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No sabía si debía bajar o no las escaleras para ir al salón con los amigos de mi hermano, estaba bastante decaída y cansada, el día y las horas parecían alargarse como si me estuvieran obligando a irme al piso de abajo y despejarme mientras escucho como los tíos hablan de follarse a numerosas chicas de la universidad; Por un momento sentí una espina en el pecho, sabiendo que ningún chico me nombraría nunca de esa forma, en el aspecto del sexo, sexualmente hablando... Pero ¿Qué estoy diciendo? Yo no siento, yo no quiero nada, no quiero nada con nadie que no sea nada cordial, de compañeros y hasta luego.

Abrí la puerta de mi habitación mirando la hora, aun eran las seis de la tarde y se notaba que el verano se había plantado delante de mi, viendo que en las calles aun irradia la luz brillante del sol, sabiendo que aun falta una eternidad para que ésta desaparezca a las nueve mas o menos, y no como en invierno, que a las seis todo está oscuro, como a mí me gusta.

Me llené de valor para bajar las escaleras que separan una planta de otra, estaba aburrida, tanto que plantearme bajar había sido un sacrificio y a la vez una batalla perdida con mi mente que no sé porque se había empeñado que tenía que bajar a saludar.

Mi padre siempre llegaba tarde y se iba temprano, la empresa lo tenía todo el rato de viaje en viaje sin parar. Mi bisabuelo montó un imperio de la nada y 27 años mas tarde aun seguía dando de comer a un montón de familias aunque no sé si todas estaban tan rotas como la mía claro está. Stone House era una empresa nacional de Estados Unidos, ocupaba una porción de gran parte de las ciudades que ocupa el estado, es una empresa dedicada al marketing y la publicidad, algo que por ahora había generado mucho dinero en nuestra familia, aunque no me gustaba ser de esas, mi familia tenía mucho dinero y yo simplemente me negaba a aceptar llevar dicha etiqueta, me gustaban las cosas básicas y baratas, no como todas la que procedían de mi barrio.

Vivíamos de pleno en La quinta avenida de Nueva York; Nuestra calle era una locura, siempre estaba repleta de gente que iban a los trabajos bastante estresados o turistas con grandes mapas buscando en que calle está el metro para ir a otro destino de la gran ciudad, a parte de los millones de taxis amarillos que llenaban los asfaltos; Nuestro ático duplex no dejaba que el ruido entrase por ningún lado, de alguna forma el dinero invertido en insonorizar las paredes había servido de algo, igualmente, al abrir las ventanas todo se iba al garete ya que los ruidos de claxon se escuchaba aun viviendo en el piso mas alto de Nueva York; Vivíamos en la planta 50, lo cual no es un escándalo ya que los rascacielos podían llegar a tener hasta 80 o 100 plantas, por los que el nuestro estaba en la media de los pisos medio altos de Nueva York. Todo estaba diáfano en estilo americano, bastante amplio y luminoso, los sofás eran blancos y los decoraban algunos cojines de color mostaza, al igual que a uno de sus lados tenía mi sillón favorito, del que incluso puedes llegar a echarte una siesta, de color mostaza, que hacía contraste con el salón y una alfombra de pelo blanco inundaba el suelo del salón; La cocina tenia una gran isla y algunas banquetas a su alrededor, todo de mármol blanco; Nuestra casa disponía de algunas claraboyas que dejaban que las luz incesante entrase por ellas iluminando la estancia sin necesidad de tener que encender las luces hasta pasada las nueve de la noche más o menos. En la planta de arriba estaban nuestras habitaciones, había unas cinco en total, una de mi padre, de mi hermano y la mía; En una de las sobrantes teníamos la habitación de invitados y la otra la aprovecho yo como mi cuarto de estudio, lectura y a la vez de vestidor, lo que permitía que en mí habitación solo tuviese mi cama y algunos muebles en los que guardaba ropa o algunos de mis objetos personales, a parte del baño del pasillo y del que disponía mi padre en su habitación.

— Hermanita, has bajado.— La voz dulce de mi hermano me hizo querer darme la vuelta y volver a subir a mí habitación, pero por lo contrario forcé una sonrisa y fui directa a mi sillón amarillo, que para mi sorpresa estaba aquel chico insufrible, pero... ¿Cómo se llamaba?, ¿Ves? De la gente que me importa una mierda me olvido de seguida.

Mi desastre ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora