El timbre interrumpió nuestro romántico momento. Ambos nos separamos lo más rápido que pudimos y miré con pánico la puerta.
-Mierda...- Susurré empujando a Rubén dentro de la despensa.
Me aseguré de que no se notara que hubiese alguien dentro y me dirigí a la puerta. Abrí temblando de miedo y como me esperaba, ahí se encontraba mi madre. Entró y sin si quiera mirarme, dejó sus cosas sobre el sofá y se dirigió a su dormitorio. Al rato se acercó a la cocina, algo inusual en ella.
-¿Necesitas algo?- Le pregunté con cierto nerviosismo por la posibilidad de que encontrara a Rubén escondido en la despensa.- La mesa ya está puesta.
-Lo sé estúpida.- Dijo mirándome con asco.- Que yo sepa no tengo que darte explicaciones de lo que hago o no, esta es mi casa.
-Perdón.- Dije agachando la mirada en señal de respeto.
Ella rodó los ojos y abrió la nevera para posteriormente coger una botella de Lambrusco. Solté todo el aire que estaba soportando y dejé que mi madre se alejara hacia el salón, donde ya todo se encontraba a su disposición. Me acerqué a la despensa y abrí la puerta. En cuanto vi que Rubén intentaba decir algo y salir corriendo al salón, le paré en seco y le besé para que no hiciera ruido.
-Me gusta esa forma de callar.- Susurró a un tono de voz seguramente inaudible para mi madre.- Pero sigo queriendo ir y romperle la cara a esa hija de puta.
-Rubén, por favor.- Supliqué en el mismo tono de voz.- No hagas nada.
-Pero
-Nada.
Después de unos segundos mirándome con ira en su interior, suspiró y me dio a entender que no haría nada.
-Gracias.- Dije abrazándole.
-No me las des.- Respondió dejando un tierno beso en mi cabeza.- Prométeme que no le harás caso a lo que diga.
-¿A qué te refieres?- Pregunté sin entender.
-Se nota que te crees todo lo que ella y los de tu instituto te dicen.- Explicó afligido.- Y no es verdad, eres hermosa y delgada. Eres una persona maravillosa y divertida. No entiendo por qué te dicen eso, pero no es verdad.
Agaché la mirada sin creer lo que él decía.
-Eso lo dices porque eres mi novio.
Fue a responder, pero la llamada de mi madre no se lo permitió.
Cuando mi madre terminó de comer y recogí la mesa, con Rubén escondido en la despensa, salimos por fin de casa. Tuvimos mucha suerte respecto a que mi madre no descubriera nada. Andamos por el paseo marítimo un largo tiempo hasta llegar al final de la ciudad. Él siguió andando y yo, algo preocupada, le seguí. Unos minutos después me encontraba en una hermosa playa salvaje rodeada de acantilados y llena de vida acuática. Me sorprendí mucho al ver aquello, ya que la malagueña era yo, pero me deje llevar.
-Esto es realmente hermoso.- Dije admirando el paisaje.
-Pues no te llega ni a la planta de los pies.- Dijo mirándome a los ojos.
Noté como mis mejillas se enrojecían poco a poco y solo sonrió acariciándome una. Giré mi mirada hacia el mar y observé con tranquilidad el que podía ser perfectamente el momento más feliz de mi vida. Lo malo no había desaparecido, seguía ahí, solo había encontrado un punto de apoyo para no caer al fondo total de mi pozo.
-¿Por qué lloras?- Preguntó Rubén. No me había fijado en las pequeñas lágrimas que de mis ojos brotaban.
-Son las primeras lágrimas de felicidad que tengo en mi vida.- Expliqué volviendo mi mirada a él.
-¿Eso quiere decir que eres feliz?
-Solo cuando estoy junto a ti.- Dije sonriendo y recibiendo su beso.
-Te amo.
-Y yo a ti.- Respondí inundada en mis propias lágrimas.- ¿Siempre juntos?
-Hasta que otra chica nos separe.- Respondió rompiendo mi corazón en mil pedazos.- Y nos diga: Papis, quiero dormir con vosotros.
-Oh Dios.
Entonces sí que exploté a llorar. No conocía ese lado tierno y romántico de Rubius, pero simplemente me enamoraba a cada segundo que pasaba. Y fue en aquel entonces cuando me hice la promesa más importante de mi vida; jamás, y decía jamás, volvería a cortarme, a odiarme a mí misma, a pensar en maneras de suicidarme, etc. Eso se había acabado para siempre y no volvería a dejar que nada de eso me pasase, porque ahora tenía algo por lo que vivir, y ese algo, era Rubén.
-Gracias.- Susurre abrazándole con la voz rota.
-¿Por qué?
-Por salvarme.
Él pareció entenderlo y me frotó la espalda en señal de apoyo.
-Haré eso una y otra vez, por ti.- Dijo finalmente.- Mi niña del mar.
-¿Y eso?- Pregunté sonriendo entre lágrimas.
-Porque fíjate, tus hermosos ojos se realzan con el brillo del mar.- Dijo ante mi mirada de sorpresa.- En mi mente sonaba menos cursi.- Dijo contagiándome la risa.- Maldita seas me has hecho cursilón.
-Lo siento.- Respondí riendo.
-No importa. Por cierto, si no te molesta, hemos quedado con Mangel, tiene algo que decirme.- Pidió claramente entristezido por tener que acabar con nuestra cita, la cual, estaba siendo perfecta.
-Claro, vamos.
Me cogió de la mano y caminamos de vuelta a la ciudad. Me sentía segura a su lado, sentía un gran amor hacia él, y lo más importante, me sentía feliz. Cuando llegamos de nuevo a Málaga, nos dirigimos al centro, donde Mangel y una chica nos esperaban.
Era realmente guapa, castaña de pelo liso, sus ojos eran realmente oscuros y tenía una curiosa marca de nacimiento en la rodilla. Lucía una blanca y perfecta sonrisa, pero solo había un problema, y es que estaba en mi instituto. Me aferré fuertemente a la mano de Rubius por intuición y debió de notarlo, ya que me pasó su brazo por encima de mis hombros.