Problema

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El tema de la época de celo había quedado olvidado junto a las palabras del molesto gato negro de la vez pasada, el zorro se encontraba en el patio trasero del templo, tomando una taza de té mientras comía un trozo de pastel de fresas con crema que había encontrado en el frigorífico; el sacerdote se encontraba fuera haciendo algún tipo de limpieza espiritual a alguna casa del pueblo y el conejito se encargaba del aseo de la casa minuciosamente como era costumbre.

Ciertamente el de pelaje café disfrutaba de un entorno extremadamente limpio, sin embargo debido a la presencia de los otros dos le era realmente difícil mantenerlo totalmente pulcro, aunque no le molestaba en realidad pues le gustaba tener algo que hacer.

El roedor salió del templo y, mientras estaba barriendo el patio delantero, escuchó un ruido proveniente de los arbustos, se sorprendió y se colocó en posición de defensa con la escoba como arma defensiva, la idea de llamar al zorro cruzó por su cabeza pero decidió que no siempre podía depender de su mejor amigo. Se acercó con cautela hacia el origen del sonido, mientras empuñaba la escoba como si su vida dependiera de ello.

-¿Quién está ahí? -Cuestionó con voz baja pero intentando transmitir seguridad, lección número uno aprendida del zorro.

Sus ojos se abrieron en sorpresa cuando un par de orejas doradas se asomarón por encima de las hojas del arbusto, se veían largas y esponjosas, justo como las propias. Sin darse cuenta bajó la guardia y de pronto un tembloroso y pequeño cuerpo salió de entre las ramas mostrandose como una asustada conejita rubia.

-N-no me mates... por favor -Pidió aquella con una voz suave y sumisa, intentando ser de lo más convincente con su petición mientras apretaba sus ojos con fuerza.

El conejo marrón alzó una ceja con confusión ¿Por qué habría él de matar a alguien de su misma especie? Con voz un poco distinta a la anterior intentó acercarse de otra manera.

-Soy Yamaguchi Tadashi, un conejo igual que tú, no tienes que preocuparte que no te dañaré -dijo con la voz más suave y tranquilizadora que pudo, intentando imitar al sacerdote.

Los ojos de la contraria, llenos de lágrimas negándose a salir, le miraron fijamente y cuando menos se lo espero le abrazó con fuerza mientras sollozaba en su pecho. Murmullos revueltos e inentendibles escapaban de los labios de la conejita mientras intentaba explicar su historia; estaba perdida.

Let us be togetherDonde viven las historias. Descúbrelo ahora