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Había pasado una semana desde la última vez que me digné a salir de mi casa para huir del amor. Una semana que no hablaba con nadie, que evitaba la presencia de toda la gente de mi alrededor, de entablar conversaciones, de mentiras, evitando así que nadie me molestara.

Llevaba unas dos semanas sin asistir a los entrenamientos, Julia no dejaba de llamarme a cada instante. Liam y ella lo estaban intentando, casi siempre rondaba por mi casa o desaparecían los dos solos.

Mi casa estaba echa un asco, había cajas por todos lados, no pensé que la mudanza surgiría tan rápido; Por lo que se ve el mobiliario se quedaba aquí, pero todo lo que son: Cuadros y utensilios de valor, se venían con nosotros. Mi padre ha intentado hablar conmigo desde la última vez que me dirigió la palabra para presentarme a Megan, una de las chicas que ya pertenecen a mi lista negra; Pero simplemente lo he evitado, sabía que venía a decirme lo bonita que sería mi nueva habitación o lo grande y cara que es la nueva casa de la Happy Family. Qué ilusión. Que se note la ironía.

La puerta de mi habitación sonó en dos toques sordos. Mi hermano no estaba en casa, el único que quedaba era mi padre, y cómo no, yo no tenía ganas de hablar con nadie, así que me callé para que no interfiriese en la paz de mi habitación. Antes de que acabase el verano tendremos que entregar del apartamento a una inmobiliaria de alquiler.
La puerta se abrió y pude ver a mi padre mirándome a través de ésta; Cuando comprobó que estaba despierta se acercó y abrió la ventana de mi habitación, dejando que la luz se colase por ella de una forma molestosa. Mi habitación era una completa leonera, había cosas rota por el suelo, por la rabia que mi cuerpo producía en diferentes apartados del día, ropa por todos lados, pañuelos llenos de mocos por haber llorado...En fin, un desastre.

— He traído galletas de chocolate de Starbucks y un café con nata y canela.

Mi padre me miró buscando la forma que me hiciese salir de mi habitación y por un momento me dio coraje ya que supo como hacerlo. Las galletas de chocolate de ese establecimiento eran las mejores, mi padre siempre me dejaba dinero para que me comprase el desayuno cuando iba al colegio y siempre escogía lo mismo, hasta la chica del mostrador me tenía el paquetito preparado para que yo solo tuviese que recogerlo.

— ¿Puedo comérmelas aquí?

Sabía que no iba a aceptar, pero por intentarlo que no falte.

— Vamos o me las comeré yo todas.— Dijo mi padre con una voz divertida mientras salía de mi habitación.

Me levanté corriendo de la cama.

— Para para, son mías.— Grité bajando las escaleras viendo a mi padre riéndose detrás de la isla mientras cogía una de las galletas.

Me acerqué a la isla y cogí el plato.

— Las cosas no cambian respecto a tus galletas.— Sonrió mi padre mientras mojaba la galleta en su café y justo dijo lo que estaba pensando.— Se que estás pensando que mojar las galletas en el café es una aberración de Dios, pero a mi me gustan.— Me guiñó el ojo y yo no pude evitar sonreír al recordar que le decía eso de pequeña siempre que mojaba todas las galletas en la leche.

— Es que te cargas el sabor de la galleta.— Contraataqué mientras cogía uno de los cafés humeantes que descansaban en la encimera de la cocina.— ¿Cuándo tenemos que dejar la casa?

Me encaré hacía el tomando una silla de la isla; Pude ver la sorpresa en su rostro cuando quise entablar una conversación con él y mas cuando se trataba de "El nuevo hogar", algo tabú para mí que había empezado a aceptar.

— La casa se entrega a finales de verano, pero se tiene que quedar vacía de aquí a una semana.— Mi padre bebió de su café.— Estoy orgulloso de que estés poniendo de tu parte Alejandra.

Mi desastre ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora