Capítulo 16: Perdón Anneliese.

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Lucía.

Ya tendida en mi cama, con las luces apagadas y la delicada música sonando en mis audífonos, su imagen apareció en mi mente como acostumbraba a hacerlo: sin aviso y descaradamente. De nuevo su cabello, su voz, su olor...todo se reproducía en mi cabeza al ritmo de aquella sinfonía clásica que escuchaba en horas nocturnas.

Cerré los ojos, dejando escapar un suspiro de alivio. Era impresionante la paz que suponía para mí contar con el perdón de mi profesora, aquellas palabras ofreciendo su amistad habían sido suficiente para que todas mis preocupaciones se disiparan.

—¡Eres muy especial, Anneliese!—dije casi sin notarlo, como si mi boca hubiera buscado resumir con una frase susurrada el millón de pensamientos que mi mente creaba.

Aún con los ojos cerrados y una sonrisa en mis labios, acerqué un poco la mano derecha a mi rostro, queriendo verla una última vez antes de dormir. Pronuncié su nombre, esta vez con nulo remordimiento y al abrir los ojos, la contemplé allí dormida.

—¡Qué bonita se ve incluso al dormir!—pensé en un susurro.

Me quedé allí, con mis ojos fijos en el aparato y mi mente fija en su bonito rostro, hasta que encontré oportuno intentar dormir de una buena vez. De ese modo, bostecé debido a los pequeños indicios de sueño que empezaban a apoderarse de mi cuerpo, cerré mis parpados y seguido de estos, el reloj.

...

Una sensación bastante familiar, un conocido mareo empezó a ser perceptible por mi cerebro aún adormilado. Mi mente reaccionó justo en el instante que aquella nube de humo que representaba una teletransportación me envolvió.

—No puede ser...—pensé.

La nube de humo comenzó a desaparecer, dejando al descubierto el lugar donde me había transportado. Con evidente temor, analicé donde me encontraba. Un cuarto blanco, ocupado solo por una cama y un escritorio fue lo único que logré enfocar. Acostada en medio del gran colchón, pude distinguir una silueta femenina, que la oscuridad no me permitía observar con claridad. Me acerqué temerosa, creyendo saber de quién se trataba.

—¡Eres una estúpida, Lucía!—me regañé a mí misma en voz muy baja al comprobar mis sospechas. Me di un pequeño golpe en la cabeza y me alejé de la cama donde yacía dormida cual princesa, mi profesora de literatura.

—Lección del día: cerrar con mayor cuidado la tapa del reloj, porque quizás en medio de mi torpeza, puedo provocar un viaje accidental al lugar que estaba observando—dije con resignación.

Aquel botón que provocaba la teletransportación, se hallaba peligrosamente mal ubicado, tan fácil de presionar sin querer que me sorprendía que jamás me hubiera sucedido algo así antes.

Estaba a punto de apretar el problemático botón de nuevo, para volver sin más a mi habitación. Pero en lugar de eso, decidí rodear la cama, para obtener un mejor ángulo de visión, logrando por fin ver su rostro iluminado por la tenue luz de la luna que atravesaba con dificultad las cortinas de la ventana. Allí, durmiendo plácidamente estaba la causante de mis últimos insomnios. Ahí, con su respirar lento y calmado se encontraba ella, Anneliese Castillo; a quien de verdad había aprendido a apreciar.

Sentí el impulso de acariciar su cabello, pero sabía que este gesto podría despertarla de inmediato y era preferible no arriesgarme. Sonreí por última vez ante su cuerpo dormido y regresé a mi casa, feliz de aquel encuentro accidental.

...

Al siguiente día, dentro del aula de sociales y con mi mejor amiga al lado, escuché los sonoros tacones de la maestra entrando. Dos horas era lo que debíamos soportar, dos aburridas horas donde sería explicada la revolución francesa de la manera más monótona jamás escuchada.

Love Time ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora