Capítulo 7: La venganza de Amelia.

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Pasados varios días todo estaba planeado. Amelia se había encargado de calcular fríamente cada detalle, era buena para estas situaciones. Por el contrario, Damián y yo estábamos horrorizados pues sabíamos que este tipo de actos solo traían consecuencias.

—Debemos esperar a que llegue el auto. Hoy es miércoles, según lo que he analizado, hoy debería transportarse en él—dijo Amelia segura.

—¿Cómo sabes eso?—preguntó Damián.

—Me dediqué a descubrir cuando venía en transporte público y cuando lo hacía en su auto. Encontré patrones en su comportamiento y deduje que hoy lo traería—explicó ella.

—¿Cómo puedes planear este tipo de cosas y ser tan mala en la escuela?—dije yo con verdadera intriga.

—No lo sé—respondió Amelia, restándole importancia al tema—Quizás porque esto es divertido.

Si las cosas no suponían un nivel de adrenalina considerable, Amelia no las llevaba acabo, así de simple. Y evidentemente los trabajos escolares no eran emocionantes para ella.

—¿Es necesario estar aquí tan temprano? La escuela aún no ha abierto—dijo Damián bostezando.

—¡Claro que es necesario!—gritó ella—debemos estar atentos.

Miré a todas partes, no se veía ningún auto cerca. No entendía por qué estaba haciendo esto, pero no había marcha atrás. Los planes de Ami siempre eran muy elaborados, ella tomaba muy enserio sus bromas. Dedicaba varios días a analizar el panorama, organizar los detalles y por  supuesto, espiar al sujeto en cuestión.

—¿Trajiste la pintura en aerosol, Lucy?

—Sí—respondí.

—perfecto—dijo Amelia con firmeza.

Los minutos avanzaban y no había señales de movimiento. Aproveché y saqué mi teléfono móvil, para entretenerme mientras iniciaba la acción. No me percaté cuando el carro de la víctima llegó. Estaba realmente distraída, pero intenté que fuera imperceptible mi desatención.

—Listo ya entró. ¡Manos a la obra!—dijo Amelia, sacándome de mi burbuja y logrando que nuevamente enfocara todos mis sentidos en el parqueadero escolar.

—¿Es ese?—dije, procurando que mi pregunta sonara como una simple confirmación.

—Sí.

No pude identificar a quien pertenecía,  jamás lo había visto antes. Decidí no pensar mucho en eso y procedimos a entrar al establecimiento, tratando de actuar lo más natural posible. Debíamos tener cuidado para no levantar sospechas, pero las latas de aerosol que traíamos con nosotros no nos aportaban la discreción necesaria.   Pensamos por un rato y optamos por esconderlas en una de nuestras mochilas, junto con nuestros útiles.

—Ella ya entró al colegio chicas, vamos rápido al estacionamiento—dijo Damián decidido.

No presté atención a sus palabras y me dispuse solamente a obedecer casi automáticamente.

No era normal lo que sentía, estaba realmente nerviosa. Había ayudado a mi amiga antes con bromas de este estilo, sus víctimas favoritas siempre fueron los maestros. Pero por alguna razón esta vez me sentía diferente, algo había cambiado, pero no supe descifrar qué.

Caminamos rumbo al carro y pude notar que era muy sofisticado. Me sentí mal por arruinar su perfecto color negro, pero una vez empezamos a lanzar pintura olvidé las contemplaciones, ¡era extremadamente divertido!. Cubrimos el auto casi en su totalidad, siendo cuidadosos para no mancharnos. Una vez concluída nuestra tarea observamos la obra de arte. Era increíble, un verdadero desastre. No pude evitar sentir pena por el dueño del carro, iba a ser realmente costoso pagar para arreglar los daños.

Amelia soltó un suspiro.

—Gracias por ayudarme, son los mejores—exclamó.

—Ya no soy tan cobarde como creías, ¿verdad?—preguntó Damián con aires de superioridad.

—No. ¡Eres genial!—comentó ella y lo abrazó.

Orgullosa de nuestro trabajo me uní al abrazo.

—Tenemos que irnos—dije.

Nos dirigimos al baño donde nos quitamos los guantes y nos lavamos perfectamente, era un crimen sin evidencia, todo había salido bien. Después de deshacernos de los tarros de aerosol vacíos nos dispusimos a ir a clase, como si nada hubiera sucedido. Caminábamos con orgullo, se sentía bien  hacer una broma de esa magnitud y salir ilesos. Muy dentro de mí sabía que las cosas no podían ser tan perfectas, pero rogaba que nuestra culpabilidad nunca saliera a la luz. Mis pensamientos eran ingenuos, pero verdaderamente fuertes.

Antes de entrar al aula, Amelia comentó:

—Quisiera ver la cara de Anneliese al ver el desastre en el que se ha convertido su auto.

Sonreí brevemente, antes de discernir sus palabras.

—Acaso dijiste: ¿Anneliese?

—Sí.

—¿La profesora de literatura?—exclamé rogando que no fuera cierto.

—¿Quién más Lucía?—dijo Ami con obviedad.

Percibí un pequeño mareo, seguido de un vacío aterrador en la panza. Sentí mis músculos tensarse repentinamente. Yo no quería hacerle eso a ella. Anneliese no era mala, se había ganado mi respeto. De inmediato sentí la desagradable sensación de culpa recorrer mi cuerpo.

—¿Por qué no me dijiste que era su auto?—fue lo único que logré decir.

—¿No la viste entrar Lucía?—dijo ella,  preguntando sorprendida.

—No—confesé con verdadero arrepentimiento...

Love Time ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora