VIII

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Cuando Otabek dormía su rostro se transformaba por completo, ese gesto duro desaparecía dando espacio a una expresión tranquila y relajada.

Otra noche sin descansar para Yuri, cerrar los ojos era igual a repetir el episodio de aquella noche en su cabeza. Aún le angustiaba pensar en el resto de las mujeres y niños pequeños capturados, vendidos, atormentados.

Tuvo que levantarse tras un par de horas de incomodidad dando vueltas en el suave colchón. Otabek le cedió su cama sin aceptar una respuesta negativa.

Él tampoco solía acompañarlo en el camarote a menudo, agradecía el detalle. Desconfiaba sin poder hacer algo para cambiarlo, Otabek era peligroso.

Claro que ese temor se disipaba brevemente cuando lo veía durmiendo en el sofá. En un par de ocasiones se detuvo, tomándose el tiempo de repasarlo silenciosamente con la mirada.

Se acercó a una distancia segura y casi por acto reflejo sonrió.

Si fuera otra persona le parecería adorable.

Su mejilla lucía apretada contra las manos unidas bajo el rostro en una intención de almohada improvisada, sus labios entreabiertos dejaban escapar un hilo de saliva por la comisura.

Otabek tenía diecinueve años y un mal temperamento. Con tan corta edad se había convertido en la pesadilla de muchos y el héroe de no pocos. Robarse uno de los barcos apostados donde la milicia sin ser capturado lo inmortalizó prematuramente entre los maleantes del mar.

Los encargados de investigar supieron por lógica que el pirata había recibido ayuda interna. Un guardia, oficial o marino trabajaba para él. Jamás encontraron al responsable pese a la cantidad de sospechosos que interrogaron.

Yuri salió a cubierta, estaba amaneciendo y el paisaje no le era indiferente. Le gustaba ver la salida del sol.

Los otros tripulantes ya no lo molestaban, Celestino le mencionó con inusual alegría que se convirtió en un hombre respetado después de golpear al capitán y vivir para contarlo.

Yuri no se atrevía a preguntar pero indiscutiblemente Otabek también cambió su actitud hacía él. No recordaba la última vez que escuchó sus gritos o amenazas, discutían diariamente pero no pasaba de desacuerdos sin importancia.

Debía ser un progreso, su vida ya no corría peligro a manos de esa pandilla de piratas.

Otabek perdonó pronto pasar tres días con una nariz inflamada y adolorida.

Edward era el nombre de la persona que trajeron desde la celda, un individuo de no más de treinta años, aspecto descuidado y extrema delgadez. Un mes atrás atacaron un barco mercantil pequeño y al abordar sólo encontraron al hombre, dueño del navío y comerciante de alimentos proveniente de una adinerada familia.

Tomaron todos los objetos de valor que pudieron y lo llevaron como prisionero. A través de una carta Otabek intentó negociar el rescate, gran sorpresa se llevó ante la negativa respuesta.

Sin utilidad Edward fue el receptor de la furia del capitán, Yuri asestó cuatro de los cincuenta golpes con el látigo sumergido en agua. La punta estaba forrada con una tela gruesa y trozos de metal añadidos para causar mayor daño.

La culpa lo carcomía, los gritos de dolor y desesperación cada que el látigo viajaba velozmente para impactar en la carne herida le daban jaqueca. Guardaba demasiadas escenas trágicas, le sorprendía no haberse vuelto loco.

Si vivió o murió no importaba, Edward fue arrojado al agua después de la tortura. Otabek estuvo de buen humor el resto de la semana.

Yuri pasaba mucho tiempo con Leo que le enseñó funciones primordiales y conceptos básicos, una mañana le regaló una de sus camisas que por fortuna le quedaba un poco mejor y hasta lo ayudó a improvisar un cinturón usando el restante de una cuerda recién puesta en sustitución de otra en mal estado.

Bon voyage!  «Otayuri | Yuri On Ice AU Piratas»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora