-Deberías dormir un poco más-me dijo Steve al tiempo que se sentaba a mi lado en el pequeño sofá de mimbre.
Ya habían transcurrido dos semanas desde que había dejado atrás Australia. Steve y yo vivíamos en la clandestinidad junto con la mitad del equipo que alguna vez había sido conocido como los vengadores. Clint se había llevado a Wanda a la casa en donde vivía con su familia, después de todo, era más que seguro que Tony evitaría irrumpir por allí, y evidentemente, sin las coordenadas de dónde se ubicaban, los encargados de velar por el acuerdo tampoco podrían estorbar en los pacíficos que se vivían en la granja.
A diferencia de ellos, Steve y yo habíamos optado por vivir en un pequeño apartamento en un pueblito que se encontraba a menos de tres kilómetros de las frontera con Candá, era un sitio tranquilo, tal vez demasiado como para que alguien creyese posible que el Capitán América estaba viviendo en él, los vecinos parecían completamente desinteresados en las noticias acerca de un superhéroe prófugo, ya que vertían toda su atención en los chismes que frecuentaban el edificio, como el de la supuesta aventura entre la señora del primer piso, y el encargado de mantenimiento que últimamente visitaba seguido su apartamento, o ese que decía que el apartamento 3E había sido allanado porque sus dueños andaban metidos en asuntos indecorosos.
-No tenía demasiado sueño-dije acurrucándome a su lado-, y no quería despertarte dando vueltas en la cama.
-¿Todavía tienes pesadillas?
Suspiré, desde que estaba de regreso, pegar los ojos sólo significaba una cosa, que mi mente me llevaría hacia atrás en el tiempo para que presenciase como la clínica de Konstantin ardía en llamas sin que pudiese hacer algo al respecto más que maldecir a los soldados que habían llevado granadas a una lucha que era a manos desnudas, aun así, evitaba a toda costa mirar el rostro de los soldados porque era consciente que si lo hacía, no podría evitar recordarlos y buscarlos en todas partes.
-Sí...-admití hundiendo el rostro en su pecho.
Instintivamente, Steve me rodeó con los brazos, podía oír el latido algo irregular de su corazón y el suave siseó de su respiración, nunca iba a entender la razón; sin embargo, había algo en eso que conseguía relajarme casi de inmediato.
-Pero no es algo por lo que debas preocuparte-proseguí levantando ligeramente la barbilla para poder mirarlo a los ojos-, las pesadillas nunca duran para siempre. En un tiempo van a irse.
Los ojos de Steve me observaron con intensidad.
-Las pesadillas sí; pero no lo que sientes-soltó entonces provocando que mi corazón se estremeciera.
¿En qué momento había aprendido a leerme tan bien? Incluso aunque habíamos estado separados unos tres meses, su habilidad para ver a través de mí parecía lejos de haberse deteriorado.
-Cuando pierdes a alguien, no puedes evitar pensar una y otra vez en lo que podrías haber hecho para salvarle la vida-continuó acariciándome el pelo-, piensas que de haber sido consciente de la situación, hoy estaría aquí-su rostro tenía una expresión melancólica-; pero el tiempo sigue avanzando, ese día queda atrás, y tú avanzas lejos de él con el arrepentimiento.
-¿Y qué haces entonces?
-Vives-sus ojos brillaban con los primeros rayos de sol que iban asomándose por la pequeña ventana de la sala-, para que ese sacrificio no haya sido en vano.
Ante aquellas palabras se colaron en mi mente los recuerdos de aquella otra ___, la madre de Sony, y lo mucho que su vida podría haber cambiado sólo con oír aquellas palabras salir de los labios de Steve; me senté en el regazo de Steve percibiendo como mis mejillas se iban tiñendo de carmesí y pasé mis brazos alrededor de su cuello abrazándolo, él continuo acariciando mi cabello con cuidado, como si fuese algo realmente delicado, mi corazón latió con fuerzas algo nervioso; pero necesitaba estar así por un rato más. Quizás ese era otro de los tantos misterios que rodeaban a Steve, el hecho de que me hacía consciente de que él siempre estaría ahí para ayudarme a superar lo que fuese.
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Temporal (Steve Rogers y tú) [En corrección]
FanfictionLa felicidad, la vida, la risa, las palabras, el daño, el dolor... absolutamente nada dura para siempre, es más, me atrevería a decir que la eternidad no existe para un ser humano; y yo no soy la excepción. Esta es la historia de como mi hermano Joh...