Capítulo 30

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Seguía teniendo miedo de que se excediera, así que trataba de convencerla de que se tomara pequeños descansos, aunque no conseguí que permaneciera sentada más de una canción seguida, pues de inmediato empezaba a ponerse nerviosa y no me quedaba más remedio que dejarla marchar.

Las otras mujeres me miraban de mala gana como si yo fuera una loca celosa y aguafiestas, otras me miraban un tanto asustadas e intimidadas, pero... ¿Por qué?, "oh, lo había olvidado, Lauren estaba jugando a la chistosa y les dijo que yo era jefa de la mafia". ¿Es en serio?, ¿yo jefa de la mafia? ¡Pero ni aspecto de rebelde tengo!

Finalmente, me empecé a cansar. Se me cerraban los ojos, aunque quería mantenerlos abiertos para seguir sus pasos en la pista de baile. Se acercó a la mesa.

El tango de despedida — dijo, dedicándome una sonrisa sensual — Tienes que bailarlo conmigo.

Estoy muy cansada — protesté, sin convicción.

Ella, sin embargo, tiró de mí.

Nada de excusas. Es el último baile, no puedes decirme que no.

Nunca había bailado un tango, ni siquiera en broma, pero al bailarlo con ella me sentí como si levara toda la vida haciéndolo.

Cuando me hizo inclinar el cuerpo casi hasta el suelo y me miró con los labios entreabiertos de forma seductora, entendí por qué el tango es un baile erótico. La deseaba, allí mismo, en ese momento, delante de todas esas personas... Y no podía tenerla.

Me ayudó a incorporarme y se echó a reír.

Lástima — dijo con tristeza — tenemos que irnos.

La idea me habría sonado muy bien, de no ser por mi promesa y por los motivos que hacían que ella no sintiera nada. Cuando se encendieron las luces fluorescentes, salimos finalmente del bar y al llegar a la puerta me di cuenta de que ya casi era de día.

Las calles de París estaban envueltas en un bello color gris, los noctámbulos que ya iban de camino a casa se cruzaban con los madrugadores que iban a trabajar.

Los camiones de limpieza rociaban París con agua y eliminaban la suciedad de las calles.

Mientras nos dirigíamos a la parada de taxis, tuvimos que saltar unos cuantos riachuelos que se precipitaban hacia las alcantarillas.

Ella saltaba alegremente de un charco a otro y me arrastraba también a mí, pero yo apenas podía seguirla. Gritaba como una niña cada vez que pisaba un charco y, entre salto y salto, me besaba en la boca.

Estaba muy recuperada, pero yo no, yo estaba agotada, lo cual sería de gran ayuda cuando llegáramos a su apartamento. La notaba muy animada, como si no supiera qué significaba tener sueño.

Aunque yo quise irme directamente a la cama nada más entrar en el apartamento, no lo conseguí.

Por favor, baila conmigo una vez más.

Me dedicó un parpadeo coqueto e hizo un puchero, claro, no pude decir que no. Me llevó al salón grande.

Apenas lo habíamos usado desde que yo estaba allí, pero obviamente el suelo de parqué era perfecto para bailar.

Pero sólo un vals o algo así — especifiqué — Estoy demasiado cansada para un baile más movido.

No hay problema — puso un CD y la música de un vals llenó de repente la habitación — Vuelvo enseguida — dijo, mientras se alejaba hacia la puerta.

La reina de mis nochesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora