado y que les da actualmente. Es un chico muy maduro para su edad, pero también hay estudios en los que se afirma que los niños que sufren maltrato o que ven a una persona de su mismo hogar sufrirlo, su madurez aumenta por tres veces más que los niños de su edad, por eso congeniamos de una forma tan rápida. Obviamente era un niño pequeño, se le notaba en algunos gestos, sobre todo por que había tonterías que me contaba que les molestaba y que yo veía como una cosa absurda.

Después de todo lo que ha sucedido con Noah, dejarlo escapar me sería muy difícil, no después de lo que ha pasado en el coche y del tonteo constante de la piscina. Aun esperaba esa disculpa que me tenía que dar, pero se suponía que era por acciones y no por palabras, así que sigo esperando, aunque ha sido muy tierno hasta el momento, sobre todo porque ha pedido una de mis comidas favoritas y a la vez algo excesivamente cara, pero oye, cuando uno tiene dinero que más da en lo que gastarlo, ¿No?
Abrió la tapadera de la comida y observé la extraña posición en la que venía colocada, obligándome a observar como formaba dos palabras uniendo las dos bandejas.
¿Me perdonas? Los rollitos de salmón, gamba y alga estaban colocados simulando la pregunta.
Me miraba nervioso y yo no pude evitar reírme, no de él, si no de la ternura que me habían producido sus palabras con comida.
— ¿Eso es un sí?— Sonrió mirándome nervioso.
— Puede que sí.— Me acerqué a él sonriendo, tomando asiento a su lado.
— Bueno, entonces espera al postre y me las aceptarás por completo.
— Uy, está bien.— Cogí los palillos que me ofreció rozando ligeramente nuestros dedos.— ¿Sabes usarlos?— Me quedé observando su torpeza a la hora de manejar los tobillos, ahogando varias carcajadas al ver como se le caía uno de los trozos nuevamente a la bandeja.— Con lo bien que manejas los dedos para unas cosas y ahora eres incapaz de usar unos palillos chinos.
Me sonrojé al instante al procesar las palabras en mi mente y pude ver el asombro en su rostro cuando su mirada se clavó en la mía.
— ¿Eres Ale?— Alzó una ceja.
Miré hacia otro lado mientras su sonrisa se propagaba en el ambiente.
— Trae que te ayude. Olvida lo que dije.— Le miré amenazante mientras cogía con mis palillos uno de arroz con atún.— Abre anda.
Acerqué los palillos con la comida a su boca mientras el abría sus labios cual pajarillo hambriento; Pero no, separé los palillos rápidamente de él y me lo comí yo mientras lo miraba como si le hubiese ganado una batalla.
— ¡Eh! Eso no vale.— Cogió un trozo con los dedos y se lo llevó a la boca.— Que le den a los palillos, se usar los dedos, ¿No?
Y me volví a sonrojar.
— No se, tendría que volver a probarlo.— Me encogí de hombros mientras sigo comiendo.
Dispuesta a jugar, pues juguemos.
— Pues te voy a castigar. Vas a saber lo que es quedarte con las ganas.
Le miré arqueando una ceja, acercándome a él de forma provocativa, uniendo mis pechos y posando mis manos alrededor de su cuello.
— ¿Con las ganas? ¿A mí?— Puse voz de pena, paseando mi dedo por su labio. Sus labios lo atraparon entre sus dientes, dando un pequeño brinco del susto. Me miraba fijamente a los ojos chupando mi dedo, deslizando su lengua por la longitud de este.
Porqué coño ese gesto me había hecho querer volver a sentirlo.
— Con las ganas. A ti.— Se acercó a mis labios de forma amenazante.— Con lo rico que estaría comerme el sushi desde tu cuerpo. Como en la película: Sexo en Nueva York. Nunca mejor dicho.
Mordí mi labio al sentir sus labios en mi cuello, dejando que sus manos manejasen mi cuerpo para que me situase encima de su regazo.
— Eres un capullo.— Jadeé mientras sus dientes jugaban con la piel de mi garganta.
— ¿A sí? Mira tu por donde que me lo han dicho muchas veces.— Sonrío entre susurros. Paseé mis manos por su pecho, trazando alguno de los tatuajes que pintaban su piel, entre ellos un corazón tintado de negro, situado en la parte superior de su hombro, pegado al pectoral.
Y estaba tan pendiente de sus tatuajes, que solo me di cuenta en el momento que sus dedos entraron en mi, callándome inmediatamente con su mano antes de que pegase un grito de placer.
— Noah nos pueden ver.— Susurré jadeando, poniendo muecas mientras aceleraba el ritmo de los dedos.
— ¿Te gusta? Dímelo.— Sus dedos se profundizaron en mi interior, ahogando todos los gritos en mi garganta.
— ¡Sí!— Gemí sin poder evitarlo, enredando mis dedos en su pelo, pero entonces sus dedos pararon, dejaron de tocarme, saliendo de mi interior, dejándome totalmente fría, sintiendo como mi sexo le reclamaba.
— Pues con las ganas te vas a quedar. El que avisa no es traidor.— Me levantó de sus piernas y me puso a su lado.
Aun estaba colorada por la situación que se estaba dando hace menos de un minuto; Le miraba perpleja, aun intentando entender la situación. El corazón me iba a mil, mientras una sonrisa por su parte se burlaba de mi, mientras llevaba algunos trozos de sushi a su boca. Me obligué a apretar las piernas si no quería convulsionar por el calentón que aferraba mi piel.
— ¿Estás en serio?— Tragué saliva mirándole avergonzada.
— Y tanto.— Asintió.— Tu no me has dado sushi, yo no te termino de hacerte dedos.
— No es comparable.— Sentí la furia en mi interior. Supongo que el calor interno me estaba provocando cambios de humor. Me levanté de la hamaca sin mirarle y tomé mi pelo en una coleta.
— ¿Te has enfadado?
— No, me voy a coger margaritas, hacer un ramo y después regalártelo.— El sarcasmo se escapó en mis palabras, yendo a la ducha; He leído en muchos libros que el agua fría calma el fuego interno.
— Venga ya.— Rió mirando como mojaba mi cuerpo.
Su risa paró. Paró en el momento que sabía que estaba mirando cada uno de mis movimientos. Deslicé el bikini ligeramente hacia arriba, arremetiéndolo entre mis cachetes, paseando a su vez mis manos por las esferas de este, dejando el agua empapar cada uno de mis músculos.
Me giré para mirarlo fijamente y la verdad que no estaba segura de lo que iba a hacer, pero sentía tanta presión en mi sexo que eso me dio valentía, colando esta vez yo mi mano por la braguita del bikini, viendo como sus ojos se abrían como platos mientras me tocaba y deslizaba dos dedos dentro de mí delante de él bajo la lluvia de la ducha.
Su cuerpo no tardó en encontrarse con el mío, acorralándolo en la esquina de la ducha. Sus ojos se paseaban por mi cuerpo y se quedó parado justo en donde yo me estaba dando placer.

Mi desastre ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora