Instantáneamente, el chico que sujetaba mi cuello con fuerza, me soltó dejándome caer al helado mar. La muñeca me dolía demasiado como para bracear con ella, con lo cual solo me mantenía a flote con un brazo. Sentía el frío del agua calarme y notaba mis fuerzas desaparecer poco a poco, estaba perdiendo mucha sangre. Luchaba por no ahogarme, pero por mucho que me movía no conseguía llegar a la costa.
En las rocas, Rubius y Mangel pegaban puñetazos al grupo de chicos que me habían tirado. Seguramente el que había gritado que me soltaran, fuera Rubius, pero no le echaba la culpa, no se refería a que me soltaran de aquella forma. Cuando todos los chicos se marcharon, Rubius se quitó la camiseta y se tiró al agua. Pero poco a poco fui viendo más borroso hasta dejarme hundir entre las olas.
Desperté en una habitación de paredes blancas, tenía la muñeca bien vendada y junto a mí había otra chica, dormida, en una cama como en la que yo me encontraba. Sentado en uno de los sillones, se hallaba Rubén, mirándome.
-Has despertado.- Dijo sonriente y aliviado.- Estaba preocupado por mi criaturita.
Se puso de pie y se acercó a mi cama. Me miró sonriente y acarició mi brazo con una nota de tristeza.
-¿Por qué?- Preguntó sin más observando mi muñeca vendada.- ¿Es por esos idiotas de la playa?
Aparté la mirada y la dirigí a la ventana. Rubén rodeó la cama y se colocó delante mía, obligándome a mirarle.
-Dime algo por favor. Los médicos te han encontrado heridas por todo el cuerpo y moretones además de esos horribles cortes.- Volví a apartar la mirada.- Sé que no te conozco y no soy nadie para meterme en tu vida personal, pero eres una criaturita y siento el deber de ayudarte. Estoy preocupado por ti, por favor.
-Y-yo... N-no...- No, no podía hablar, y mucho menos para decirle el porqué de todas mis heridas. Mi madre siempre me había dejado bien claro que nadie debía saber de lo que ella me hacía, o que si no, no volvería a ver la luz del día.
-Tú, ¿qué?- Dijo sin apartar su mirada de mí.- ¿Cómo te has hecho todas esas heridas?- Esperó mi respuesta, la cual no llegaría, y ya cansado, decidió otra forma de saberlo.- Vale, como veo que no hablas, lo haremos de otra forma, fueron los chicos de la playa, ¿sí o no? Solo tienes que asentir o negar, nada más.
Era una buena excusa, decir que habían sido los de mi instituto. No tenía forma de volver a encontrarlos y el secreto de mi madre permanecería en silencio.
Asentí.
-Entiendo...- Se pasó la mano por el pelo.- Sufres Bullying, ¿verdad?- Volví a asentir.- ¿Lo has denunciado?- Asentí inconscientemente.- ¿Y...?- Me encogí de hombros.
En ese instante, entró un médico en la habitación revisando unos papeles que llevaba en la mano.
-¿Sophie?- Preguntó dirigiéndose a mí.- Puedes irte a tu casa, todo está correcto.
Dicho eso, se retiró de la habitación dejándome, de nuevo, a solas con Rubius.
-¿Te llevo a casa?- Me encogí de hombros y me levanté con cuidado de la cama.- Vamos.- Me cogió de la mano, lo cual hizo que me ruborizara y salimos del hospital.
Estuvimos un rato esperando en la gran avenida hasta que vimos un taxi. Rubén hizo una señal para que parara, y así lo hizo. Nos montamos y después de muchos intentos fallidos, conseguí decirle mi dirección al taxista. Me pasé todo el viaje mirando por la ventana para no tener que toparme con la mirada de Rubius. Cuando llegamos, Rubén pagó y nos bajamos. Le miré como diciendo "venga, te puedes ir" pero no me hizo caso.
-¿Te gustaría que nos viéramos un día de estos?- Dijo rascándose la nuca.- Me gustaría ayudarte... Estaré aquí un mes.
Por primera vez le miré directamente a los ojos, ¿Rubén Doblas quería ayudarme? Esto sí que no me lo esperaba. Sin decir nada, le di mi número de teléfono y me metí en mi casa. Seguro que había quedado como una estúpida y no me llamaría.