-¡Genial!- Gritó entusiasmada-. Vamos a comprar muchas cosas, ya verás.
Me abrazó fuertemente y se dirigió a su clase, ya que el profesor acababa de entrar por la puerta. Varias miradas de odio se posaron sobre mí, no entendía muy bien por qué. Tocaba Francés, por lo tanto la clase avanzó más o menos tranquila, debido a que los que más molestaban se iban a otras asignaturas. No pude atender mucho a aquella lección, mi mente se encontraba absorta en millones de pensamientos.
No debía salir de compras con Adriana, sabía que podía meterme en serios problemas con mi madre; es más, no debía ni hablarle. Pero algo en mi interior me lo impedía, y ese algo era la satisfacción de tener amistades por primera vez en mucho tiempo, la satisfacción de tener un novio maravillosamente increíble, la satisfacción de sentirme querida.
-¿Qué es eso?- Preguntó el profesor haciendo callar a todos los alumnos.
Inmediatamente puse mi atención sobre él y agudicé mi oído, intentando oír ese algo. Cuando todos se hubieron callado, se pudo escuchar perfectamente la vibración de un teléfono móvil.
-¿De quién es el móvil?- Preguntó rápidamente-. Que lo apague inmediatamente.
La vibración dejó de oírse, por lo cual, el profesor volvió a su explicación, dejando así un poco de tranquilidad ante el tema. Sin embargo, segundos después, la vibración comenzó de nuevo.
-Ya sí que no dejo pasarlo- Dijo acercándose a mi sitio. Mis nervios afloraban poco a poco, tenía mi móvil en la mochila-, sé perfectamente que es un teléfono.
Pasó de largo de mi sitio, haciendo que soltase todo el aire que me encontraba aguantando, y se paró justo delante del asiento de Emmet. Era un chico peligroso, y todos lo sabíamos, pero si no le molestabas no se paraba ni a mirarte si quiera. El profesor cogió la mochila, encontrando en su interior dicho teléfono.
-¿De quién es esta mochila?
Nadie respondió.
-Como no me lo digáis, la clase entera está castigada- Informó el profesor algo cabreado.
El miedo que tenía por mi madre superó al miedo que tenía por Emmet, ya que si me castigaban estaría en un lío y finalmente, sin pensarlo, dije:
-Es de Emmet.
-Gracias, Sophie- Agradeció saliendo por la puerta, mochila en mano.
La clase entera giró a mirarme con odio y temor.
-Estás muerta- Rió una chica al fondo de la habitación-, suerte.
La clase entera estalló en carcajadas y yo simplemente deseé desaparecer. Las risas aumentaban haciéndose hueco entre las demás clases. Entre risas y risas, podía escuchar cuchicheos sobre lo horrible que era mi ropa, lo gorda que estaba o los horribles granos que poseía.
El timbre sonó mientras el profesor entraba de nuevo al aula. Este cogió sus cosas y salió hacia su siguiente clase, dejándome sola entre todos mis compañeros. Me fui a una esquina sin pensármelo, pero rápidamente ya estaban todos rodeándome.
-Mira que eres idiota- Decía uno riendo-, Emmet va a gozar contigo.
-¿Por qué no pruebas a suicidarte?- Decía otro.
-Me das asco.
-Gorda.
-Puta.
En un santiamén, todo en mi cabeza era un cúmulo de insultos que no dejaban de gritar todos a mi alrededor. Pero un grito mayor que el de todos ellos les hizo callar y abrir un pequeño pasillo, dejándome ver a Emmet.
-¡Tú!- Rugió acercándose a mí- ¿¡Por qué te has chivado!?
-Y-yo...
Llegó hasta mí y no dudó en pegarme un fuerte puñetazo. Todos a nuestro alrededor avivaban su cabreo, induciéndole a seguir pegándome, y así hizo. Sujetándome del pelo, me dio fuertes golpes en la cabeza contra la pared. Podía escuchar los gritos de Adriana pidiendo auxilio, al igual que los que aclamaban más golpes.
Por momentos podía ver a mi madre en lugar de Emmet, lo cual me asustaba aún más. Sin embargo, varios profesores vinieron corriendo y apartaron a toda la muchedumbre y a Emmet de mí. Caí al suelo en cuanto sus fuertes brazos me soltaron y solo veía al chico, agarrado por varios profesores, gritar de rabia.
-Tranquila- Me susurró una profesora ayudándome a ponerme en pie-, ven, voy a curarte.
Totalmente desorientada, caminé entre todos los alumnos del instituto ayudada por la profesora. Pude ver a Adriana siguiéndonos hacia la enfermería. Pero mi vista se iba nublando a cada paso que daba y un fuerte dolor de cabeza, seguido de una extraña sensación me invadieron, haciéndome caer al suelo.
Estaba en un pasillo muy largo, no veía nada, solo niebla. Mis piernas temblaban, no sabía por qué, no hacía frío. Eché a caminar por el oscuro pasillo. Entonces, un grito. Un grito proveniente del final. Mis piernas corrían solas, hasta llegar a un extenso prado. Ya había estado ahí alguna que otra vez, solía ir de niña cuando viajábamos a Madrid. Pero no estaba igual, la hierba estaba muerta y las flores marchitadas, el cielo estaba negro y solo veía muerte por todos lados. Otro grito. Esta vez más cercano a mí. Seguí caminando y vi la sombra de un chico, Rubén. Mi madre estaba detrás suya y, sacando un cuchillo, le hacía desaparecer.
Desperté sobresaltada. Otra vez la misma pesadilla de siempre, pero algo había cambiado, esa sombra se había revelado y era Rubén.
Me encontraba en la camilla de enfermería junto a la dulce monja encargada de aquel lugar. En cuanto vio que me había despertado sonrió y cogió un pequeño vaso de agua de su mesa.
-Toma, bebe- Dijo sonriente-. Te hará bien.