Tan sólo necesitó oír el primer pitido de su despertador para, de un golpe preciso y seco, pararlo e incorporarse en la cama.
Era el primer día de clase después de sus bien merecidas vacaciones de Navidad y, por fin, el final de una interminable espera, que le había obligado a inventarse todo tipo de distracciones para no incumplir el pacto con Emma.
Por fin, Jayden tendría la oportunidad de usar la sangre de canguro.
Saltó hacia el cuarto de baño contiguo a su habitación y, tras una rápida ducha y su habitual vistazo al cielo de Londres para verificar la necesidad exacta de crema solar, salió disparado hacía su habitación. En apenas dos minutos, se había vestido y se hallaba sentado frente a su escritorio con un terrón de azúcar en sus dedos y la botellita de cristal envuelta en los calcetines de deporte a su lado.
Tras una breve mirada a la puerta entornada de su habitación, liberó la botellita de su escondite y, con sumo cuidado, vertió tres gotas sobre el inmaculado terrón de azúcar que, ávido de líquido, absorbió en un instante la sangre, tornándose de un rojo apagado.
Un suspiro cargado de esperanza salió de su boca.
Cogió una esquina de un folio, medio garabateado con notas e ideas, y envolvió el terrón de azúcar cargado con el arma más poderosa para un dhaphiro indefenso. Se detuvo a observarlo un momento, esperanzado, justo antes de guardarlo como un gran tesoro en el bolsillo de sus vaqueros.
El final del reinado de Brian estaba cerca.
En la cocina, unas animadas Kate y Galatea discutían sobre los cambios que se proponían hacer en la tienda de antigüedades, ya que las ventas habían aumentado mucho desde que Jean vendía sus cuadros en ella.
Sobre la mesa, un gran tazón de cereales esperaba a Jayden.
−Buenos días.
Las dos mujeres repararon en la presencia de Jayden y le dedicaron dos sonrisas llenas de orgullo.
−Hola, Jayden.
−Buenos días, cariño. Se nos ha terminado el zumo de naranja, ¿quieres un vaso de sangre?
Jayden arrugó la nariz a su madre. A pesar de que adoraba comer carne medio cruda y su metabolismo toleraba la comida humana y la sangre, no soportaba el rojo líquido recalentado en el microondas. Prefería mil veces un vaso de leche.
−Lo siento, cielo.
−No te preocupes, mamá, con los cereales me basta.
Kate sonrió a Jayden, que ya había atacado su bol del desayuno, y siguió discutiendo con Galatea sobre los nuevos planes de futuro de su negocio.
Sin demorarse demasiado, Jayden terminó su desayuno y depositó los platos en el fregadero.
−Nos vemos luego.
Apenas había avanzado unos pasos cuando su madre le llamó la atención:
−¿No te olvidas de algo, jovencito?
Un fugaz rubor corrió por las mejillas de Jayden.
−Lo siento, mamá.
Con pasos lentos y pesados, se acercó a su madre para despedirse de ella con un sonoro beso.
Galatea, que no escondía la mueca de burla dibujada en su cara, se limitó a despeinar la cabellera azabache del joven demasiado mayor para besar a su madre siempre que se iba o llegaba a casa.
El puntual autobús llevó a Jayden a su destino, donde montones de alumnos se agolpaban por todos los rincones, comentando sus vacaciones de Navidad y comparando sus regalos.
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ALMA INMORTAL - La Saga del Escarabajo I
VampireKate, una chica corriente de Nueva York, tras una aventura en Venecia con sus amigas y un suceso inesperado, tendrá que abandonar su vida, tal y como la conocía hasta aquel instante, y enfrentarse al secreto mejor guardado de la historia. Así, se in...