Capítulo 7. El reparto de la grasa.

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Yo, la verdad, ya estoy un poco harta de mirarme al espejo. Ha llegado un momento de mi vida, en el que las lorzas me dan un poco igual. Es más, me cansa bastante la gente que está todo el día mirándose el cuerpo. Yo pienso que todo el mundo se ve mucho más guapo de lo que es en realidad. Lo malo es que la molla molesta.

Eso de subirse los pantalones sin tener que empujar, es una maravilla, la verdad. Reconozco que la barriga plana es más cómoda que de bulto, porque la plana permite la visión global del cuerpo en la ducha, por ejemplo. No puedes saber si te has depilado bien los bajos, si no puedes verlos. La barriga abultada es también mala para pintarse las uñas de los pies, porque no permite la flexión total de la pierna, y hay que estar tirando de los dedos bien fuerte para que no bajen al suelo de una sacudida en cualquier brochazo.

Pero bueno, tampoco estar delgado es sinónimo de ser precioso, que he visto yo verdaderos adefesios sin ni un gramo de grasa. Digo yo que a las que nos sobra un poco, podemos tener al menos una esperanza, pero ellas... no sé, la que toca techo y sigue mal hecha, esa ya...

Lo que a mi me disgusta mucho son las fotos esas que ponen en las redes sociales en favor de las gordas. Mujeres con unas curvas de vértigo, con muchos más kilos de más de los que tengo yo, y que sin embargo tienen un cuerpo escandalosamente bonito. Promocionan la lorza en bikini, y realmente están gordas, pero es que resulta que ninguna tiene barriga, ni tolondrones por ningún lado. Yo digo que no puede ser eso, porque yo no conozco a nadie así. Les retocan la foto para animar a las que estamos pasaditas, y lo que hacen es ponernos peor. 

La realidad es que cada kilo que sobra en el cuerpo de una persona, es un bulto. A mí que no me digan lo contrario, porque eso del reparto homogéneo de la grasa superflua es una mentira como un piano. 

Vienes de vacaciones, y traes cinco kilos de más encima. Pues bien, uno entero va en la barriga, medio en cada cartuchera, un cuarto en cada brazo, otro cuarto debajo de cada axila, otro cuarto en la papada, y lo que sobra va repartido en los muslos en forma de bolitas. 

Bueno, pues no me importa. Cada uno hace lo que le da la gana, y si yo he visto oportuno comerme una ristra de chorizos cada media hora, es mi problema. Ahora bien, que a nadie se le ocurra tocar mis lorzas. Eso es horrible. No hay sensación más desagradable que estar tres horas en casa, intentando disimular el sobrante con ropa, para que luego venga alguien a poner la mano justo encima, y detecte que en el bombacho de la blusa no hay absolutamente nada de aire, sino que está relleno de carne en su totalidad. En vez de sentir una mano en la cintura, sientes como si un cable pelado te acariciara en la ducha. Un escalofrío recorre tu voluptuoso cuerpo.Te encuentras indefensa, porque la mano amiga que está acariciando el lomo, acaba de descubrir el pastel, y no puedes hacer nada por evitarlo sin quedar mal.

Puedes decir que retienes líquido, pero es que resulta que no es creíble. Porque cuando uno tiene sobrepeso, cuesta mucho trabajo echarse crema en los pies, y los talones se ponen secos como palos. Y entonces, la persona a quien tú le estás intentando meter el gol de que tienes diez kilos de agua retenidos, se puede preguntar: ¿Y no habrá una sola gota de ese manantial para tus talones? ¿Cómo es posible esa deshidratación tan acusada, con la de agua que llevas por dentro? No cuela.

Lo mejor es no hablar del tema, o decir que estás poniendo ya pies en pared yendo a un dietista fabuloso, que al fin llegará a descubrir que a ti lo que realmente te engorda es la lechuga. Dejarás de comer ensaladas y serás feliz por los siglos de los siglos. 

Hoy no salgo, porque el bolso que me pega con la ropa que llevo, era de asa corta y no me cabe este año. Voy a tener que hacer ya la dieta líquida de una vez, que es la madre de todas las dietas, porque ya, cuando hasta los bolsos se te quedan pequeños, es que has tocado fondo.

¡Cómete el bikini!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora