Capítulo 1. La voz de tu conciencia.

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Este año, parece ser que el bikini no me queda todo lo holgado que esperaba. No sé qué ha podido pasar. Supongo que habrá encogido, de estar todo el invierno metido en el cajón del armario. ¿Qué hago? A largo plazo, tengo la solución, que consiste en no volver a comer absolutamente nada en lo que me resta de vida, pero, ¿y mañana? ¡Mañana he quedado para ir a la playa, y este triangulillo no se ve entre tanta lorza!

¡Ya está! Diré que estoy enferma y que no puedo ir. Lo que pasa, es que pasado mañana también tendré que buscar una excusa, y el otro también...¡Dios, que injusto eres, pagándome en kilos toda la bondad que derramo sobre mi prójimo! Me voy a mirar otra vez al espejo, a ver a cuánto asciende la gravedad del problema.

Pues en el espejo tampoco me puedo ver bien. Parece que no quepo, será que está demasiado cerca. ¿Me hago una foto? ¡Qué va! Bueno, me pondré un vestido amplio, que disimule las protuberancias. 

Pues el vestido que el año pasado era amplio, ahora me embute como una morcilla choricera. Me tendré que comprar un pareo del tamaño de África, y envolverme en él. Así, ocultaré los bultos, igual que ellos ocultan el bikini.

Y ya está, cuando me entren ganas de bañarme, iré hasta la orilla con el pareo puesto, me meteré en el agua despacio hasta que de rodillas me llegue hasta el cuello, y después me lo quitaré rápidamente, lanzándolo lo bastante lejos como para que no se lo lleven las olas, pero lo bastante cerca para poder reptar hasta él cuando me quiera salir. Así, nadie se dará cuenta de que he engordado. Qué lista soy.

Aunque la verdad es que me siento un poco mal conmigo misma. A lo mejor he comido más de lo que hubiera debido. Ha tenido que ser la crema de cacao con avellanas, porque este año he hecho tres colecciones completas de los vasos esos decorados de medio kilo. Bueno, pero tampoco es para tanto, hay gente que se come toneladas enteras de esa crema y no engordan. ¡Pues a ver si se mueren todos esta noche, y quedamos solo los que sí sabemos agradecer las grasas saturadas, y las llevamos con nosotros para siempre!

¡Uf! Qué mal. He deseado la muerte de los delgados. Bueno, pues que se pongan gordos ellos también, ¡que ya estoy harta, hombre!

De todas formas, ya en serio, voy  empezar a comer menos, porque la voz de mi conciencia me dice que puede ser que tenga yo cierto puntito de culpa en toda esta desgracia. Ha habido veces que he forzado al estómago para meter un poco más de pan con morcilla del que le cabía. Es que está muy buena, pero claro, lo que tiene la morcilla es que ligera no es. 

Lo que pasa es que ahora tengo un montón de cosas grasientas en la nevera, que tendría que tirar si empezara a cuidarme desde este preciso instante, así que lo que voy a hacer es comérmelo todo, para desalojar los estantes, y así poder meter en ellos pechuga de pavo, verduras y queso fresco. Total, ya por dos o tres días más no se va a notar. Ya sé que eso puede suponer dos o tres kilos más, pero bueno, como después voy a perder un montón, pues no pasa nada. 

Dice mi conciencia que deje de comer como una cerda y tire ya de una vez ese montón de plastas que tengo en el refrigerador. ¡Qué pesada la conciencia, si no es ni lunes!


¡Cómete el bikini!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora