4 - El secreto

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La lluvia empezó a caer con más fuerza sobre los cristales de la cafetería. Kate tamborileaba impacientemente con sus dedos sobre la lisa superficie de la mesa en la que esperaba a Enzo.

Cada pocos segundos, miraba el reloj de manera instintiva. Eran las cinco y diez. Enzo llegaba tarde.

La camarera se acercó para rellenar la taza de café a Kate y ella le sonrió sin ganas. Los nervios no la dejaban ser la chica cordial y amable de siempre.

La campanilla sobre la puerta de la entrada del café anunció la llegada de un nuevo cliente y Kate clavó la mirada en el individuo. Enzo había llegado.

Sin apenas mirarla, él localizó su ubicación y se sentó frente a ella.

−Ciao.

Kate no sonrió.

−Hola.

−¿Cómo te encuentras?

Kate bajó la mirada. Los ojos grises de Enzo eran aún más perturbadores que el primer día que los vio.

−Bien.

−Supongo que será mejor que no me ande con rodeos y te cuente lo que he venido a decirte.

Kate hizo un ruido de afirmación, mientras removía su café.

−Kate, en mi familia somos portadores de un virus y lo más probable es que el bambino que llevas en tu seno esté infectado por él.

Ella le miró horrorizada.

−Me dijiste que no estabas enfermo.

−Y no lo estoy, soy portador del virus y mis genes lo transmiten. Existe un cincuenta por ciento de probabilidades de que el bambino esté afectado y, por lo tanto, muy enfermo. Es por eso que deberías abortar.

Kate clavó su mirada en la de él, feroz, como una loba que protege a su recién nacido.

−Eso nunca pasará. ¿Qué clase de enfermedad horrible podría tener para que renunciara a él?

−Porfiria −Kate encogió los hombros y negó con la cabeza−. La porfiria es muy grave, Kate.

−¿Qué síntomas tiene?

Enzo suspiró. No sería fácil convencerla.

−Fotosensibilidad, palidez extrema, anemia, entre otros.

Kate soltó una carcajada irónica.

−No me parece tan grave, le protegeré de los rayos del sol y le daré mucho hierro. Es mi hijo y le querré de todas maneras. Hace días que lo decidí.

−No eres racional, Kate. Ya es difícil criar un niño sano, imagínate uno enfermo.

−Lo criaré sea como sea. Es mío y estás muy equivocado si has venido aquí para hacerme cambiar de opinión en cuanto a deshacerme de él.

Enzo entrelazó las manos sobre la mesa y levantó una ceja sobre sus ojos desafiantes.

−No me vas a poner las cosas fáciles, ¿verdad? Eres testaruda.

Kate asintió. Ya no se sentía amedrentada por él.

−Es mi bebé.

−¿Estarías dispuesta a renunciar a todo lo que tienes por él?, ¿tu vida?, ¿tu familia?, ¿tu trabajo?

−Él es mi vida y mi familia ahora. Y mi trabajo no es tan bueno.

Enzo esbozó una media sonrisa.

−Estás muy convencida.

Ella volvió a hacer un ruido de afirmación mientras bebía de su café. Se sentía, por primera vez, muy segura de sí misma. Eso le gustaba.

ALMA INMORTAL - La Saga del Escarabajo IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora