Lucía
Las horas de clase transcurrían con más lentitud de lo usual, cosa que me sorprendió gratamente pues no deseaba tener aquella conversación con Anneliese tan pronto. Cada hora que pasaba, era un tormento; se acercaba con paciencia pero seguro el instante de enfrentarme a ella y decirle lo que pensaba. Pero, ahí estaba la incógnita: ¿qué era exactamente lo que yo pensaba? No tenía preparado un monólogo para acercarme, no sabía como hacer frente a ese tipo de situaciones.
—¿De qué manera debes dirigirte a alguien para pedirle que inicien de cero su relación?—me interrogué, sabiendo que no tenía la respuesta—¿Acaso esa petición tiene algún sentido?
Me sentía mareada como consecuencia del espantoso miedo que recorría mi cuerpo. Gracias a la poca madurez que había adquirido durante mis escasos 16 años de vida, no tenía la valentía ni el carácter para arreglar las cosas, pero al menos tenía las ganas.
Pensé y pensé, como nunca antes me había dedicado a hacerlo. Analicé con cuidado como podría hablar, qué postura sería la correcta para descansar mi cuerpo e incluso la posición de mis manos al expresarme. Quizás estaba tomando demasiado enserio aquella charla, solo tal vez me estaba preocupando más de la cuenta, pero era tarde para tranquilizar mi mente, pues ya estaba peligrosamente alterada.
—¿cómo debería empezar? ¿el típico: "necesito hablar contigo" será adecuado?—seguía pensando, tomando con seriedad cada detalle.
Y así, justo como suele sucederme en las peores circunstancias, el tiempo me jugó una mala pasada. El timbre de salida sonó, logrando que mi cuerpo se paralizara. Mis compañeros empezaron a abandonar el salón de artes, donde había sido impartida la última clase del día. Había pensado tanto, que era ridículo admitir que aún no estaba lista, que no se me ocurrían las palabras, que los nervios dominaban todos mis sentidos y el latir de mi corazón empezaba a ser preocupantemente veloz.
Esperé paciente a que el aula estuviera vacía y en cuanto esto ocurrió, sin dudarlo ni un segundo alcé mi brazo derecho, abrí mi preciado reloj y susurré: Anneliese Castillo.
La mujer de bonito cabello caminaba con toda la tranquilidad del caso hacia la sala de profesores, sus pasos eran lentos pero firmes. Posó la mano en su cabeza y con un suave movimiento acomodó un poco sus rizos, para después sentarse pacientemente en el escritorio que le correspondía. Tomó del bolso que descansaba en el espaldar de su asiento una botella de agua y comenzó a beberla con lentitud.
Me hipnoticé por un instante con la suavidad de sus movimientos, con lo bella que se veía incluso al tomar agua, con esa extraña habilidad que tenía de hacer las cosas con toda la elegancia posible. Si no hubiera tenido un pequeño sobresalto de repente y volteado a mirar el gran reloj que se encontraba colgado en la pared detrás suyo, juraría que jamás hubiera despertado de aquel trance.
—Lucía—la vi susurrar despacio, recordando la cita programada.
—¡A la mierda todo! Tengo que ir ahora—dije en voz alta, cerré el reloj y empecé a caminar con toda la estabilidad que mis temblorosas piernas me permitían, hacia la sala de maestros. No quería alargar su incomodidad y tampoco quería hacer más tortuosa mi propia espera.
¿Han sentido alguna vez esa sensación de pánico tan inmensa que sus pies parecen estar flotando? Bien, pues eso se quedaba corto a lo que yo experimentaba en ese macabro trayecto.
Por fin llegué a mi destino y caminé directo a ella, para detenerme unos pocos metros antes de encontrarme frente a frente con su perfecto rostro.
—¡Vamos Lucía, sigue caminando!—me regañé internamente—tienes que enfrentar esta situación.
Con mucha dificultad, acorté la distancia que nos separaba y mencioné con una voz incluso más temblorosa que mis piernas:
—Disculpa la demora, Anneliese.
Ella levantó la cabeza, que parecía estar sumida en aquel libro que sus manos sostenían y a causa de ello, su mente tardó unos segundos en reaccionar.
—No te preocupes, estaba concentrada en esto—dijo alzando el libro para que yo lo apreciara.
Que rápido había olvidado nuestra cita, apenas unos minutos atrás había susurrado mi nombre y ahora le importaba un comino mi llegada. Contraria a mi actitud anterior, decidí no pensar mucho y soltar de una vez por todas las palabras que había ido a decir.
—Necesito hablar contigo—dije, sorprendiéndome de mi nula originalidad.
Ella me miró perpleja, posando sus ojos cafés en los míos, como si intentara desentrañar el misterio que se ocultaba en mi vista.
—Por supuesto, espero que sea rápido porque debemos iniciar a trabajar—dijo al fin, restándole importancia a mi postura.
A continuación, pasó aquello que jamás intuí que ocurriría. Quizás mi cerebro ya estaba a punto de colapsar, quizás me molestó sobremanera su falta de interés; no puedo decir con claridad lo que pasó por mi mente en ese instante, pero sí sé lo que se exteriorizó debido a ello.
—¡LLEVO TODO EL DÍA PENSANDO COMO DIRIGIRME A TI ANNELIESE!—grité—¿QUÉ SE SUPONE QUE HAGA AHORA, SI AÚN NO SÉ QUÉ DECIR Y TÚ PRETENDES QUE ME APURE?
Su rostro paso de estar sereno a estar notablemente asustado.
Por mi parte, sentía como mis mejillas se humedecían a causa de las lágrimas que comenzaban a salir sin avisar. Era el momento de detenerme, pero necesitaba terminar mi fatídico discurso. ¿Por qué? Quizás por simple estupidez.
—ESTOY MUY ARREPENTIDA ¿OK?—continué gritando—QUIERO QUE VOLVAMOS A EMPEZAR, QUIERO QUE OLVIDES TODOS LOS INCIDENTES.
—Yo...—quiso mencionar ella, pero la interrumpí sin compasión. Era mi momento de drama y Anneliese debía respetarlo.
—SÉ QUE NECESITAS TERMINAR ESTE TRABAJO Y YO DESEO AYUDARTE EN ELLO, PERO TÚ NO PARECES QUERER MI AMISTAD—exclamé señalando su computador.
—pero...—insistió en hablar, siendo interrumpida una segunda vez.
—SOY CONSCIENTE DE MI ERROR CON RESPECTO A TU CARRO Y SÉ QUE MEREZCO TU DESPRECIO, ¡PERO QUIERO ARREGLAR LAS COSAS! ¿CÓMO TE ATREVES A PEDIRME QUE ME APURE? ¡ES UN PROCESO DIFÍCIL PARA MÍ!—dije con una extraña mezcla de tristeza y rabia atorada en la garganta—PERO SI NO QUIERES ESCUCHAR, ESTÁ BIEN. CREO QUE YA DIJE LO QUE QUERÍA DECIR...
Como si mi situación no pudiera ser más ridícula, empecé a correr sin meditarlo previamente. Mis piernas tomaron por sí solas la decisión de alejarse. Abandoné la sala de profesores y avancé con rapidez hacia ningún lugar en específico. Visualicé un árbol en un rincón del colegio y decidí sentarme bajo el mismo. Allí, en silencio y llorando, me di cuenta de lo increíblemente mal que había salido la charla...
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Love Time ©
Romance"El amor aparece cuando menos lo esperas" solo suponía una frase vana para Lucía, de aquellas que suenan bien al decirlas, pero tienen poca cabida en la realidad. Jamás se habría molestado en buscarle algún tipo de lógica a esas palabras, hasta que...