Capítulo especial. Tres años antes, prólogo.
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Cuando Otabek bajó del vagón, la lluvia había cesado. A través de las ventanas empañadas todo el paisaje resultaba fascinante, pese a ser simple y repetitivo.
Ocultó el nerviosismo, la emoción ante su primer viaje en una máquina tan grande como un barco pero completamente distinta a uno. Tenía ruedas, se movía velozmente sobre barras metálicas, era ruidoso y sobre todo funcionaba con vapor. Los barcos solo requerían velas, viento y algo de suerte, algunos todavía necesitaban la fuerza humana que daban los remos. Nada más.
La vida en tierra firme en una gran ciudad le sonaba caótica, desastrosa aunque interesante.
Otabek se sonrió. No de satisfacción, menos de tranquilidad. Sólo sonrió para sí mismo una vez que se detuvieron en la estación. Recorrió con el pulgar izquierdo la correa de su bolsa de cuero y trozos disparejos de tela que colgaba de su hombro. Guardaba en ella sus únicas pertenencias en el mundo.
Aspiró a pleno pulmón. Ese aire era frío, diferente, olía a humedad, a tierra bañada en la furiosa lluvia, olía a los árboles recién cortados que alguien arrastraba a unos metros sobre una carreta quizás para hacer leña. Ni una pizca a olor de mar, salado, potente, a peces y aves, a brea.
Pocas personas bajaron junto con él. La capital era grande y sus cientos de caminos se dirigían a la cantidad incontable de bosques frondosos de pino, pueblos apartados, posadas lujosas para los nobles. Prefería caminar pese a que un hombre se ofreció a llevarlo en su caballo a cambio de unas monedas.
Avanzó por la calle ablandada por la lluvia tan pronto como dejó atrás la estación repleta de bancas de madera y una modesta tienda de alimentos para los viajeros. Se llevó los dedos al cabello recién cortado tal como lo había visto en Jean. A la moda de los jóvenes de la clase media alta.
Se sentía bien, libre. Pidió indicaciones a una anciana que encontró por casualidad. Esa era una zona rural y modesta, un pueblo llamado Aisworth del que escuchó tiempo atrás. Le debían un favor e iba a cobrarse.
Otabek lucía como un chico al que le faltaba experiencia pero sobraba ambición, lo dijo el marinero con quien trabajó dos días y así poder comprar su ticket de viaje en ese moderno ferrocarril. Y estaba de acuerdo.
Ver el Palacio y las costosas oficinas centrales en donde los de sangre azul y sus cercanos manejaban el gobierno a su antojo, de múltiples formas, llegó a arrancarle miles de bufidos de queja e indignación.
Siguió caminando, cruzando charcos, saludando educadamente a cada pueblerino como dictaba la costumbre local. Guardó las manos en los bolsillos laterales de la gabardina color marrón que le protegía apenas del clima tolerable pero molesto. Pensaba en Celestino, en su abuelo, si estarían preocupados por él o como reaccionarian ante su —hasta entonces— firme decisión. ¿Estaba a tiempo de cambiar de opinión? ¿Qué seguía?
—¡Llegaste!— dijo alguien, el sonido de pasos ansiosos advirtió de su creciente cercanía—, pensamos que estabas perdido.
Otabek se giró. Mila vestía como cualquier aldeana ordinaria y eso le hizo gracia. Usualmente su estilo era menos reservado. Llevaba botines negros y toscos, un largo vestido rosa de algodón de corpiño ajustado y encima un abrigo blanco de lana que no llegaba a cubrirle casi nada, una o dos tallas menos debían ser el problema aunque ella no lo admitiría.
—Llegué.
Mila señaló con los dedos el lugar al que debían ir. Un viejo hostal al final de la calle. Otabek asintió en aprobación y llegaron juntos sin volver a hablar.
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Otabek no tenía hambre, tuvo que conformarse con un café negro y amargo, algo a lo que estaba acostumbrado debido a los tantos castigos de su padre que incluían obligarlo a beber café de mal sabor, a veces tan caliente que le formaba llagas dolorosas en la boca.
Esa modesta sala funcionaba como comedor, eran los únicos clientes a hora precisa para la merienda. Mila se atiborraba de pastel de frutas con queso de cabra, Leo que a diferencia de ellos dos cargaba con tres capas de ropa abrigadora, deleitaba su lengua con té negro y pan de nueces.
El calor del café lo envolvió trayendo vida a sus adoloridas mejillas a causa del frío cortante. ¡Extrañaba tanto los días cálidos de Argela!
Otabek les hablaba de la vida en la Capital, sus trabajos de medio tiempo, las cosas que veía y pensaba, interrumpido unas tres veces por sonidos de asombro y curiosidad de sus amigos. Los conocía desde niño y sin prestar atención a las largas temporadas que pasaban sin verse ese lazo de confianza permanecía intacto.
—Descansa hoy, mañana iremos los tres a buscar a la persona que te interesa— mencionó la de ojos azules, terminando por fin su porción de pastel. Sonrió.
—Va a llover— Leo se unió a la conversación con tal comentario, a su vez se sujetaba el cabello con una desarreglada cola de caballo.
Trató de endurecer su expresión pero lejos de transmitir seguridad los otros dos se miraron notablemente afligidos. No se atrevían a preguntar directamente, Otabek era un año más joven, criado en un ambiente difícil e inflexible. Toda su vida viviendo entre piratas, los peores. Peligrosos, famosos, infames. Y fue Otabek quien los entregó a la justicia en un acto de obvia traición, presenció las ejecuciones sin inmutarse. ¿Cómo entablar una charla respecto al tema?
—La empleada no ha dejado de mirarte desde que entramos. Ve a hablarle y si eres simpático quizás te ofrezca calor antes de dormir— Mila se burlaba, usaba su voz sería para reafirmar la atrevida sugerencia.
Leo río suavemente. Otabek que estaba sentado al costado derecho buscó a la susodicha sin disimulo. En efecto, lo miraba y al verse descubierta regresó a la cocina a través de una puerta que rechinó al abrirse y cerrarse. No era fea y el cabello rubio claro contrastaba con su blusa negra y falda roja. Otabek bostezó y todos se relajaron.
—No me gustan las rubias.
A continuación siguió un ambiente más casual y tranquilo. Los planes de Otabek fueron obvios no bien se enteraron de lo sucedido, golpe de suerte el estar en la misma ciudad para darle una mano. Nadie lo buscaba, moverse libremente era una ventaja útil, conocía a personas, llevaba una nada despreciable fortuna entre sus escasas ropas. Debía encontrar a un desertor de la tripulación de su padre que ahora vivía en Aisworth bajo una nueva identidad. No iba a tardar en dar con él.
A continuación se conseguiría un barco y tantas armas como pudiera.
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Primer capítulo de Voyage Sans Retour ("Viaje sin retorno") una pequeña precuela de este fic, solo me gustaría saber su opinión. ¿Les parece interesante? Es un mero pretexto para explicar sucesos que en el tiempo presente no existe oportunidad de incluir detalladamente. Recuerden que ocurre más de tres años antes. Será publicado como fic regular con unos diez capítulos una vez concluya Bon Voyage!Gracias.
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Bon voyage! «Otayuri | Yuri On Ice AU Piratas»
FanficDurante los años de auge de la piratería, Azarath el gran océano, es el bastión de poder de aquellos piratas que han logrado consagrarse. Ni las leyes estrictas que castigan con la muerte, ni las disputas con otros delincuentes merman las ansías de...