Capítulo 21. Que engorden las demás.

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Lo más parecido al paraíso es, sin duda, empezar a rebuscar en las redes sociales, y encontrar a las diosas del instituto, gordas como vacas. Aquellas, que tanto me hicieron llorar, por ser el blanco de todas las atenciones de los niños que me gustaban. Paseaban sus perfectos culos por delante de mis narices, con un descaro increíble. Ellas sí que lucían bien los vaqueros, y las falditas cortas, y las camisetas que dejaban al aire el ombligo.

Pues llegas un día, y empiezas a recordar nombres. Te plantas delante del ordenador y buscas a cuatro o cinco, y apenas ves a la primera, te mete un subidón, muchísimo más fuerte que cualquier cosa que pueda haber en el mundo. Ahora resulta que la muchacha no tiene ya ni el pelo largo, ni está delgada, ni es guapa, ni joven. Te entra una risa incontenible. No puedes parar quieta en la silla, y se lo quieres contar a todo el mundo. Pero resulta que a los demás no les importa un pepino eso. Bueno, tu ego está hinchado como un botijo, con eso te sobra.

Como es natural, la ves a ella muchísimo más gorda y más vieja que a ti misma. Eso pasa siempre. Nos creemos preciosos, todos. Y , aun a sabiendas de que la foto no va a ser impactante para nadie, se la enseñas a todos los que te rodean. La mandas por los grupos de wattsapp y todo. Y esa noche duermes a pierna suelta, sabiendo que a la guapita esa se le ha acabado ya el rollo, y que por fin la tienes donde la querías.

Pero el tope de gama es ya cuando ves gorda a la nueva novia de tu ex. Eso es otro nivel. Te partes, te tronchas, te mondas y te meas de la risa. Pensar que alguna vez le pudiste echar la culpa al flotadorcillo que tenías tú alrededor de la cintura, de no ser ya atractiva para el menda, y verlo ahora con la foca monje que lleva al lado, es más excitante que beberte dieciocho bebidas energéticas seguidas. Tú ya no lo quieres para nada, pero te agrada la idea de verlo eterrado en magreta, la verdad. Y para eso como la tipa sea más vieja que tú, y más fea. Eso ya es tocar el cielo con las manos.

Que luego dicen que la gordura hace infelices a las personas. Pues yo digo que depende. Si es tuyo el tocino, sí, pero cuando es de otra, eso es lo más relajante del mundo. A mí, por lo menos, me suena una musiquilla celestial en los oídos, que me armoniza la mente con el espíritu, y me sienta fenomenal.

Y es que la cintura de avispa crea muchas enemigas. Tú puedes querer con locura a cualquiera, pero a una tipa de noventa, sesenta, noventa, no la quiere nadie. Es que produce rechazo. Es para estudiarlo, esto. Todas queremos ser bombonazos, y ¿para qué? ¿para pudrirnos en la soledad más absoluta? Porque, seamos sinceros, el ser humano es envidioso por naturaleza. Y las mujeres, sobre todo, se machacan unas a otras con un garbo increíble. No digo yo que todas sean, pero muchas sí hay, que las he visto yo.

A mí me da envidia por partes. Según. Si es una mujer que tiene un cuerpo perfecto por genética, entonces sí. Pero como para conseguir esa silueta divina tenga que hacer al día, aunque sea un solo abdominal, ya no me parece tan privilegiada. Es que yo no sé si tendría un cuerpo de escándalo con un abdominal, porque es que nunca lo he hecho. Yo hago lo que hacemos todas las que tenemos barriga. Voy un día al gimnasio, me chupo las tres tandas de veinte esas que pone en la tabla que te dan según entras, y al día siguiente ya no puedo ir, porque tengo los músculos del abdomen hinchados como morcillas de Burgos, y me duelen hasta al respirar.

Yo quiero lo que quiere todo el mundo, ponerme ciega de bocadillos de panceta y no hacer ejercicio, y luego tener un tipito como para pasarela. Pues no puede ser eso. Que las palabras panceta y pasarela no pueden ir juntas en la misma frase. Las modelos no comen, eso lo sabe todo el mundo. Y luego, que muchas veces veo yo que se malinterpreta lo de las dietas. Porque si una amiga tuya te dice que está siguiendo una dieta, y que una hora al día puedes comer de todo, ¿qué comes en esa hora? Pues comes churros, chorizo, alioli, chocolate, ... lo más pegajoso que encuentres en tu casa es lo que te comes en la hora de comer de todo. A nadie se le ocurre comerse una pera en esa hora. Pues eso está muy mal hecho, porque las peras también forman parte de ese "todo" infinito que te puedes comer en la hora feliz. Y conste que yo he hecho la dieta esa de la hora libre, y jamás me he comido una pera. Es más, es que yo la pera no la contemplo como opción. Tiene que ser que lo ponga en la hoja: "un vaso de leche y UNA PERA". Si pone: "un vaso de leche y una pieza de fruta", me como una sandía, que también es una pieza, y es más gorda.

Me parece que lo que estamos pidiendo a gritos es un milagro, y cada vez lo tenemos más difícil. Porque, desde que llevamos cámara de fotos integrada en el móvil, la virgen ya no se aparece.

¡Cómete el bikini!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora