-Bueno, nosotras nos tenemos que ir ya- Dijo mi madre levantándose de su asiento-, es tarde y Sophie tiene mañana instituto.
-Oh que pena- Empezó a decir una de sus amigas-, ya nos veremos otro día.
Y después de varias horas aguantando una aburrida cena con mi madre y sus amigas, volvíamos a casa. Conforme el taxi se acercaba a nuestro destino, sentía mi miedo aumentar. Mi madre no había comentado nada aún sobre Mangel, Adriana o Rubius; pero sabía que en cuanto entrásemos por la puerta de nuestra casa, lo haría.
El taxi paró y yo apesadumbradamente bajé, mientras mi madre pagaba al amable hombre que nos había traído. Sin decir palabra entramos a casa cruzando el oscuro jardín, debido a las altas horas de la noche que eran. Entré y escuché a mi madre cerrar la puerta de un portazo. Cerré los ojos por miedo sin inmutarme.
-¿Quién eran esos chicos y qué hacías con ellos?- Preguntó directa con un cierto tono de enfado en su voz- Debías de estar en casa, limpiando.
No respondí, ni si quiera la miré, el miedo se había apoderado de mí.
-Responde- Dijo levantando un poco la voz. Me mantuve en silencio-. He dicho que respondas.
Esta vez me acorraló contra el único hueco de pared libre que había en nuestro hall y agarrándome del cuello, empezó a apretar, haciendo que el aire poco a poco me empezase a faltar.
-Responde- Gritó muy cabreada-. ¡Ya!
-Unos amigos- Logré decir entre las manos de mi madre.
-Sophie, ¿les has dicho algo de lo que te hago?- Preguntó algo más calmada pero sin soltar mi cuello.
-No, no saben nada- Mentí sabiendo lo que me esperaba si se enteraba.
-¡Mentira!- Gritó soltándome. Caí al suelo y me llevé las manos a mi dolorido cuello- ¡He visto como me miraban y salían huyendo!
Una paliza más recayó sobre mí. Entre golpe y golpe gritaba cosas como "No te vuelvas a juntar con esos idiotas", "Como les cuentes algo más a alguien te juro que no saldrás viva" o "Eres una puta zorra, ¿acaso no te enteras de que me debes respeto y has de hacerme caso?". Esas palabras se quedaron grabadas en mi mente, no era la primera vez que tenía que alejarme de alguien por mi madre y hacerlo una vez más me dolía y mucho.
Con sumo cuidado, conseguí llegar a mi habitación y tumbarme en la cama intentando conciliar el sueño, sin embargo este no aparecía. En su lugar, millones de preguntas sin respuesta. Escuché la lluvia sonar contra mi ventana así que me senté en mi silla y me limité a mirar por ella.
El tiempo pasaba, dejándome a mí atrás, con todos aquellos recuerdos que jamás se irían. Los coches avanzaban por la carretera, distrayéndome en cierta forma, pero nada conseguían realmente.
¿Qué debía hacer? Lo correcto era obedecer a mi madre, ya que era eso: mi madre. Sin embargo, sabía que si ahora me alejaba de mis amigos y mi novio, las personas más importantes de mi vida en aquellos momentos, acabaría muriendo. Era increíble como en unas semanas, Rubius y Mangel se habían adentrado en mi vida de una forma que nadie antes había hecho. Y Adriana, no tenía aún mucha amistad con ella debido a que realmente la había conocido ese mismo día, pero solo con el hecho de considerarme "su amiga" y haberme pedido perdón por no estar cuando la necesitaba, le había abierto hueco en mi corazón.
Los primeros rayos de sol aparecían ya entre los edificios que me rodeaban. Me paré a observar el amanecer con lágrimas aún en mi rostro. Entre llantos y pensamientos, la noche se me había pasado muy rápida y debía volver a la rutina diaria.
Llegué al instituto e intuitivamente busqué con la mirada a Adriana, quien se encontraba riendo con sus amigas. No quise molestar y me dirigí a mi sito.
-Hola gilipollas- Empezaron a decir algunos a mi lado. Decidí intentar no hacerles caso-. Mira que vienes fea hoy, ¿qué pasa? ¿Tienes frío?
-Dios Sophie, ¿de dónde has sacado esa horrible bufanda?- Preguntó otra mirándome con asco mientras yo agachaba la mirada.
Me había puesto una bufanda con el fin de tapar la marca roja que me dejó mi madre ayer, sabía que eso traería consecuencias, las cuales ahora estaba viviendo, pero no podía dejar que nadie las viera.
-Dejadla en paz- Escuché decir a una chica por detrás del cúmulo de gente que me había rodeado-. Ella puede hacer lo que le apetezca.
Levanté la mirada encontrándome con Adriana. Ella me sonreía y echaba a todos los que me habían insultado. Cuando más o menos consiguió separar a la gente de mí, se sentó a mi lado.
-Gr-gracias...
-Las amigas están para algo, ¿no?- Dijo ella sonriente.
-Pero ahora no les caerás bien por mi culpa- Expliqué sintiéndome culpable.
-¿Y qué mas da? Tú eres mi verdadera amiga.
-¿De verdad que no te importa que te vean conmigo?
-No, para nada- Respondió feliz-, además "mis amigas" son unas pijas insoportables, no como tú.
-¿Gracias?- Pregunté riendo debido a su sorprendente comentario.
-No hay por qué darlas y esta tarde, tú y yo, vamos a ir de compras.
-¿Qué?
-Tu confía en mí- Dijo guiñándome un ojo.
-Pero no puedo...- Empecé a decir recordando la advertencia de mi madre-. Tengo cosas que hacer.
-Pues las haces después- Propuso ilusionada-. Por favor.
-Pero, yo...- Iba a decir que no cuando empezó a hacerme pucheros y lo mandé todo a la mierda-. Vale, iremos de compras.