Convivencia.

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La luz del sol deslumbrante y cálida entraba por las rendijas que quedaban entre las cortinas, haciéndose paso con suavidad para poder llegar hasta el interior de la habitación. Las paredes hechas de gruesa madera eran alumbradas lentamente por la luminosidad del ascendente astro rey, dejándo al descubierto las marcas y manchas que tenían en ellas a causa del paso de los años.

En medio de la habitación, sobre un futón relativamente usado, despertaba lentamente un conejo de color marrón claro, con machas más oscuras repartidas por todo su cuerpo adornando su suave y algo largo pelaje. Un bostezo salió desde la garganta del roedor y con pereza sus ojos comenzaron a abrirse, intentando acostumbrarse poco a poco a la brillantez del ambiente. Una sonrisa brotó en su rostro debido a la felicidad que sentía simplemente con poder estar ahí, junto a los que consideraba su familia: el sacerdote a cargo y el zorro que cuidaba el templo.

Recordó cómo después de ser rescatado por Tsukishima, de dos lobos que planeaban matarlo y devorar su carne, ese rubio malhumorado le había ofrecido un lugar en el que era su hogar. La montaña era relativamente tranquila y por los alrededores no habían muchas casas, por lo que era un lugar perfecto para vivir cómodamente, eso sumado a que no estaba solo era lo mejor. Cuando el hermoso zorro dorado lo encontró siendo intimidado acababa de presenciar como otros lobos, de la misma manada que los que le acorralaban a él, mataban a su madre y a sus hermanos, el pequeño por suerte alcanzó a reaccionar y huir de ese lugar con suficiente sigilo como para que esos feroces depredadores tardaran en alcanzarlo; aún extrañaba a su familia, eso era obvio y natural, pero se sentía dichoso de su vida actual.

Habían pasado ya tres años desde que comenzó a vivir junto al sacerdote y su zorro, no podría haber pedido algo más a la vida.

Se levantó y limpió la habitación para después salir al pasillo y comenzar con todo lo demás, recogiendo algunas cosas tiradas en el suelo y arreglando otras tantas que estaban fuera de lugar, y una vez todo estaba decente a sus ojos fue a la cocina a preparar un desayuno ligero para todos.

Yamaguchi el conejo era el primero en despertar todos los días, aún cuando no solía colocar alarma en el reloj, y es por eso que le gustaba arreglar superficialmente la casa y preparar los alimentos matutinos, esas actividades le hacían sentir útil de alguna manera. Una vez los pancakes estaban listos y la leche de soya servida escuchó una puerta abrirse, al principio creyó que sería el sacerdote pero cuando no escuchó su saludo de buenos días supuso que sería Tsukishima. Terminó de servir la comida en tres platos y volteó a ver con una sonrisa al zorro que estaba sentado en la mesa esperando a que el más pequeño terminara; él nunca le reclamaba, apresuraba o regañaba por nada.

Su interacción con el de pelaje dorado se basaba prácticamente en el conejo siguiendolo y aprendiendo de él en cada cosa que hacía, el zorro nunca se había quejado e incluso hablaba con él, pero a veces el más pequeño se ponía un poco inquieto; eso solo aumentaba cuando su pecho se comprimía simplemente al verlo o cuando sentía esa imperiosa necesidad de suspirar cada que el contrario le miraba, estaba comenzando a preocuparse de esos sentimientos que crecían en su interior.

Let us be togetherDonde viven las historias. Descúbrelo ahora