Capítulo 25

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Tenía una pesadilla. Me acerqué y la sacudí, sabía que así le hacía daño, pero era mejor eso a permitir que reviviera la espantosa experiencia.

Se despertó, sin dejar de gritar. La estreché entre mis brazos, aunque sabía que eso también le iba a doler. Le acaricié el pelo y traté de tranquilizarla.

Sshh... Tranquila — le susurré — Estoy aquí Lauren, no hay nadie más. Estás en París. Estás a salvo conmigo.

Le temblaba todo el cuerpo y tenía calambres en todos los músculos. La miré a los ojos y me di cuenta de que estaban secos.

Adelante, llora — insistí, casi con desesperación — Llorar te hará bien.

La sacudí de nuevo, pero no lloró. Si no lloraba... ¿cómo iba dejar salir todo aquel sufrimiento y toda aquella tensión? Pasó mucho tiempo antes de que consiguiera calmarla lo bastante como para que respirara con normalidad.

Me sentí incapaz de hablarle y, muy despacio, la ayudé a tumbarse de nuevo en la cama, pues no quería hacerle más daño. Se dejó caer y gimió de nuevo, esta vez por el dolor que sentía en esos momentos.

Algunas de las heridas se habían abierto y habían empezado a sangrar. Vi la sangre que empapaba su pijama. Pero ese no era su problema más grave. Fui a buscar las pastillas que le había recetado la doctora y le di una.

Lo importante ahora era que consiguiera dormirse otra vez. Yo la vigilaría mientras dormía y la despertaría sin dudarlo al menor síntoma de pesadilla. El dolor la seguía atormentado. Me miró, pero no sabría decir si llegó a reconocerme. Al cabo de un rato, se durmió llorando.

Fui a buscar una manta a la habitación de al lado y me senté en el sillón, cerca de ella. Como las cosas sigan así, me dije, acabaré durmiendo mejor en un sillón que en una cama. Cuando consideré que estaba profundamente dormida, fui a la biblioteca a buscar un libro.

La verdad es que no tenía ningún libro fácil. Casi todos estaban en francés o español y los que estaban en ingles no eran precisamente relajantes... ya me imaginaba que no era una lectora de novelas románticas, pero por lo menos podría haber tenido algún libro de Sara Shepard o LJ Smith.

Finalmente me decidí por Oricio Quiroga y volví junto a ella. Cuando iba a la escuela, me negué a leer libros de ese autor ya que siempre escribía pequeños fragmentos "sanguinarios" si esa era la palabra.

¡Quién me iba a decir a mí que llegaría un día en que lo leería voluntariamente! Me puse a leer. Cada vez que gemía, levantaba la vista para mirarla. Al cabo de un buen rato, se quedó más tranquila y siguió durmiendo. La lectura me absorbía cada vez más, después de tres horas leyendo, aún no había entendido qué le había visto Lauren a este autor tan demente o a este tipo de libros de suspenso.

De repente, tuve la sensación de que algo había cambiado. Ya no se quejaba. Miré hacia la cama y me di cuenta de que me estaba observando. Cerré el libro y lo dejé a un lado.

¿Estás despierta? — pregunté innecesariamente.

— Seguía observándome con fijeza y empecé a sentirme un poco incómoda. "¿Y ahora qué pasa?", me pregunté.

¿Puedo hacer algo por ti? — le pregunté, en un tono excesivamente formal. Me puse en pie

He comprado sopa. Creo que te sentaría bien tomar un plato de sopa.

Quería ir a la cocina para huir de su mirada.

Quédate — me ordenó, antes de que pudiera dar un paso hacia la puerta.

La reina de mis nochesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora