Capítulo 3

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-Bueno, ¿concretamos una cita o no? -preguntó, mientras pasaba las páginas de la agenda sin prestar atención. Se volvió para mirarme una vez más, en sus ojos había una mirada que quería decir: "No tengo ni idea de lo que quieres". Me recordaron los limpiaparabrisas de los faros de un coche de lujo; tienes los faros sucios, les das una pasadita, y ya están limpios.

Me dedicó una sonrisa de complicidad.

-Si tienes motivos de queja, es mala publicidad. Y la mala publicidad es mala para el negocio.

Me recordó una conversación que había mantenido recientemente con un vendedor de coches, que se presentó exactamente de la misma manera. Sin embargo, aquel hombre quería venderme un coche, no su cuerpo.

-Llámame cuando quieras - dijo, mientras cogía una tarjeta.

-¡Oh, no! - me lamenté - Lo que me faltaba, que encima me des tu tarjeta de visita.

Se echó a reír, encantada, y me pareció que su risa era sincera.

-Sabía que te molestaría -dijo.

Cogió un lápiz, escribió algo en la tarjeta y me la dio. Era una tarjeta blanca, muy elegante, escrita a mano y sin inscripción alguna, a excepción de los caracteres grandes e inclinados que había en el centro y una gran L. Ni nombre ni dirección, sólo los números. Y esa letra. Realmente, aquella tarjeta era el colmo de la discreción.

La miré, en las comisuras de sus ojos verdes y hermosos, aparecieron delicadas líneas provocadas por la risa.

- Las tarjetas de visita no son muy habituales en mi trabajo - me aclaró, entre risas - Lamento decepcionarte.

Y allí estábamos, dos mujeres que acaban de acostarse y descansado desnudas en la misma cama, como si estuvieran tomando café en una cafetería de lujo.

Imaginé una escena un tanto surrealista, "¿Quieres un poco más de azúcar?", "No, gracias, prefiero otro orgasmo. Pero que no sea brutal, que esta tarde tengo turno en la peluquería"

Ya no tenía motivos para quedarme, por mucho que me costara admitirlo. Sin embargo, quería volver a verla. ¿Cómo? ¿Cómo clienta?

¡Jamás! Y en ese caso... ¿existía la más remota posibilidad de que volviéramos a vernos? Me quedé mirando la tarjeta que tenía en la mano y, poco a poco, me di cuenta de que me sentía incómoda en aquella cama.

Sin embargo, la noche podría haber sido muy agradable, dormirnos juntas, despertarnos juntas, unos cuantos mimos, un poco de sexo... Noté de nuevo un cosquilleo por todo el cuerpo.

Me observó con esos ojos que pueden intimidar a cualquiera y yo le devolví la mirada por el rabilo del ojo. No, estaba claro que ella jamás haría algo así. Y también estaba claro que yo tenía que salir de allí lo antes posible.

Ella, sin embargo, siguió observándome atentamente y antes de que yo tuviera tiempo de pensar en mi próximo movimiento, me dijo:

-Voy a ducharme. ¿Prefieres ir tú primero...?

Su tono profesional, educado y atento me dolió. Sin duda, aquella era la despedida definitiva. Negué con la cabeza en silencio, sin mirarla. Ella se puso en pie y yo la miré mientras se alejaba, me fijé en su andar elegante y saboreé todos y cada uno de sus movimientos.

Cuando cerró la puerta tras ella, me levanté de la cama y me vestí a toda prisa. Ya en la puerta, me giré por última vez. Oí el ruido del agua y contemplé la cama, estaba segura de que pasaría mucho tiempo antes de que olvidara aquella noche.

La reina de mis nochesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora