Capitulo 23

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Me miraban anonadados al haberme escuchado hablar, pero ya estaba cansada y me daba igual lo que pensasen de mí.

-Mira Sophie.- Empezó a decir con asco.- A mí nadie, y repito, nadie, me habla así, ¿entiendes?

-Hablo así a quien me da la gana.- Escupí las palabras.- Como si eres el Rey de España.

Él apretó la mandíbula claramente cabreado y me agarró fuertemente del brazo tirando de mí por el largo pasillo, mientras todas las personas que nos rodeaban nos abrían paso. Por mucho que forcejeé no conseguí soltarme. Que ya pudiese hablar, no significaba que no tuviese miedo; y es que lo tenía, y mucho. Me llevó a los vestuarios y cerró la puerta tras de sí.

-Te crees muy guay tú, ¿no?- Dijo rojo de la ira.

-No porque sé que no lo soy, solo me creo lo que soy, humana y con derechos.- En cuanto terminé de hablar me di cuenta de lo que acababa de decir, la había liado soltando un rollo humanista.

Su carcajada invadió todo el habitáculo y me acorraló contra la pared dejándome sin escapatoria alguna. Mi respiración era agitada y mi corazón palpitaba a niveles indescriptibles. Su sonrisa cínica me proporcionaba escalofríos, provocando en mí una imagen patética ante él.

-Vaya, Sophie sacó su lado inteligente.- Observó riendo.- Me das asco.

Me mantuve en silencio, no por miedo, si no por no saber qué responder.

-Lo que me imaginaba, ya no eres tan fuerte, ¿no?- Dijo él acercándose peligrosamente a mí.- En cuanto pierdes la escapatoria eres un corderillo con la cola entre las patas. ¿Sabes cual es mi comida favorita?- Negué sin entender sin qué venia eso.- El cordero.

Un gran temblor inundó mi cuerpo entero y él solo rió por mi reacción. El timbre que avisaba del final del recreo sonó haciéndome sentir algo mejor.

-Has tenido suerte hoy, pero otro no saldrás viva.- Dijo yendo a la puerta.- Pero no te creas que esto queda así.

Salió del vestuario cerrando la puerta a su paso. Corrí hacia ella y como me imaginaba, no pude abrirla. Encerrada. Opté por gritar, pero los vestuarios estaban demasiado lejos del edificio y ya nadie pasaría por allí hasta bastante más tarde de la salida. Le pegué una patada a la puerta con todas mis fuerzas y me dejé caer apoyada en ella hasta el suelo.

Hacer caso a Rubius me había traído más problemas de los que ya tenía. Ahora no solo se burlarían de mí, si no que encima serían capaces de hacerme daño, y suficiente tenía con mi madre.

Las horas pasaron relativamente rápido y ya se podía escuchar el murmullo de jóvenes saliendo del instituto. Por mucho ruido que hiciese, nadie me escucharía así que ni me esforcé.

-¡Sophie!- Escuché gritar a alguien desesperadamente.- ¡Sophie, ¿dónde estás?!

Me puse rápidamente en pie y empecé a gritar aporreando la puerta. Por la voz podía deducir que era Rubén, así que puse todo mi empeño en que me encontrase.

-Sophie, ¿qué haces ahí dentro?- Preguntó desde el otro lado de la puerta.

-¡Estoy encerrada!- Exclamé.- Ábreme por favor.

-Pero, ¿cómo?

-El pestillo no tiene llave, solo tienes que empujar la palanca.

Escuché un ruido proveniente de la puerta y de pronto ya me encontraba abrazada a Rubén. Él me frotaba la espalda con cariño mientras yo aguantaba lágrimas.

-Muchas gracias.- Dije sonriendo débilmente.

-No hay de qué.- Dijo dejándome un pequeño beso sobre los labios.- Ven, nos queda una hermosa tarde por delante.

-Vamos.- Respondí sonriendo y tomando tímidamente su mano.

Salimos del recinto y me dirigí a casa junto a mi novio con una gran sonrisa.

-Tengo que preparar la comida para mi madre y luego seré toda tuya.- Le expliqué.- ¿Me esperarás?

-Siempre.

Subimos a casa y cociné mientras él ponía la mesa. El trabajo en su compañía era muchísimo más llevadero, y me hacía disfrutar de una forma u otra.

-Sigo pensando que tendrías que denunciar a tu madre.- Dijo Rubius entrando a la cocina y tirando algo a la papelera.- Sería lo mejor.

-Rubén no insistas más, por favor.- Dije separándome del fuego.- Ya te expliqué que las condenas solo duran meses, y tan solo me queda medio año para ser libre.

-Ya, pero es medio año.- Dijo mirándome con tristeza.- Además, no puedo quedarme tanto tiempo aquí en Málaga y no quiero que sufras.

-Ahora que te he conocido soy fuerte, tengo algo por lo que vivir, y ese algo eres tú.- Dije sin creer lo que por mi boca salía.

Él sonrió y me besó haciendo del beso, uno salado debido a sus lágrimas. Reprimí una pequeña risa al ver a un chico llorando pero una sensación de ternura me invadió.

Jugando con fuego | Rubius #Book1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora