Lucía.
Regresé a casa con la cabeza llena de pensamientos confusos y contradictorios. Sabía que la decisión de Anneliese estaba influida especialmente por la necesidad de quedar bien ante el director, tenía claro que yo no era más que un medio para realizar la orden impuesta por él lo mejor posible. Pero apesar de eso, no podía sentirme utilizada, mucho menos ahora que tenía frente a mí la oportunidad de convivir más con ella y sobre todo, lograr su perdón.
Cuando sabes que cometiste un error no puedes juzgar ese tipo de actitudes, y yo sabía perfectamente que la magnitud del mío ameritaba su rechazo.
Una vez estuve dentro de mi habitación, me recosté en la cama dejando que mi cuerpo liberara las tensiones acumuladas durante el día. Inicié la clásica rutina de pensamientos entorno a Anneliese que había construido sin querer desde su llegada a la institución.
—¿Por qué las cosas tuvieron que empezar de esa manera?—me interrogué, repasando en mi mente el incidente del automóvil.
Me giré en dirección a la ventana del dormitorio, concentrándome en el ir y venir de los carros en la avenida; transportes que solo lograban marcar más en mi memoria lo ocurrido.
Recordé una a una las escenas que habían causado la situación presente.
—El ensayo en su momento fue mi prioridad, pero la razón era simple: "quería mantener mi reputación intacta"—expresé para mí misma—después de arruinar su carro, solo pensaba en mejorar de alguna manera su cumpleaños, pero esa actitud tenía justificación: "deseaba apartar la culpabilidad".
Bostecé, cerrando por un momento los ojos para después continuar mi reflexión.
—Le confesé mi detestable acto y eso tuvo como consecuencia que ella estuviera más presente en mi mente—analicé—pero ese efecto tiene toda la lógica del mundo: ¿quién no desea ser perdonado?
Entre aquel abanico de explicaciones, terminé por concluir que mi estado actual era producto del sentimiento de culpa. No encontraba más razones para justificar el afán de mi cabeza por mantener siempre presente a mi maestra de literatura en mis pensamientos. Y finalmente, era más que obvia la solución: intentar empezar de nuevo. ¿Qué mejor manera de erradicar la culpa de raíz que matando los recuerdos del error?
Poco a poco el ruido del tráfico empezó a escucharse lejano, evidenciando el cansancio que poseía mi cuerpo. Me quedé dormida sosteniendo la idea de hablar con ella al día siguiente, jurando que una vez me perdonara desaparecería de mis cavilaciones, como suele hacerlo todo asunto concluído.
...
Ingresé al colegio con un gran nudo en el estómago y luchando por desaparecer de mis intenciones el deseo incontrolable de huir. Tenía claro mi propósito, pero también era indudable mi temor a empeorar las cosas. ¿Dónde está la Lucía valiente, capaz de enfrentarse a toda circunstancia? Fue derrotada por Anneliese.
—Buenos días, señorita Cortés—escuché tras de mí.
Volteé para encontrarme con la causante de todos mis problemas, la dueña de aquel cabello rizado que se asemejaba tanto a la situación de mi mente.
—Buenos días profesora—me limité a contestar.
—¿Cómo has estado?—preguntó utilizando ese típico tono de voz que denota compromiso en las palabras. Esa irritable entonación que me hizo darme cuenta que en realidad, no le interesaba conocer la respuesta.
—Bien. ¿Hoy trabajaremos en nuestro proyecto?—respondí, pasando de inmediato al tema que me interesaba.
—¿nuestro?—exclamó, sin dejarme distinguir del todo la tonalidad de su pregunta. ¿Le molestaba que yo afirmara que el proyecto nos pertenecía a ambas? ¿no me consideraba tan importante en el trabajo como para hacer uso de aquel término?
Me arrepentí enseguida de utilizar esa palabra, pues sentía que mi papel no era más que el de una herramienta: debía trabajar a su lado, pero sin esperar de ella crédito alguno.
—¡Claro! estamos en esto juntas, ¿no?—respondí tratando de descubrir en su rostro algún indicio de incomodidad.
Ella bajó la cabeza, limitándose a responder:
—Sí, te espero en la sala de maestros después del timbre de salida.
Continué caminando una vez ella se marchó, dejando como de costumbre, su delicioso aroma y una notable tensión en el aire. Avancé por los pasillos hasta el salón de humanidades, donde me esperaban dos eternas horas de clase. Ingresé justo a tiempo y tomé asiento junto a Amelia, aprovechando para saludarla.
—¿Cómo estás Lucy?—preguntó mi amiga con una sonrisa en el rostro. Su sinceridad me hizo sentir mal, era incuestionable la diferencia entre sus palabras y las de Anneliese.
—Bien—respondí brevemente, mientras pensaba en silencio que tan cierta era la respuesta que le estaba otorgando.
Dirigí mi atención a la maestra, quien se disponía a copiar el tema del día en el pizarrón: "La importancia de la buena convivencia", trazó con su perfecta caligrafía de mujer experimentada.
La ironía del destino me acompañó durante la explicación del argumento, convenciéndome cada vez más de que mi decisión de hablar con Anneliese para solucionar las cosas era correcta.
—Las buenas relaciones siempre inician con un intercambio—expresó la maestra—la amabilidad es retribuida con más amabilidad.
Sus palabras se impregnaban en mi cerebro con fuerza, procurando ser un apoyo para la charla futura.
—Una manera de asegurar esto es teniendo una base sólida sobre la cual construir la convivencia...¿saben de qué estoy hablando?—continuó.
Mi mente empezó a procesar aquella frase, buscando la clave que se ocultaba en ella.
—Evidentemente, me refiero a la confianza—concluyó al fin, al sospechar que nadie diría la respuesta.
Sentí de inmediato una sensación de derrota. La confianza que Anneliese pudo llegar a tener en mí, definitivamente había desaparecido y deseaba con todas mis fuerzas que fuera posible recuperarla...
ESTÁS LEYENDO
Love Time ©
Romance"El amor aparece cuando menos lo esperas" solo suponía una frase vana para Lucía, de aquellas que suenan bien al decirlas, pero tienen poca cabida en la realidad. Jamás se habría molestado en buscarle algún tipo de lógica a esas palabras, hasta que...