El efecto yo-yo, es ese que se produce cuando haces una dieta, y pasas más hambre que el perro de un afilador, y después te atiborras. Adelgazas a lo primero, y luego engordas otra vez. No me gusta. Porque entonces no se puede nunca volver a comer. Yo me aburro de las cosas eternas, una dieta debe tener principio y fin. Pero para no estar siempre sin comer, pues está lo que se llama dieta de mantenimiento. Tampoco me gusta.
La dieta esa de mantenimiento, es cuando ya por fin puedes comer lentejas. Pues ya ves tu. Yo prefiero los filetes a la plancha, la verdad. Te dicen que para mantenerte, tienes que comerte, antes de comer, una ensalada. Pero es que yo, si me como la ensalada, luego no tengo ganas de lo otro. Eso no es distinto de una dieta normal, te comes lo mismo. Eso es tomar por tonto al estómago, que te está pidiendo a gritos el bocadillo de chorizo, y tú lo ves ahí, en segundo plano, detrás de esa fuente de ensalada, que no consigue seducirte ni con la vistosidad de sus colores, y te entran ganas de darle un manotazo al cuenco y lanzarte sobre el chorizo como una loca. Y al principio no lo haces, pero luego sí. Y por último, pasas de hacer ensalada para después tirarla. Y así es como yo juego al yo-yo.
Las ensaladas están muy buenas, pero llega un momento que, de tantas cosas que le quieres echar, se convierten en la misma todos los días. Y entonces, es cuando vas tú al super, y te compras un bote de remolacha roja y otro de vinagre balsámico de módena. Que eso va a ser lo que te reconcilie con la lechuga, crees tú. Pues no. Con esos dos ingredientes, la ensalada coge un color insoportable para la vista. Y con la vista también se come.
Yo soy incapaz de meter el tenedor en esa ensalada, con ese agüilla marrón rojizo, que pone la lechuga perdida. Ya bastante hay con tener que masticarla, con el ruido que hace. Yo, por lo menos, no oigo nada mientras como lechuga. Tengo que reconocer que no ando muy bien del oído, pero es que mientras como lechuga me vuelvo completamente antisocial. Mientras como patatas fritas de bolsa también, pero eso sí me compensa.
Lo que menos me gusta es la mezcla de la lechuga con la pechuga. Y mira que riman, pero que no. He comido tanto esa combinación, que yo creo que soy víctima de sobredosis. Ya paso, prefiero el pollo con otras verduras. Aunque el pollo, con lo que más pega es con patatas fritas, pero bueno, así es que no puede ser.
Desde luego, que no hay nada mejor que machacarse a dietas, para aborrecer absolutamente todos los alimentos sanos. Yo siempre he preferido las verduras y las frutas a otras cosas, porque me gustan más, y porque soy consciente de que es lo mejor para el cuerpo. Pero es que resulta que esas cosas me gustan cuando no estoy a dieta. Basta que tenga que comer fruta para que no me apetezca. Es el ramalazo anarquista que todos tenemos.
Hay veces que me he planteado dejar de preocuparme por los kilos de más, y ser feliz de una vez por todas, comiendo lo que me apetezca, y comprándome la ropa de la talla que me venga bien, sin apretones. Pero es que no puedo. Yo no puedo ser feliz si no me puedo abrochar las sandalias, que cuando tengo barriga, meter el pincho en el agujero ya es una odisea, pero es que luego hay que meter el rabito ese por la presilla. Y la presilla es muy estrecha, y yo me asfixio. Algunas son demasiado blandas, y el rabito también es blando. Y cuando no puedo más, pienso en dejarlo sin meter, pero es que luego miro para abajo y veo los rabos tiesos esos ahí, y me vuelvo a agachar. Y las sandalias son en verano, y sudo. Y no me gusta sudar.
Así que, siempre tengo que estar a dieta, para poder ponerme sandalias. Eso es lo mismo que lo de secarse los deditos de los pies por el medio. Todo el mundo te dice que te seques ahí, y eso es imposible. Nadie se seca eso, porque es que son diez dedos. Si me agobia abrocharme dos sandalias, ¿Cómo me voy a secar ocho huecos? Que no. Y además, que a la gente parece que le gusta decirte que hagas lo contrario de lo que quieres hacer. Como cuando dices en público que te pica algo, al momento sale el listo que te dice: "pues no te rasques".
¿Y por qué no me voy a rascar, si es que me pica? Son ganas de molestar, creo yo. Que el cuerpo es muy sabio, y cuando pica, eso es una alerta de que te tienes que rascar inmediatamente. Si no, ¿para qué sirve el picor?
Pues a mí me da igual lo que me digan. Ni le echo remolacha a la ensalada, ni vinagre de ese negro, y me he llegado a rascar con un estropajo nuevo de fibra verde cuando me ha picado algo, y no me he muerto.
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¡Cómete el bikini!
HumorCuando el bikini se transforma en tu peor enemigo, lo mejor es meterlo dentro de un buen trozo de pan... ¡y ponerle bastante salsa!