Capítulo 13. La prueba de fuego.

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Muchas veces, nos encontramos en la duda de saber si realmente estamos gordos o no, porque hay ocasiones en las que no está tan claro. Por ejemplo, si te sientas en una silla y se rompe, está claro, estás gordo. Pero si resulta que te miras al espejo y ves molla, pero luego te puedes meter en una talla cuarenta, entonces ya no está tan claro. Porque una talla cuarenta no es tanto. 

La verdad es que en esto intervienen muchos factores. Por ejemplo, la edad. No es lo mismo un michelín a los catorce que a los cincuenta. La estatura es otra cosa. Un kilo de más en una persona de metro ochenta, no se nota lo mismo que en una de metro y medio. A lo que no se le puede hacer caso es al papelito ese que te sale en la farmacia, y te dice tu índice de masa corporal. La báscula de la farmacia es odiosa, nunca está contenta con nadie que se sube en ella. 

Tampoco te puedes fiar de las tallas, porque cada fabricante corta sus patrones a la medida que le da la gana, y de esta manera, lo mismo tienes una xs de leggins y una cuarenta y cuatro de vestido de fiesta. Si te miras al espejo, puede ser que estés tú creyendo que estás monísima, y resulte que seas un baúl, o al revés. Y las fotos con el móvil, eso sí que es peligroso, que depende de la inclinación que le des a la pantalla, sales con cara de boniato, o con un cabezón como un kiosco de frutos secos.

Lo mejor es recurrir a las pruebas que son realmente fiables. Por ejemplo, pasar por delante de una obra. Si pasas por delante de una obra, y los albañiles siguen trabajando como si nada, eso es que ya te has pasado.

Que luego puedes poner todas las excusas que quieras, que si con la crisis no les da tiempo, que si ya no se llevan los piropos, que si tal, que si cual. Pero lo cierto es que, un albañil ve pasar a una tía que, según él, esté buena, y si no le dice nada, por lo menos, se queda mirándola, mientras sigue restregando la palustra contra el ladrillo, y caen al suelo los pegotes  de mezcla. El cortejo del albañil es inconfundible, ineludible y perceptible a kilómetros, no porque sean ellos personas diferentes, sino porque pasan mucho tiempo trabajando en la calle, en un mismo sitio, y se vuelven muy observadores. 

Así sí que puedes saber si realmente te sobra carne o no. Porque las mujeres no son buenas consejeras, a ellas nunca les vas a parecer bien, y si les pareces bien, no te lo van a decir. Los hombres son más sencillos en ese sentido, y además, todos tienen gustos parecidos. Está claro que los palos vestidos no le gustan a nadie, pero tampoco es cuestión de pasarse con las formas. Hay que optar por la opinión del experto, sin duda.

Yo reconozco que algunas veces me he pasado, pero la verdad es que hay gente que no quiere tener nunca la culpa de nada. Por ejemplo, yo estoy de acuerdo con que la maternidad aporta unos kilos al cuerpo de la madre, sobre todo durante el embarazo y en los meses posteriores. Pero tendrán que reconocer algunas, que se cuelan bastante con este tema.

Vale, que durante el embarazo retienes líquidos y te hinchas como una bota. Vale, que las hormonas hacen que tu rutina se disloque y tengas más hambre. Vale, que te dé igual comer de más, porque de todas formas vas a estar gorda, con la barriga. Vale, que después de dar a luz, no sea tu silueta lo más importante que tengas que atender. Pero lo que no puede ser, es que tenga el niño veinte años, y todavía le estés echando la culpa de tener el culo como un tonel. Por ahí no paso yo. ¿Cómo vas a tener eso así del parto? 

Que parece que comer es delito, oye. Pues uno que está gordo es porque ha comido más de lo que ha gastado, así que ni sueñen que me lo voy a creer. Yo es que me cabreo, porque entonces quedamos fatal las que no tenemos niños. Nosotras sí que no tenemos respuesta alternativa para disculparnos por la lorza que cae sobre la tira del sostén. Nosotras no tenemos a quién echar la culpa de tener los muslos escocidos por dentro, ni de que se nos enrollen las bragas del bikini, ni de que nos falte una cuarta para abrocharnos el vestido del año pasado. Pues vaya.

Bueno, el caso es que, como no estoy muy segura de si estoy demasiado gorda, lo que voy a hacer es ponerme un pantaloncito debajo de la falda, para que no me rocen los muslos, y salir a dar un paseo, a ver si paso por alguna obra y salgo de dudas, no vaya a ser que esté pasando hambre a lo tonto.


¡Cómete el bikini!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora