Capítulo 4. El vaquero imposible.

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Ya llevo un par de semanas a dieta, y tenía unas ganas increíbles de volver a probarme toda esa ropa que no me cabía antes. Ayer intenté ponerme unos vaqueros. Me rompí tres uñas intentando subírmelos, porque por las buenas no era capaz de pasar de medio muslo. Y cuando por fin conseguí llegar a esa altura que deja la costura del culo cuatro dedos por debajo de su sitio, con la evidente falta de tela en la parte de arriba, esa altura que deja la cinturilla del pantalón justo en la línea que hace el final de la panza, ahí ya consideré yo que había llegado el momento de intentar abrocharlos. Lo más gordo es el primer botón, porque es el que sujeta la prenda al cuerpo, aunque yo creo que ya estaban bastante sujetos. Si abrocha ese, ya da igual llevar la cremallera abierta, eso se soluciona con una blusa larga, tampoco nos vamos a poner tan estupendos.

Pues resulta que me faltaban como cuatro dedos para que llegara una punta a juntar con la otra, así que tuve que recurrir al viejo truco de tumbarme en la cama. Entre el calor que hace y el esfuerzo de los tirones estaba sudando como un pollo, pero es que llevo ya quince días pasando hambre, y alguna recompensa tengo que tener. Y tumbada en la cama, tampoco cerraban. Es que no puedo meter más barriga. Yo no entiendo cómo se me pueden haber quedado tan pequeños, porque tanto no he comido...

Y como yo sé que los vaqueros estiran cuando los tienes un rato puestos, pues decidí olvidarme de abrocharlos y estar con ellos andando por casa hasta que cedieran un poco. Fueron cinco minutos, pero se me hicieron horas. Me volví a tumbar en la cama, y empleé todas mis fuerzas en subirlos un poco más, levantando el culo y apoyando los talones, tirando hasta que se volvieron a poner en el sitio donde estaban antes. Lo malo es que me quedé con las trabillas para el cinturón en la mano. Pero bueno, tampoco creo que me haga falta sujeción extra.

Arrastré el cuerpo por el colchón hasta que pude poner los pies en el suelo, y después, usé los brazos para levantarme, sin doblar la columna, por supuesto. Mi idea era mirarme en el espejo, a ver lo mona que estaba. Y bueno, si no prestamos atención a que toda la carne que había desalojado de abajo para poder meterme en aquel instrumento de tortura, subió hacia la parte superior, formando una especie de flotador justo en la zona de la cintura, y que no era posible meter el dedo para subir la cremallera, y que el culo no parecía tener raja, por la presión, pues tampoco me faltaba tanto para poder lucirlos. No me importa, hace mucha calor para vaqueros todavía...

Me probé después un mono entallado. Tan entallado que las costuras se clavaron en mis costados, entrando a formar parte de mi anatomía, pero es que ya iba siendo hora de que alguien se diera cuenta después de medio mes, de que yo he adelgazado. Salí a la calle con ese atuendo, con la idea de no sentarme en ningún momento, para que las costuras, por las que de algunas salía algo de carnecilla, no se fuesen a reventar. Lo pasé bien. A lo mejor mis órganos se resintieron un poco por la falta de oxígeno, pero por lo menos pude sobrevivir. Eso sí, mi salida duró hasta que se me llenó la vejiga, porque sabía yo que iba a ser imposible volver a meterme ahí, una vez las lorzas tomaran campo libre. Así que bien todo. Muy animada estoy. Me voy a comer una pera. ¡Hasta luego!















¡Cómete el bikini!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora