Cuando me pongo a dieta, y veo que ya he adelgazado lo suficiente como para probarme cosas, voy al armario, lo abro, y empiezo a sacar ropa grande. No suelo tener mucha, porque siempre hago lo mismo. Apenas veo que un pantalón me abrocha holgadamente, lo tiro. Sí, sí, ese pantalón con el que ya por fin puedo ir respirando por la calle de una forma normal, haciendo todas mis funciones vitales correctamente, y sin que luego me salga el verdugón en la cintura de haberlo tenido clavado. Pues ese lo tiro yo inmediatamente. Porque como yo ya nunca voy a volver a estar así de gorda, pues ya no me va a hacer falta nunca más. En cambio, cuando, después de haber estado más delgada, cojo unos kilos, y se me queda algo pequeño, eso no lo tiro yo, porque sé seguro que dentro de poco me va a caber.
Así que ahora mismo tengo el armario lleno de ropa, pero que no me cabe ninguna. Pero bueno, eso es ahora, dentro de unas semanas, ya veremos. Hay cosas que de verdad no entiendo cómo es posible que yo me las haya podido poner. Porque, la verdad, es que son muy pequeñas. Pues habrán encogido de estar tanto tiempo ahí metidas, supongo.
Lo cierto es que, cuando llevas ya unas semanas a dieta, te sientes fenomenal. Esa sensación de pesadez que tenías, se va perdiendo poco a poco, y te notas el cuerpo ligero y delgado. Tanto, que vas al espejo y te miras, y te llevas un palo curioso, cuando ves que, a la vista, no se te nota aún nada. Cinco kilos perdidos, y ya empiezas a acariciarte la barriga por las noches, porque la notas delgada, vacía. Y luego ya aparecen las costillas, esas que hacía años que no eras capaz de palpar, y te quedas dormida pasando la mano por el escalón que hacen justo donde terminan, y notas la barriga más hundida que el hueso, y te sientes feliz.
Tres o cuatro kilos después, un buen día, amaneces, como siempre, acariciándote la barriga, y notas con horror un terrible bulto alojado justo en la zona del estómago. Te sientas en la cama, y te pones de pie, y lo sigues notando. Es duro. Tienes miedo, y lo comentas con otras personas. Tocas la misma zona en otros cuerpos, y ves que ellos también lo tienen. Y por fin respiras hondo cuando buscas en internet, y te enteras que eso que acabas de descubrir, oculto por tanto tiempo, es el esternón. Y entonces, por las noches, de vez en cuando le das también una pasadita a ese huesecillo, al que empiezas a coger apego, y no quieres volver a perderlo nunca.
Lo peor del proceso de adelgazamiento es que, de vez en cuando, te tienes que juntar con gente. Y la gente parece mucho más interesada en tu nutrición que en la suya propia. El caso es que, cuando te estás poniendo morada, nadie te observa. Pero como sepan que quieres adelgazar, y pases un segundo sin masticar, ahí ya se lía el taco.
_ Oye, que no estás comiendo nada, deja la dieta hoy, que un día es un día.
_ Sí, si, estoy comiendo _ Dices tu, mientras sonríes y chupas el tenedor vacío, cuando en realidad quieres decir: "¿quieres dejar de mirar lo que yo como y meterte en tus asuntos, vieja loca?"
_ Pues cómete el tomate y quita la anchoa, porque es que te vas a poner mala de no comer.
Y tú vuelves a sonreír, mientras la obedeces y quitas la puñetera anchoa de encima del tomate, y te lo metes entero, para ver si se calla ya de una vez.
_ ¿Quieres que te haga una tortillita francesa? Tengo queso fresco también, y te comes una pera después. Es que no te veo comer y me tienes preocupada.
_ No, no, gracias, no te preocupes_ Que en realidad quiere decir: "¡Que me dejeeeeesss yaaaa! ¡Que te sientes ya de una vez y cierres la boca! ¡Que me está mirando ya todo el mundo a miiii! ¡Métete la tortilla, el queso blanco y la pera por donde te quepa!
_ Bueno, pues por lo menos te comerás un trocito de tarta, que es el cumpleaños de tu primo, y está muy feo que le hagas el desaire.
Vuelves a sonreir, con los ojos inyectados en sangre, y cierras fuerte los labios, y aprietas la lengua entre los dientes, para no decir: "Ah, que está feo que no coma tarta. Vaya, vaya, vaya. ¡Pues más fea estás tú, que eres muy feaaaa, y nadie te dice nada, y no te callas, y no te sientas, y no me dejas vivir mi hambre con tranquilidad! ¡Te odio, bruja asquerosa!
Bastante tiene una ya con tener que ir al cumpleaños, y tener que sujetarse para no comer, estando muerta de hambre, como para tener que aguantar eso. Te entran ganas de ponerte a gatas encima de la mesa, delante de todos, y empezar a coger plastas de ensaladilla rusa con las manos, y cachos de pan que no te quepan en la boca, y a medio masticar gritarle en la cara: ¿Ya estás contenta, hija de perra? Pero no lo haces, porque no quieres tener que ponerte en tu vida un pantalón de la talla que ella lleva.
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¡Cómete el bikini!
HumorCuando el bikini se transforma en tu peor enemigo, lo mejor es meterlo dentro de un buen trozo de pan... ¡y ponerle bastante salsa!