Encuentro.

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La tarde era fría, con nubes grises llenando el cielo azul, emanando una calma inquietante mientras un par de gotas finas y suaves comenzaban a caer sobre toda la ciudad y sus alrededores. Era un día clásico de principios de otoño, con ráfagas de aire y hojas secandose en las ramas de las plantas, todo parecía normal en general a ojos del zorro perteneciente al templo al final de la montaña.

De suaves cabellos rubios brillantes y ojos de un expresivo color dorado era el pequeño animal que cuidaba el sacerdote de aquel templo, lo había encontrado en una caminata lejos de su hogar junto al cuerpo muerto de su madre y sin pensarlo demasiado decidió acogerlo y criarlo hasta que fuera capáz de sobrevivir por sí mismo. Habían pasado un par de meses desde que Tsukishima el zorro comenzara a vivir en la montaña, por lo que todos los días, cuando el sacerdote comenzaba a rezar por la tarde, salía a dar un pequeño paseo por los alrededores; claramente aquel día no iba a ser una excepción.

Había salido casí a las 16 horas del templo, según sus cálculos tenía dos horas para explorar tranquilamente hasta que tuviese que regresar por lo que a las 18 horas debía estar nuevamente en su hogar. Silenciosamente se adentró al bosque, pasando por algunos árboles que ya conocía a la perfección, hasta llegar a una parte que no le era conocida por completo, le gustaba revisar por áreas pequeñas la montaña en que vivía así que las dividía mentalmente para llevar un órden. Se encontraba cerca de un claro de cristalina agua cuando escuchó algunos gruñidos y un débil llanto lastimero, planeaba ignorarlo pero cuando se dió cuenta ya se encontraba presenciando como dos lobos intimidaban a un pequeño conejo café quien se encontraba temblando hecho bolita junto a un árbol.

Tsukishima no era precisamente un justiciero ni nada por el estilo, es más detestaba meterse en asuntos ajenos, y aún así en menos de un minuto ya se encontraba frente al conejo, protegiéndolo con su cuerpo, gruñéndole a los dos canes mientras mostraba sus intimidantes dientes en forma de amenaza. Quizás sería por su aura pesada o tal vez sus ojos fieros pero casi al instante aquellos dos depredadores retrocedieron y, resoplando con fastidio, desaparecieron en lo profundo del bosque. Soltó un suspiro lleno de fastidio al notar que tan cierto es aquello de que perro que ladra no muerde y de reojo, intentando ser lo más discreto posible, observó a la bola de pelo que aún temblaba, y que al notar la ausencia de gruñidos y el encontrarse completo e intacto aún, asomó su cabecita con precaución.

Unos ojos negros brillantes, que poseían un miedo y tristeza enormes, se encontraron con los dorados llenos de aburrimiento, creando un lazo instantaneo que ninguno de los dos quiso notar. El conejo caminó un poco, alejandose del tronco del árbol y con lagrimas aún asomandose en sus ojos inclinó la cabeza en dirección al zorro.

-Muchas gracias -Mencionó con voz temblorosa el pequeño roedor, intentando que no se le quebrase en algún momento.

Let us be togetherDonde viven las historias. Descúbrelo ahora